Tras leer aquel mensaje
amoroso fue como si la ira, el dolor, la decepción no la dejaran pensar. Sintió
que debía poner tierra por medio. Y se fue a ese lugar de ensueño donde vivía
su abuela, donde había pasado su niñez. De pequeña disfrutaba jugando al
escondite en el bosque que lindaba con la casa familiar, de joven daba largos
paseos bordeando sus límites. Allí encontraba siempre respuesta a sus
preguntas, la tranquilidad para sus nervios, esa paz que no hallaba en ningún
otro lugar.
Iba recorriendo los trescientos
kilómetros que la separaban del paraíso y antes de llegar hizo recuento de todo
lo que se había traído. Unos tejanos, ropa de abrigo, su instrumento de trabajo:
el portátil, bien seguro en el asiento del acompañante. Allí donde acostumbraba
a sentarse Guillermo, que a pesar de tener carnet de conducir no se ponía
frente al volante. Era el que daba las órdenes: Gira a la derecha, ahora a la
izquierda, cambia de marcha, levanta el pie del acelerador que en autovía hay
que ir a ciento veinte y vas a ciento veintidós… Casi se lo oía decir.
A don Perfecto nunca se le
escapaba nada. Salvo haber borrado aquel correo y pedirle, justo cuando
preparaba una cena romántica, que entrara en su ordenador y le enviase un
documento que había olvidado.
Parecía imposible que fuera un
picaflor con la cara de bueno que tenía, pero allí estaba la prueba del delito,
una nota apasionada de una chica con una foto abrazada a un perro. ¿Cómo era
posible que le hiciera eso a ella, cuando susurraba a todas horas cuánto la
quería? ¡Mentiroso!
Ya era noche cerrada cuando
aparcó y llamó a la puerta. La estaba esperando. Una llamada telefónica la
había puesto sobre aviso de su llegada.
La madrugada les pilló hablando
del tema. La abuela estuvo muy interesada en todo lo relacionado con la tercera
en discordia.
−En resumen: Lo único que
tienes es una nota y la foto de una chica con juventud, belleza y sex appeal.
−Abuela ¿de dónde has sacado
ese vocabulario?
−De las telenovelas, hija ‒y
quitando del búcaro una hoja seca se arrebujó en la toquilla‒. Hay algo que no
me cuadra.
Miró hacia las vigas del
techo donde una telaraña parecía a punto de caérsele encima. Su marido era un
hombre serio, formal, inteligente, y cariñoso hasta con ella, se llevó la mano
al pecho. No, esa no sería su forma de actuar. Ha sido poco sensato de tu parte
salir corriendo. Durante un corto espacio de tiempo la nieta se quedó rumiando
sus palabras.
−¿Por qué?, preguntó la
joven.
−Porque no. Además, Guillermo
no tiene un pelo de tonto y nunca cambiaría la vaca por una chiva.
−Abuela, ¿me estás llamando
vaca?
Fue como si no la oyera. O
quizás no la oyó debido al viento que silbaba buscando colarse entre las
rendijas.
−Debe haber un error, hija. Por lo que deduzco:
Una joven le ha enviado una carta de amor a tu marido, pero no encontraste
ninguna respuesta. No te ha dado motivos de celos. Y sin concederle la oportunidad
de defenderse, tomas el portante y te presentas aquí.
Fue hacia la cocina, preparó leche caliente y
a paso corto trajo las dos jarras de aluminio. Durante un buen rato estuvo removiendo
despacio el terrón de azúcar.
‒¿Sabes, cariño? El castaño en el que tanto te
gustaba esconderte de pequeña, se dejó secar. Sufrió un ataque de orgullo
arbóreo. El de al lado comenzó hacerse cada vez más frondoso y todo el que
pasaba cerca tenía algo que decirle. No pudo soportar tanto agravio.
La nieta la miró como si no
estuviera en sus cabales. Imposible. Si nadie le podía hacer sombra al castaño
más bonito de este mundo, dijo convencida.
−No fue razonable. Se dejó
llevar por los sentimientos heridos.
Asombrada, la joven volvió a
observar a su abuela.
‒¿Qué estás queriendo
decirme?
‒Nada hija. ¡Venga! A dormir
que ya es hora. Mañana hablarás con tu marido. Deja que se explique y, de paso,
cuéntale que estás esperando un hijo.
‒¡Cómo lo has sabido!
‒A mis años es difícil no ver
lo evidente.
A la mañana siguiente, bien
temprano, se despertó con la sensación de haber dormido toda una vida. El
teléfono no paraba de sonar. Era Guillermo.
© Marieta Alonso Más
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Muy tierno.
ResponderEliminarMuchas gracias Blanca por tu comentario. Un abrazo
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