lunes, 11 de octubre de 2021

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Cena en familia

 



Cuando atardecía, ella se dispuso a cortar la cebolla, bien fina, para poner una capa en la base de la cazuela de barro y preparar el asado. Siempre que cortaba cebolla lloraba y, ya que estaba llorando, aprovecho para compadecerse de sí misma. Mientras se limpiaba las lágrimas con un paño de cocina, pensaba en sus dos hijos, que con sus parejas y su nieto venían a cenar.

No los veía con la frecuencia que ella deseaba. Se escudaban en los trabajos, en los turnos, etc. Pero, en el fondo, ella sabía que, a excepción de su nieto de tres años, los demás venían solo por compromiso. Su marido le decía:

 ─No insistas, mujer, ya vendrán ellos si les apetece.

Pero  insistía, porque para ella sus hijos lo eran todo. Nada más casarse, deseó tenerlos, en su casa habían sido ocho hermanos. Cuando supo que no podía, el mundo se le vino abajo; tuvo la sensación de que, como Eva, era arrojada del Paraíso. Se sintió, como privada de algo que le pertenecía por derecho.

Luego, quiso llenar el vacío con el estudio y el trabajo. Después, la odisea  de las visitas a los médicos especialistas, pruebas de esterilidad, intentos de inseminación artificial, etc.

Cuando los tuvo en sus brazos, después de un largo proceso de adopción, fue feliz al fin y se prometió educarles para que fueran felices. La fórmula no existe.

 La infancia de sus hijos ella la vivió como un cuento de hadas. La adolescencia con ilusión, aunque con discusiones constantes con su marido sobre si ser más o menos permisivos. Cuando  empezaron los problemas: de estudios, de personalidad, amores, desamores, amistades… Ella los abordó como pudo.  Sufrió cuando su hija dejó los estudios  y se fue de casa; cuando su hijo, que ahora era padre a su vez, se perdía en la noche y no volvía  hasta el día siguiente o pasaba dos o tres días fuera de casa. Comenzaban las llamadas a los amigos, las citas con el psicólogo ¡Un infierno!

El efecto de la cebolla había pasado y el asado estaba en el horno hacía rato, pero ella seguía recordando y llorando. Fue a lavarse la cara y a ponerse guapa para esperarlos. Llegaron con el tiempo justo para la cena. Ella, como siempre, se desvivió por atenderles. Se sentaron en la mesa, comieron animadamente hablando entre ellos, el tiempo que les dejaban sus móviles. Su hijo la riñó por no echar suficiente sal en el asado, su hija por dar un poco  de comida a su perro, que era muy delicado, su marido se disgustó porque ella, aprovechando  que los chicos se habían ido a fumar a la terraza y las chicas hablaban de trapitos, se puso a fregar los platos.

¿Qué he hecho mal?, se preguntó. Era el día de la madre.



Socorro González-Sepúlveda Romeral

1 comentario:

  1. Nada.
    No hizo nada mal.
    Cada individuo ( incluidos hijos) toma sus decisiones y vive según su criterio y según puede....
    Si bien, está madre debería pensar en ella. Ella debería ser su prioridad!!!
    Que difícil.
    Tiene que luchar contra siglos de cultura que tiene "pegada" a los genes.
    Y eso suponiendo que no le importe " el que dirán" que en demasiadas ocasiones cuenta aunque no debiera....
    Resumen: vamos a vivir priorizando el NOSOTRAS

    ResponderEliminar