Mi mejor amigo, ahora, es de un optimismo y de una alegría bestial. Sonríe por todo cuando antes protestaba por lo más nimio. Cada día salimos a dar un buen paseo en bicicleta y este cambio, es de hará unos seis meses. Si llueve y nos ponemos de barro hasta el cuello se pone tan contento porque los pantanos necesitan mucha agua. Si llega una sequía, de esas que hacen época, dice que gracias a ella tendremos una buena cosecha de vino.
Una
mañana se levantó y le pidió el divorcio a su mujer, que se quedara con todo: casa,
chalet, coche…, le rogó. La Josefa aceptó de inmediato, claro. Hasta su abogado
le recomendó prudencia. Me lo llevé de vinos para que entrara en razón, yo he
sido siempre su paño de lágrimas, pero no quiso hablar del tema, me dejó patidifuso
al decir que se sentía reconfortado porque «el buey solo…, bien se lame». Se
mostró tan reservado que hasta pensé que habría otra mujer. Demasiada prudencia
para un tipo que antes pecaba de bocazas. Solo habló lo estrictamente necesario,
aunque dejó muy claro que no había terceras personas.
El
no va más fue cuando aceptó sin poner ninguna pega subirse en un avión cosa que
nunca antes había querido hacer. Nos fuimos a México de vacaciones. Allí nos
pilló un terremoto y tuvimos que bajar corriendo desde un piso vigésimo tercero. Se lo pasó en grande al verse en calzoncillos en la avenida de los Insurgentes.
No
me lo explico, si antes era todo lo contrario, si el animoso era yo, que soy de
los que, si hay motivos para estar contento, se está, pero si hay que llorar,
se llora.
Ayer,
no pude más, y le insté a que fuera sincero conmigo: ¿Qué pasa?, ¿qué te ha
hecho cambiar? Me miró con pesar y me dijo que él seguía siendo el mismo, un cenizo.
No había querido decirme nada, estaba de médicos y el oncólogo le había
recomendado, ante todo: «Buen Ánimo».
© Marieta Alonso Más
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