viernes, 1 de abril de 2022

Amantes de mis cuentos: Primavera en Madrid

 


Me llamo como me inscribieron mis padres. Y a nadie le importa. Una mañana que llovía a intervalos ya me desperté con ganas de suicidarme, y antes de hacer una tontería decidí bajar del undécimo piso en el que vivo y salir a caminar sin rumbo fijo. Se me olvidó ponerme la gabardina y la gorra. Al cabo de unos minutos parecía un pollo mojado. No me importó. La gente me miraba como si yo no fuera normal. A lo mejor tenían razón. Me senté en un banco frente al Museo del Prado para decidir si regresaba a casa o seguía andando bajo la lluvia.

No creo que hubiese tomado una determinación cuando mis pies, por libre albedrío, decidieron entrar en el museo por la puerta de Goya. Este me miró con cara regordeta, algo colorada, de pocos amigos, la que al parecer tuvo siempre, como si estuviera a punto de soltarme una fresca.

Creo que esto lo he dicho en voz alta, porque un hombre mayor, muy bien trajeado, con un paraguas enorme y bastón sofisticado, quiso ilustrarme: que era un artista difícil, complejo, pero una persona con mucho sentido del humor, un humor que nacía del pueblo, eso sí, con temperamento y genio muy vivo. Si usted lo dice, y me alejé. No tenía ganas de conversación.

El que no me dejó en paz fue Goya que me llevó, en contra de mi voluntad, hasta el último autorretrato suyo, uno en que aparece con gorra. ¿Y…? Ni siquiera me contestó. Me fue empujando hacia una de las salas.

La pura verdad es que a mí me gusta la pintura, pero sin exagerar, disfruto más en los bares con una caña de cerveza y unas patatas bravas, por lo que me paré en seco y le dije al maño: ¡Oye, tú…, que con ese retrato me doy por satisfecho! ¡Calla, bocachancla!, que te llevo a uno que ya verás. Que soy muy especial, le advierto.

Pero cuando me puso ante un grupo vestido con la ropa que usaban los majos y majas de mi barrio, hoy Malasaña, ayer Maravillas, y vi a una dama y un caballero vestidos a la francesa jugando a la gallinita ciega, muy cerca del Manzanares a su paso por mi Madrid y la sierra de Guadarrama a lo lejos, me desbordé y lloré por Goya, por mí, por todo.

Sentí que alguien murmuraba a mi lado: Su llanto es el mayor homenaje que le han hecho a este gran pintor. Era el hombre del paraguas enorme y bastón sofisticado.

 

© Marieta Alonso    


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