Mi nieta es mi vivo retrato. Cuando
mi hija, los jueves por la tarde, me llama y me pregunta: ¿Qué piensas hacer el
fin de semana?, me entra un cosquilleo por todo el cuerpo, es un síntoma
inequívoco de que se quiere ir a la montaña y me trae a la niña.
Manuela va a cumplir seis
años. Este año comienza primero de primaria y está muy ilusionada. Al llegar va
corriendo a mi dormitorio y todos los collares, pulseras, sortijas… que
encuentra en mi tocador se los coloca. Le gustan las gangarrias, como a mí. Y
sale como burro en feria tintineando por toda la casa. Se sienta en la mecedora
del cuarto de estar y me pregunta qué estoy tejiendo. Una bufanda, le respondo.
−¿Para mí?
−Sí, si la quieres.
−¡Mola!
Esta noche iremos a un
restaurante de lujo a cenar: el comedor de mi casa. Entre las dos sacamos del
arcón la mantelería de Lagartera, la vajilla de Sargadelos, la cubertería de
plata y el candelabro regalo de bodas. Presidimos la mesa, una enfrente de la
otra, encendemos las velas, es mucho más misterioso que con la luz eléctrica y entre
sombras charlamos sobre los grandes acontecimientos acaecidos durante la
semana. Que si su amiga Leonor no le prestó su estuche de manicura, que si Nicolás
ya no es su novio, que si Jorge tiró de su trenza y la hizo caer…
Y así nos vamos tomando el
puré blanco de calabacín, saboreamos las croquetas hechas con lo que sobró del
cocido y el postre de flan de huevo y leche condensada.
Apagamos las velas para
volver a la realidad. Ya no somos las dueñas de la casa, somos las asistentas
que recogen la mesa y friegan los cacharros. Y cuando la cocina está ordenada,
nos sentamos en el columpio del portal y nos mecemos como si estuviésemos en un
avión a punto de despegar. Nos vamos a París y allí conocemos a un señor de
unos cincuenta años que me invitará a navegar por el Sena y a su nieto, un
joven encantador que llevará a Manuela al ballet y por vez primera sabrá que
además de El Lago de los Cisnes hay muchos otros, como...
−¡Buenas noches!
Así rompió el vecino de
enfrente el hermoso sueño en que estábamos inmersas. Hora de irse a dormir.
Ya bien arropadita la niña me
toma las manos y susurra:
—¡Abrázame, abu, apriétame
fuerte! ¡Estoy tan a gustito contigo!
© Marieta Alonso Más
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