Padre e hijo de charla, una
mañana suave de primavera. César llevaba
una bandera reivindicativa en
la mano y Emilio un saco infinito de paciencia en la espalda.
— Quiero ser independiente,
papá. Quiero volar por mi cuenta, que ya tengo muchos años.
Emilio sonrió pensando que
los sueños deben hacerse realidad algún
día. Y aunque los suyos no se
hicieran jamás, se aproximaron bastante.
Sinceramente hablando, no
podía tener ninguna queja. Ay, la eterna
insatisfacción del ser
humano… Sus otros hijos ya habían volado.
— Por lo tanto, —continuó
César, el más pequeño de los tres hermanos— podéis marcharos cuando queráis.
El padre, todo serenidad y
sosiego, sintió un trallazo en la columna vertebral, y de la sonrisa nació una
mueca. Miró a su hijo procurando guardar sus sentimientos más profundos. César
no movió ni un músculo. Era la viva imagen de la felicidad.
— ¿Marcharnos? ¿Nosotros?
— Sí, claro. Y yo me
independizaré en vuestra casa.
Emilio plegó los labios y se
armó de una paciencia infinita.
— Creo que estás equivocado,
hijo —respondió conteniendo su furia.
— ¿Equivocado? ¿En qué?
—Parecía el símbolo de la inocencia.
— No somos nosotros los que
tenemos que marcharnos. Eres tú el que debe buscar su hogar.
— ¿Moverme yo?
— Igual que hicieron tus
hermanos. Busca tu ciudad, tu casa, tu sitio, y allí serás plenamente
independiente.
César se decía que allí tenía
todo, que sus padres le daban todo, que no le faltaba de nada. ¿Por qué no
seguir igual pero con su independencia?
— Yo pensaba…
— Pues pensabas mal. Cuando
alguien se independiza, no se lleva la
casa a cuestas, sino que
busca una nueva. Todo lo que tienes alrededor lo hemos creado tu madre y yo, y
eres tú quien debe empezar desde cero.
— Papá… por favor…
— No hay papá que valga.
— Pero…
— No hay pero que valga.
Emilio sonrió con sorna.
César bajó la bandera reivindicativa a la vez que la cabeza, hizo un puchero y
pensó que tal vez con el tiempo, muchos gritos y mucho esfuerzo, lograría esa
tan ansiada independencia. Lo que no le cabía ninguna duda es que seguiría
intentándolo.
©BlancadelCerro
#cuentosparapensarBlancadelcerro
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