Todos se dirigían al parque. Al
principio fueron unos pocos a los que atrajeron los murmullos que corrían de
boca en boca, y a continuación se fueron uniendo multitud de cotillas, de
curiosos, de observadores y de fisgones, porque nadie podía creerse lo que
habían escuchado, lo que se decía y comentaba, porque los rumores aumentaron y
aumentaron, porque aquello que se oía no podía ser posible. Sí lo había sido, allá
en épocas pasadas, pero en aquellos tiempos modernos y tecnológicos, resultaba
bastante difícil, por no decir casi imposible a estas alturas de la vida.
Y la multitud fue aumentando a medida
que recorría las calles. La noticia saltaba de boca en boca. A ellos se unieron
algunos periodistas, una cadena de televisión, dos emisoras de radio y algunos
medios independientes, sin olvidar a ciertos influencers, a los que
pareció curioso lo que estaba ocurriendo. Lo comentarían en sus canales
Cada vez eran más, y las calles se
llenaron hasta llegar a su destino.
Las puertas del parque permanecían
abiertas, como solía ser habitual. Por allí paseaban parejas, familias, mujeres
acompañadas de niños, algún ente solitario, y seres de lo más variopinto, porque
hacía un día espléndido y el sol acariciaba con un encanto especial.
La multitud, ya formada por varios
cientos de personas, avanzó por las veredas, todos comentaban, todos iban a ver
lo que parecía imposible, todos continuaron caminando hasta llegar a un claro.
Se detuvieron al unísono, contemplaron, admiraron, suspiraron, abrieron los
ojos, sin palabras, con gestos de sorpresa, de incredulidad y de escepticismo
Y allí, sentada sobre una piedra,
rodeada de naturaleza, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, había una
joven rubia y muy bella y, ¡oh, maravilla de las maravillas!, estaba leyendo un
libro.
©Blanca
del Cerro
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