martes, 21 de octubre de 2025

Gente creativa: del papel carbón a la fotocopiadora

 



 

Allá por el año 1806, el inglés R. Wedgwood inventó el papel carbón, el hallazgo fue acogido con entusiasmo porque un simple folio muy fino impregnado en tinta, dejado a secar, permitía escribir doble, y muchos pensaron que se había cumplido un sueño. Y era cierto, aunque aquel primer papel carbón dejaba manchas, ensuciaba las manos, exigía cuidados extremos y gran concentración por parte del escribiente.

A este invento siguieron muchos otros. Todos eran ideas, pero faltaba plasmarla. No fue fácil el camino que tuvo que recorrer la fotocopiadora.

Hasta que un día, Chester Carlson, un abogado de patentes norteamericano, al que su trabajo le obligaba a realizar un gran número de copias de documentos importantes, aguzó el ingenio. Padecía de artritis.  Y un 22 de octubre de 1938 en Nueva York, en un pequeño apartamento del edificio Astoria, se obtuvo la primera fotocopia de la Historia era la de un texto que decía:

«10-22-38 Astoria»

Entre 1939 y 1944 el invento de Carlson fue rechazado por una veintena de empresas, entre ellas IBM y General Electric. No tuvieron la visión necesaria para apreciar lo que aquel artefacto daría de sí.

En 1944, Battlle Memorial Institute, una organización sin ánimo de lucro de Columbus, Ohio, contrató a Carlson para perfeccionar su invento. En 1947 la empresa familiar Haloid Company, de Rochester, en el estado de Nueva York, compró la patente y fundó la Xerox Corporation, y en 1959 comenzó a vender la primera fotocopiadora:

«X- 914»

Fue una de las aventuras comerciales de mayor éxito de la Historia. 

El invento de Carlson estribaba en colocar el folio a reproducir sobre un vidrio donde actuaba una placa cargada eléctricamente, de forma que las zonas claras del papel destruían la carga positiva dejándola únicamente en los lugares donde había escritura.

De este modo la placa se rocía con un polvo de carga negativa que queda adherido a la carga positiva; el polvo se transfiere a la hoja en blanco, donde queda fijado por calor el texto del escrito.

Y esta magia tan enrevesada para algunos y tan sencilla para otros, funcionaba.

Así, el mundo comenzó a hablar de xerografía, utilizando el adjetivo xeros y el verbo grafein, que significa «escritura en seco» en griego.

En la década de los sesenta se universalizó su uso.

 

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