sábado, 1 de noviembre de 2025

Amantes de mis cuentos: Una cascada para nosotros

 



Mis padres eran tan excéntricos que les gustaba más la naturaleza que el asfalto. Cuando se casaron fueron a vivir muy cerca de este salto de agua, el más recóndito, el más alejado, el más hermoso lugar que ojos humanos vieron. Pasaba inadvertido hasta para las autoridades por su difícil acceso. Allí decidieron vivir a lo Robinson Crusoe. Taparrabos en verano y vestidos de cuero para los días de frío.

Cuando tomaron aquella decisión, mi padre, tan pragmático como siempre, ni maleta se llevó. Mi madre, soñadora, llevó consigo todos sus libros, zapatos de tacón, collar de perlas y los regalos de boda, hasta aquellos que estaban repetidos, por si se presentaban tiempos de vacas flacas. Aprendió a hacer conservas con todo lo que sobraba de la época de cosecha.

Al principio se alojaron en una cueva hasta que con sus manos levantaron su casa a base de piedras, troncos y tejas para el techo. Lucharon contra la vegetación, contra algunos animales salvajes y crearon una forma de vida autosuficiente, como cazadores-recolectores. La agricultura, la pesca, la caza, el ganado no tenían secretos para ellos. Trabajaban sin descanso.

Los hijos fuimos naciendo. Una o dos veces al año íbamos a la civilización, y allí se vendía a la vez que se compraba todo lo necesario.

Soy la número veinte de los hijos que tuvieron.



© Marieta Alonso Más



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