miércoles, 19 de noviembre de 2025

Liliana Delucchi: Asuntos de familia

 


Cuando entró en el comedor, Jacinto no pudo menos que sonreír. Tan amarillo y luminoso, tan armónico y ordenado; impasible siempre a las tormentas que estallaban en él, esas tormentas silenciosas y calladas, colmadas de medias sonrisas y bisbiseos.

A pesar de encontrarlo vacío, podía recordar qué lugar ocupaba cada uno a la mesa durante las celebraciones: la abuela y el abuelo en una de las cabeceras, sus padres en la otra y los tíos y tías, a los lados, de acuerdo con su edad. Cuanto mayores, más cerca de los anfitriones, esos dos ancianos de pelo blanco y gesto amable.

Jacinto y sus primos eran relegados al office hasta que tenían los años y los modales adecuados para integrarse con los adultos, lo cual le parecía injusto, ya que los niños de su edad resultaban aburridísimos. Solo hablaban de deportes y de juegos que nuestro protagonista resolvía antes siquiera de que los otros terminaran de plantearlos.

Como ese reducto para infantes solo estaba controlado por una asistenta, Jacinto escapaba al jardín, a su habitación y al comedor principal, donde más le gustaba. Invariablemente detrás de una cortina o cualquier escondite desde donde pudiera escuchar las conversaciones y captar los gestos de sus parientes.

El joven soñaba con ser escritor y había oído que quienes aspiran a ese oficio han de ser, por encima de todo, cotillas. Siempre iba acompañado por un cuaderno donde anotaba frases, expresiones y gestos de los que consideraba llegarían a ser los personajes de sus relatos.

Una tarde de invierno, previa a las celebraciones navideñas, el niño, que contaba ocho años, estaba sentado a una mesa del jardín. Con abrigo, capucha y mitones, escribía lo que consideraba sería su primera novela. Comenzaba así: «Nació en 1870. A los veinte años, Lindor Covas tenía veinte años».

El aspirante a literato no se dio cuenta de que su tío Pancracio estaba a sus espaldas leyendo lo que él escribía, quien no solo lanzó una risotada, sino que durante la cena, con su voz fuerte y vulgar, relató a los demás comensales lo ocurrido.

Jacinto apretó las mandíbulas para no gritar, controló su furia y juró venganza.

No tuvo que esperar mucho tiempo, ya que, durante la cena de Noche Vieja, aburrido y un poco cansado, se escondió debajo de la mesa de los mayores, agradeciendo por primera vez que la naturaleza lo hiciese tan menudo. Cuál no sería su sorpresa, cuando tuvo que apartarse al rincón junto a los pies de los abuelos, dado que por el centro de aquel espacio bajo el largo mantel, los pies de los comensales se movían y acariciaban unos a otros. Pudo ver cómo las uñas pintadas debajo de la media de la tía Maruja, acariciaba la entrepierna del tío Anastasio, su cuñado, mientras que la mano de Pancracio se metía debajo de la falda de la hermana de su esposa.

Jacinto se mantenía inmóvil, contiguo a los juanetes del abuelo, casi sin respirar y rogando al cielo que no lo sorprendiera un estornudo que diera al traste con su escondite. Esos adultos presuntuosos e hipócritas le habían servido en bandeja su futuro desagravio. Nadie se ríe de Jacinto, y menos el patán de Pancracio.

La tía Hildegard, esposa de Pancracio, era una matrona alemana alta, fuerte y con un trasero de grandes proporciones, al que no le cabía el tanga de encaje rojo que encontró entre la ropa de su marido y que pertenecían a su hermana.

Desde su habitación, Jacinto escuchó portazos, insultos de ellos y chillidos de ellas. El «…y tú más» se repetía por los pasillos así como el estruendo de los coches que partieron casi derrapando.

Pasó el tiempo y aquel niño se convirtió en lo que siempre había deseado. Una tarde, mientras firmaba ejemplares de su primera novela, el tío Pancracio, con su sentido del humor habitual, se acercó para preguntarle si recordaba el nombre de aquel que a los veinte años tenía veinte años, a lo que el escritor respondió: «Hildegard».

El hermano de su padre solo atinó a decir: serás cabrón.

© Liliana Delucchi

lunes, 17 de noviembre de 2025

El desierto Erg Chebbi (Marruecos)

 



 

En Marruecos, cerca de la aldea de Merzouga, se encuentra un desierto pequeño, que no forma parte del Sahara: el Erg Chebbi. Tiene unos 30 kilómetros de largo y cinco kilómetros de ancho. Los contrastes de temperatura entre el día y la noche son altos. La lluvia es breve y poco común.

Es conocido por su belleza, por su exotismo, por sus paseos en dromedarios, por sus noches bajo las estrellas, por sus dunas anaranjadas de fina arena, que pueden alcanzar alturas de hasta ciento cincuenta metros.

Los marroquíes vienen a tomar baños de arena. Se dice que es bueno para el reumatismo, por lo que se entierran hasta el cuello en la arena caliente durante unos minutos. Y al parecer, funciona.

 

sábado, 15 de noviembre de 2025

Nuevo Akelarre Literario nº 122: Cápsula interestelar




El 12 de abril de 1961, el ruso Yuri Gagarin realizó el primer vuelo espacial tripulado, un evento histórico que abrió el camino a la exploración del espacio. Su vehículo, el Vostok 1, orbitó la Tierra a una velocidad de 27.400 kilómetros por hora, con una duración de 108 minutos.


Para disfrutar de nuestros cuentos

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jueves, 13 de noviembre de 2025

Malena Teigeiro: El poder de los colores

 


Después de romper con Olivier, su marido, con el resto del dinero que todavía le quedaba de la herencia de sus padres, y su perro Bistró sentado a su lado, conducía Ninet desde París hasta la casa que le dejaron sus abuelos. Durante todo el camino iba invadida por la tristeza que le causó tener que abandonar a Olivier, pero ya no aguantaba más sus golpes, ni sus gritos, ni sus borracheras.

Para llegar hasta la casa había que subir la montaña por un largo, estrecho y sinuoso camino de tierra, por el que Ninet condujo tomando primero una curva, luego otra, con sumo cuidado. Al parar su Peugeot rosa delante de la casona se sintió feliz. Contemplaba la fachada complacida. Era de piedra y vigas viejas que, al igual que las ventanas, lucían el mismo color que las vides que la rodeaban. Estaba igual a como era cuando de niña pasaba allí los veranos, pensó mientras abría la puerta.

A la mañana siguiente, mientras desayunaba en la cocina, decidió que tenía que pintarla. Después de tantos años, las blancas paredes estaban sucias, desconchadas. Primero, pintó de rosa su dormitorio. Y rosa también eran las telas de las cortinas que hizo, aunque estas un poco más oscuras. Siguió con el baño. En el intento de que se pareciera al mar Mediterráneo que veía desde la ventana, lo pintó de azul verdoso con trazas cobalto. El pasillo y la escalera, lo primero que veía todas las mañanas al salir de su habitación, los coloreó de azul cielo.

Se sentía feliz entre aquellos alegres tonos que le permitían soñar y dejar la tristeza.

Al fin le tocó a la cocina comedor. Ésta todavía conservaba el primitivo blanco, sucio de grasa y humo por muchas partes. En su Peugeot rosa se dirigió a la tienda de pinturas. Aparcó con cuidado delante de la puerta. Entró y pidió un bote de pintura amarilla, pero de ese color amarillo que tienen las natillas, aclaró. El hombre que la atendió, levantando las cejas, le entregó un bote. Este le quedará precioso. Es el que todos usamos por aquí. Qué estupendo, pensó Ninet viendo ya las paredes de la cocina pintadas con ese amarillito que tanto le gustaba.

Cuando comenzó a pintar, el color le disgustó bastante. No era como el de las natillas, sino como el de los limones. Sin embargo, y como aún le quedaba pintura, y aunque aquel color le producía cierta irritación, sin detenerse, pintó los muebles, las sillas, las puertas. Luego colgó cuadros, platos y llenó los vasares con las vajillas.

Sin duda, el año que viene cambiaré el color, se dijo satisfecha al cerrar la puerta después de colocar el último adorno.

Una tarde al volver de recoger flores, se encontró a Olivier sentado a la mesa. Otra vez no, gritó su interior. Miró hacia el fondo, y el amarillo de la pared le hizo subir acidez a la boca. Luego, al ver la botella de coñac encima de la mesa y a él con un vaso en la mano, sintió náuseas. Se lo rellenó. Con tranquilidad, se sirvió otro y se sentó enfrente mientras él la insultaba. Un color como aquel amarillo no era bueno para nadie, pensaba sin dejar de mirar las paredes mientras escuchaba que a gritos la amenazaba por haberlo abandonado llevándose el dinero. Cuando terminó la botella de coñac, Ninet buscó por los vasares hasta que encontró otra de aguardiente. Le rellenó de nuevo el vaso una y otra vez. Estaba ya bastante borracho cuando el hombre se levantó rabioso. Ella cerró los ojos y se encogió en la silla. Esperando sus golpes, escuchó el ruido del cuerpo al caer. Giró la cabeza y vio que de la boca de Olivier salía un hilo de babas. De puntillas, se fue de la cocina.

Era ya de noche cuando, poco a poco, arrastró el cuerpo, todavía en coma etílico, hasta el coche de Olivier. Logró sentarlo detrás del volante. Lo encendió, puso la palanca en punto muerto y retiró el freno de mano. Desde fuera del coche, agarrada al volante, lo llevó hasta el comienzo del camino. Después de un empujoncito, lo soltó. Primero se deslizaba despacio, luego, lo vio que tomaba velocidad hasta desaparecer de su vista en la primera curva. Se quedó un momento expectante. No tardó mucho en ver una gran bola de fuego. Ya tranquila, entró en la casa. Como siempre hacía, atrancó la puerta, y mientras subía por aquella escalera pintada de azul cielo, iba pensando que tenía que cambiar, pero ya, el color de la cocina. Aquel amarillo sin duda la irritaba.

© Malena Teigeiro

martes, 11 de noviembre de 2025

Real Monasterio de Santo Tomás (Ávila)

 



De estilo gótico con tres claustros diferentes, un retablo principal, obra de Pedro Berruguete con diversos episodios de la vida de santo Tomás de Aquino, el coro gótico flamígero, de nogal, que es obra de Martín Sánchez de Valladolid y el lujoso sepulcro en mármol de Carrara del príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, dignos de ver los pliegues del manto, y unos guanteletes a los lados del infante que indican que no murió en batalla, obra del escultor italiano Domenico Fancelli, hacen de este monasterio una de las joyas de Ávila.



También encontramos en la iglesia el confesionario de santa Teresa y el Cristo de la Agonía, obra venerada por la santa abulense.


En 1482, favorecido desde sus orígenes por los Reyes Católicos, por su tesorero don Hernán Núñez de Arnalte y bajo la dirección de Martín de Solórzano, comenzaron las obras que duraron hasta 1493.

En la fachada hay diez estatuas realizadas por Gil de Siloé y Diego de la Cruz bajo doseles y pináculos. En su mitad vemos un gran rosetón que da luz al coro y a la iglesia y un poco más arriba el escudo de los Reyes Católicos sostenido por un águila.

El claustro del Noviciado de estilo toscano es el más antiguo, con el pozo en un lateral. El claustro del Silencio de estilo gótico sirvió de enterramiento para los frailes. El claustro de los Reyes, carece casi de ornamentación, en el ala sur se hallan las aulas de la antigua Universidad de Santo Tomás de Ávila, establecida aquí desde mediados del siglo XVI y clausurada en el siglo XIX. Aquí se graduaría Gaspar Melchor de Jovellanos. También en este claustro se encuentran dos museos: museo de Arte Oriental y museo de Ciencias Naturales.

Sirvió como tribunal de la Inquisición y vivió en él durante sus últimos años fray Tomás de Torquemada.  



Merece una visita por su historia y su belleza

domingo, 9 de noviembre de 2025

La cocina a mi alcance: Ensalada de garbanzos

 



Es una legumbre que gusta a muchos por sus cualidades culinarias y nutritivas. Algunos sitúan su origen en el Mediterráneo y hubo un tiempo en que era sinónimo de pobreza. Eso ha cambiado.

En el refranero español aparece: En todo cocido siempre hay un garbanzo negro. Y muchos son los que piensan que en toda familia también.

A veces se les relaciona con la muerte. Los griegos lo comían en los banquetes fúnebres, en la región de Niza, en Francia, se come garbanzos el Miércoles de Ceniza, el Viernes Santo y el Día de Todos los Santos. En España es costumbre comer el Viernes Santo el rico potaje de… adivinen. En la Antigua Roma los garbanzos gozaban de una reputación envidiable.

En una ensalada, son ricos, ricos, ricos.


Ingredientes:

1 frasco de garbanzos cocidos

1 aguacate maduro

1 tallo de apio picado

1 zanahoria picada

Unas gotas de limón

Tomate, cebollín, aceitunas negras, sal, semillas de girasol.


Preparación:

Mezclad todo. 


Y os acordaréis de mí

Santa María la Real de la Almudena: Patrona de Madrid

 




La historia de la patrona de Madrid se remonta al año 711, cuando ante la conquista árabe los cristianos de la villa escondieron en la muralla de la ciudad una imagen de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos. Allí permaneció oculta hasta que el 9 de noviembre del año 1085 cuando el rey cristiano Alfonso VI la encontró milagrosamente después de haber conquistado Madrid.



Desde ese día la imagen es conocida como Santa María por ser la más antigua de las advocaciones de Madrid, la Real por haber sido encontrada por el rey y de la Almudena, palabra árabe que significa muralla donde la Virgen fue hallada con dos cirios encendidos que según la tradición nunca se apagaron durante los siglos en los que estuvo oculta. Las llamas tostaron el rostro de la imagen que presenta la tez morena.