lunes, 15 de diciembre de 2025

Nuevo Akelarre Literario nº 123: Cometa



A lo largo de la historia, y en todas las culturas, se ha considerado el paso de un cometa como un presagio: una señal de algo bueno o malo por venir. Los antiguos griegos creían que auguraban guerras o el brote de enfermedades. En un sentido religioso, se los considera como mensajeros de los dioses que vaticinan el final de un ciclo y el nacimiento de nuevas eras.

Y no podemos olvidar, sobre todo en estas fechas, la estrella que guió a los Reyes Magos hasta el pesebre en el que había nacido Jesús.

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sábado, 13 de diciembre de 2025

Malena Teigeiro: Vicisitudes de una maleta rosa fosforito

 


Sabía que no estaba bien. Sabía que eso podía suceder, pero la prisa, la necesidad de salir corriendo me hizo superar el impulso de abrirla y colocar mejor las cosas. La culpa de que estuviera así la tendrían las botas altas trak o quizá la bolsa de aseo. El bote de laca y el de crema limpiadora eran enormes. Cerré la maleta y salí corriendo.

En la rotonda del aeropuerto, al mirar hacia atrás, me pareció ver que una parte, pequeña, eso sí, de mi falda plisada salía de la maleta. No pasa nada, me reconvine. En cuanto aparque y baje del coche, comprobaré que todo está bien. Si hace falta, antes de embarcar, la abriré para cerrarla y colocar de nuevo todo.

En el parking me di cuenta de que no tenía tiempo para ningún tipo de comprobaciones. Intentando sacarla del maletero —menos mal, que tuve la precaución de colgarme la bandolera del cuello—, sudando copiosamente, rezongaba que por qué sería tan difícil sacar las maletas del coche. Al fin logré sacarla. Lo que no pude impedir fue que con gran estruendo se cayera al suelo. Qué buena compra hice, pensé al comprobar que nada se había roto. Superada esa prueba, después de enderezarla con esfuerzo, no me cupo ninguna duda de que la maleta rosa fosforito, de cuatro ruedas, era de buena calidad. Salí del estacionamiento corriendo.

Aquella mañana me di cuenta de lo grande que era la sala de partidas. ¿Quién habría inventado esa horrible T4? A la carrera comprobé el billete. Sí. Era el mostrador 790. Justo, y como no podía ser de otro modo, entré por la puerta equivocada. Mi mostrador se encontraba al menos a un kilómetro de donde estaba. Seguí corriendo. En aquel momento ya me daba igual tropezar con una u otra persona, atropellar al carrito de un bebé, o matar al perrito, qué mono, que diligentemente andaba al lado de su dueño. Perdón, perdón, decía a cada paso recordando la máxima de mi madre: Nunca se pueden perder las maneras. Nunca.

A punto de que cerraran el mostrador de facturación, al fin, llegué. Aquí. Aquí, grité, agitando la tarjeta de embarque que había sacado por la noche, ya casi de madrugada. Señorita, me dijo la chaqueta roja. Tiene que ir a la máquina, meter sus datos y sacar la cinta de la maleta. Después pásese por el mostrador para facturar el equipaje.

Como siempre, la primera máquina no funcionaba. En la segunda, un señor mayor, amablemente me pidió ayuda. Me encanta la gente educada, recuerdo que pensé. Y me pedía ayuda a mí, que estaba a punto de perder el vuelo. Y ahí sí que perdí las maneras. Lo empujé y corrí hacia la siguiente.

Ya con el pasaporte, la tarjeta de embarque, la cinta de la maleta en la mano, volví al mostrador. El joven que me esperaba con el ceño prieto, lo primero que me dijo fue que no creía que la maleta llegara a tiempo y que como no corriera mucho, tampoco llegará usted al avión. Están llamando para embarcar desde hace un rato.

Gracias, dije, intentando no perder las maneras. Coloqué la maleta en la cinta sobre las cuatro ruedas. Él con la calma propia del que hace ese gesto una y otra vez, pegó el papelito en el asa. Le dio al botón y la cinta arrancó llevándose mi tambaleante equipaje.

Sonreí y suspiré aliviada. De pronto, la maleta se cayó de la cinta y como cabía esperar, se abrió desperdigando toda la ropa.

¡Mi bellísima maleta rosa! Era de tan buena calidad que aguantó hasta estar en la cinta para abrirse. Sin atender a los gritos del muchacho, eché a correr siguiendo las indicaciones: Pasillo J, ascensor para bajar a la plata menos 2...

Ahora, ya solo con la bandolera al hombro, podía volar los kilómetros que me separaban de la puerta de embarque. Eh. Eh, grité a la azafata que se retiraba del mostrador. Me miró con mala cara. Le entregué la tarjeta y aguantando el mal humor de todos aquellos con los que me iban cruzando, que sin duda no tuvieron a una madre como la mía, recorrí el finger y me senté en la fila 12, C.

El runrún del avión al despegar y el recuerdo de la noche anterior en la que Jimmy me había pedido por teléfono que me casara con él, hicieron que mi corazón latiera con rapidez.

Colgué a las dos de la madrugada. Y feliz, decidí que no esperaba ni un solo día para reunirme con mi amado. ¡Qué bueno era lo del internet para estas ocasiones! Busqué un billete. Solo encontré este que, con suerte, me permitiría dormir un par de horas. Después llamé a mi madre, a mi amiga Lucía, con ella hablé ni sé el tiempo, y a mi hermana Jacinta, con la que me tuve que entretener un poco. Le expliqué dónde dejaba las llaves, también le anuncié que le mandaría un mensajito con la plaza del parking. Y luego, hablando muy bajo —no sé por qué si estaba en mi casa y nadie me escuchaba—, le expliqué dónde dejaba dinero para pagar a la señora que me limpiaba el piso. Apenas me quedaba tiempo y rápido, rápido hice el equipaje. Sin haberme acostado, llegué hasta el aeropuerto.

De pronto recordé mi preciosa maleta rosa y toda la ropa desparramada. ¡Qué coño me importaba a mí la maleta y la ropa si estaba volando hacia Londres en donde me esperaba mi amado Jimmy! Me dormí feliz.

Angustiada me desperté. ¿Me esperaba Jimmy? ¡Pero si ni siquiera lo había avisado! Ahora creía recordar que con los nervios, tampoco le había dicho sí a su petición de matrimonio.

© Malena Teigeiro

jueves, 11 de diciembre de 2025

Rembrandt: Moisés con las Tablas de la Ley, 1659.

 

Óleo sobre lienzo. 

Museo: Gemäldegaerie, Berlín, Alemania


El arte barroco se desarrolló entre los siglos XVII y XVIII. Su difusión abarca casi toda Europa y América latina.

Rembrandt lleva a las últimas consecuencias, el más barroco de todos los discursos pictóricos: el de la investigación de un personaje o de una situación a través de los contrastes de luz y sombra.

En este cuadro parece representar a Moisés, cuando al bajar por primera vez el monte Sinaí con las Tablas de la Ley en la mano y encontrarse a los israelitas idolatrando al becerro de oro, preso de la ira, las arroja contra el suelo y las rompe. 

En cambio, el rostro de Moisés intensamente iluminado podría hacer también referencia a la segunda bajada de Moisés, con las nuevas Tablas de la Ley después de haber hablado con Yahvé. 

Como es frecuente en Rembrandt, la misma escena representa dos momentos de una misma historia.

La figura de Moisés, de tres cuartos, visto de abajo a arriba, se yergue al borde del cuadro. La montaña del fondo y la roca delante de Moisés sugieren sutilmente el camino del monte Sinaí por el que desciende. El rostro y los brazos son las partes más iluminadas. Sólo tres notas de color, el rojo de fajín, el azul de la roca y el negro de las Tablas rompen los amarillos y marrones.

Toda la moral cristiana se basa en las Tablas de la Ley, dos placas de piedra que contienen los Diez Mandamientos. Son la serie de leyes y principios éticos que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí.

 

1.   Amar a Dios sobre todas las cosas

2.   No jurar su santo nombre en vano

3.   Santificar las fiestas

4.   Honrar padre y madre

5.   No matar

6.   No cometer acciones impuras.

7.   No robar

8.   No levantar falsos testimonios, ni mentir

9.   No consentir pensamientos ni deseos impuros

10.       No codiciar los bienes ajenos

 

Basta con transgredir uno solo de los Mandamientos para no cumplir con la Ley divina.  En uno de los Evangelios de Mateo, se dice que los Diez Mandamientos pudieran encerrarse en dos:

«Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo».

 

 

 

martes, 9 de diciembre de 2025

La cocina a mi alcance: Tronco de Navidad

 



La música es un lenguaje universal. Y los villancicos nos invitan a celebrar el mensaje eterno de Belén; nos traen recuerdos, añoranza, nos dicen que donde hay canto hay esperanza. San Agustín decía: El que canta reza dos veces.

Por eso, te invitamos a cantar algunos de estos villancicos mientras preparas este rico tronco navideño:

Noche de paz. Fue compuesto en 1818 en un pequeño pueblo de Austria. Nos recuerda que el nacimiento de Jesús es una promesa de reconciliación.

Adestes Fidelis. No hay seguridad si su composición data hacia 1743 o antes. Nos invita a acudir a Belén a adorar al Salvador.

Jingle Bells. Este villancico fue escrito hace unos 200 años. Es un símbolo de alegría navideña. La Navidad es tiempo de compartir.

El Tamborilero. Nos cuenta que un pequeño se gana la vida con un tambor y no teniendo nada que obsequiar al Niño decide darle una serenata como prueba de amor. El Recién Nacido le sonríe.

Campana sobre campana. Este villancico español nos lleva de la mano hasta Belén.

El Burrito sabanero. Desde Venezuela este villancico nos pone camino de Belén.

 

Ingredientes:


Una lata pequeña de Leche Condensada

4 paquetes de galletas María

7 cucharadas de chocolate en polvo

120 g de nueces o almendras troceadas

1 cucharadita de extracto de vainilla

½ cucharadita de jengibre

½ cucharadita de canela

Azúcar glas para espolvorear

 

Preparación:

En la batidora deshacer las galletas María bien finas. Mezclar con el chocolate en polvo con el jengibre y la canela. Añade las nueces o almendras troceadas. Incorpora la Leche Condensada junto con el extracto de vainilla y mezcla hasta obtener una masa homogénea.

Extiende papel film sobre la mesa y coloca la mezcla encima.

Envuelve la masa en forma de rulo, girándola sobre sí misma. Anuda los extremos y refrigera durante 4 horas.

Retira el papel film y, con un tenedor, haz estrías para que parezca un tronco.

Espolvorea con azúcar glas y sirve este dulce espectacular.

 

 

La noche del 24 de diciembre de 1914, en plena I Guerra Mundial, un soldado alemán empezó a tocar con una armónica la composición «Noche de paz» que sus compañeros entonaron. A esta iniciativa le siguieron los gaiteros escoceses y los soldados británicos, hasta que todos, en conjunto, cantaron «Adeste fideles». Este hermoso gesto no se volvió a repetir.

Mientras saboreas un trocito de este tronco navideño me gustaría que recordaras lo que Salustio ya dejó escrito: 

La concordia hace crecer las pequeñas cosas, mientras que la discordia arruina las grandes.


 ¿Estás de acuerdo?

domingo, 7 de diciembre de 2025

Amantes de mis cuentos: Finales de diciembre

 



Vivo en un pueblo que para llegar a él hay que atravesar campos sembrados de trigo. Detrás de mi casa hay olivos e higueras. Tengo siete años.

Estoy de vacaciones. Desde bien temprano en la mañana, al rayar el alba, me siento ante el pesebre, las figuras son de mi abuela, están algo descascarilladas pero mi madre dice que no me preocupe, que están en buen estado. Le doy un beso al Niño Jesús y como noté fría su carita de porcelana acerqué la mula y el buey para que lo calentaran con su aliento. No quiero que coja catarro. Y le volví a recordar lo que quería que me trajeran los Reyes Magos, hasta le prometí que, si se portaba bien, lo llevaría conmigo a tirar maíz a las gallinas. Se vuelven locas de alegría.

Por las noches busco en el cielo la estrella que llevó a los tres Magos hasta Belén montados, según mi abuelo, en camellos blancos. Yo no tengo camello, pero sí un perro que me acompaña a todas partes.

Al Rey Melchor, que es mi favorito, le he pedido una bicicleta con pedales, sillín y manillar, para ir en ella al colegio que está a unos cinco kilómetros. Mi segundo Rey favorito es Baltasar, le he pedido una cesta, ¿para qué?, para mi bici. En ella pondré mis libros. Mi tercer Rey favorito es Gaspar, le he pedido un timbre, sí, para esa misma, la que están pensando. Lo haré sonar por todo el camino.

Mi padre, que es un aguafiestas, me dice que a lo mejor me traen carbón, mi madre asienta con la cabeza, pero mis abuelos, que son mi adoración, me dicen que la esperanza nunca se debe perder.

 

© Marieta Alonso Más  

viernes, 5 de diciembre de 2025

Sol Cerrato Rubio: Luz improvisada

 


 

La ciencia del dolor ya desde niño.

 

Abrazas la semántica del amor oscuro,

los juegos de ilusorios personajes,

el brillo de los ojos desérticos

en los traslucidos cristales.

 

Atrapado en un limbo de palabras,

amasas la lentitud de un sol araucano.

Pentagramas para soles sostenidos.

 

Medras entre dardos envenenados

y ambiguos verbos atrincherados

en las frondosas azoteas.

 

Todo se derrumba

y no hay donde escapar.

 

Sin embargo, la semilla

encuentra su propia plegaría

y la fuerza del amor

consuela con su luz improvisada.

 

 Sol Cerrato Rubio

 

miércoles, 3 de diciembre de 2025

Amantes de mis cuentos: Viaje al pasado

 




Para alguien, esta foto de hace ochenta y tres años, tiene el poder de hablar, de contar cosas, de imaginarla como una ventana abierta hacia el futuro, hacia ese sol que calienta el cuerpo y también el alma, hacia esa luna que te hace guiños para que comiences a soñar.

La sonrisa de ella, la expresión seria de él refleja ese querer ver que su amor perdurará, que el mueble destinado a guardar el calzado, mostrará sus zapatos siempre juntos; ese querer formar una familia que llegó con tres embarazos: uno no tuvo un final feliz, con los otros dos llegaron sus hijas.

Tenían la fuerza de los años jóvenes para no temer a los problemas diarios, a las ilusiones truncadas, a las risas, a los aciertos, a los errores, a la suerte que no se sabe si va a llegar a darte un beso o una bofetada. No imaginaban lo que sería de ellos en la vejez, lo que les deparaba la vida.

Transcurrieron los años y esa fuerza de la juventud, estuvo con ellos, apoyándolos, para los adioses de los seres queridos, para la separación inimaginable de sus hijas durante diez años, para que de un plumazo le quitaran todo lo conseguido en muchos años de trabajo, para emigrar con casi setenta y ochenta años.

Si te quedas mirando un buen rato la foto, no podrás ver lo que duelen las ausencias, las heridas que dejan hondas cicatrices, los días felices de la infancia, los besos recibidos y los dados, las palabras, los gestos cariñosos, esos momentos que dejan huella… Pero, sí podrás sentir que, a pesar de todos los pesares, la vida tiene muchos momentos mágicos.

 

© Marieta Alonso Más