viernes, 6 de julio de 2012

Amantes de mis cuentos: Los Palacios


Pinar del Río (Cuba)
Estoy sentado en el alero de un tejado. Veo dos palomas revoloteando. Son hermosas. Se posan. Caminan… ella delante y el macho detrás siguiendo sus pasos, zureando. Hablan de amor. Caigo en la cuenta de lo solo que me siento a pesar de tantos fantasmas que me rodean.
¡No me diga que usted no cree en los güijes, en las hadas, en los elfos, en los trasgos, en las apariciones! Surgen de nuestros anhelos, sueños, miedos y créame…, existen. Yo soy uno de ellos. Y no piense en mí con benevolencia porque el final nunca está donde uno se lo espera. Ya lo verá.
Si usted me lo permite le puedo contar una parte ¡no se asuste! que no va a ser toda, de la historia de este pueblo y de mi vida cuando tenía los pies en la tierra.
¿Sí?
Allá voy.
En vida tuve la profesión de hatero. Los hatos son porciones de tierra despoblada destinadas a la cría de ganado vacuno, de cerdos. La distribución de estos hatos la efectuaba el Cabildo encargado de conceder la merced, una especie de recompensa a los españoles que nos comprometíamos a internarnos en lo desconocido. Los espacios de tierra que no tenían dueño se llamaban realengos y pertenecían al Rey de España.
Allá por mediados del siglo XVI en el territorio que se halla entre la costa sur y la sierra del Rosario se concedieron cuatro mercedades:
-                    El hato o corral “Sabanas Nuevas” entregado a Pedro Menéndez de Avilés el 27 de junio de 1569. Era un hombre de mal carácter. No tenía amigos. Un solitario. Mira que quise tener amistad con él pero fue imposible.
-                     El corral anegadizo de “Dayaniguas” entregado a Juan Gutiérrez Maribardo el 1 de octubre de 1574. Hombre excepcional. Gran cantidad de amigos. Un jaranero. No había fiesta en la que no estuviera, tocaba la guitarra con gran maestría y bebía mucho mejor.
-                     El hato “El Ciego” o “Sabana del Ciego” otorgado a Juan Sánchez el 27 de abril  de 1590. Ese soy yo. No se puede hacer una idea de lo que pude trabajar para salir adelante. No crean que yo era el dueño y señor de estas tierras, los otros tampoco, éramos los usufructuarios y el derecho a permanecer en estas tierras se basaba en cómo les sacábamos rendimiento. ¡Y oiga que yo no soy ciego! Aún me pregunto a cuento de qué vino ese nombre. Por avatares de la vida, noventa años después, mis heredades se encontraron bajo jurisdicción eclesiástica. Toda mi familia, hermanos, hijos, sobrinos, nietos, han estado siempre en el mismo lugar unas veces trabajando para unos y otras para otros, pocas para ellos. Como soy un hombre puntilloso le digo que no debe confundir sábana con sabana, la primera es la pieza que se pone en la cama ya sea la bajera o la encimera y la segunda es una llanura de gran extensión, sin vegetación arbórea, aunque cubierta de hierba. Dicho esto… soy una buena persona, familiar, siempre haciendo algo, un hombre encantador, en fin... como la recomendación viene de muy cerca no digo más.
-                     Los corrales de “Bacunagua” el de arriba y el de abajo fueron otorgados a Juan Solís el 2 de octubre de 1599. Fue un hombre trabajador como pocos. Siempre dispuesto a ayudar a sus vecinos. El mejor amigo que he tenido en mi vida.

Croquis de Los Palacios 1815
de D. Rolando J. Cordero Alfonso
Lo que es el pueblo no se fundó hasta 1760. Cuatro casas de tablas con techo de guano, varios pozos y una Ermita. Era un terreno baldío lleno de “mocorrero”. Esa piedra, compacta, áspera, porosa, con alto contenido de hierro. El nombre de la piedra viene de “moco de herrero” por su gran semejanza con el sedimento de las fundiciones, pero no piensen que todo era así, también existían bosques de ébano, cedro, caoba. Desde que se concedieron las tierras hasta finales del siglo XVIII la actividad de la zona fue la ganadería.
En esta zona de sotavento los pobladores éramos escasos. Unos pocos colonizadores blancos y algo más de siboneyes. Estos indios no eran tan guerreros como los taínos, aceptaban con mayor facilidad la servidumbre impuesta, con trabajar su conuco, pescar y cazar tenían bastante. Se sentían a gusto con la naturaleza y no tuvieron necesidad de crear una gran cultura, dedicaron todo su tiempo a nacer, crecer y morir. No, no eran muy altos, eran de baja a mediana estatura y totalmente desnudos guardaron una buena relación de equilibrio con cuanto les rodeaba. Entre sus enseres tenían grandes vasijas hechas con caracoles y otros moluscos, también de madera y piedras duras como el basalto rojo y la diorita, desconocían la cerámica y daban más importancia a la pesca que a la recolección, siempre se nutrieron de pescado, jutías, aves, tortugas, reptiles. Para la reserva de alimentos utilizaban la salazón y el ahumado. Recurrían a los pies y a las canoas como medios de transporte. Me imagino que aquellos indios que fueron capaces de crear una cultura mucho más avanzada como los mayas, aztecas e incas pensarían que los siboneyes eran un poco indolentes. Cuestión de criterios.
En 1717 cuando se estableció la Real Factoría de Tabaco en La Habana hubo una reacción enérgica por parte de los tabacaleros habaneros al monopolio estatal. La represión fue de tal envergadura que muchos criollos y canarios huyeron hacia Vuelta Abajo, región donde la autoridad de la Corona apenas existía.
Poco a poco la etapa de pastoreo fue perdiendo importancia ante las siembras de tabaco, caña y otros cultivos. La población comenzó a crecer. Se vincularon a la tierra y gradualmente fueron llegando nuevos pobladores que espantaron la soledad de estas tierras. Ya no eran tantos los animales de cuatro patas. 
Hubo grandes rifirrafes entre los agricultores y los hateros que no querían perder sus vastos territorios. La Iglesia apoyó a los campesinos por lo que no tuvieron nada que hacer los ganaderos.
Con tanto trasiego entre España y América se llevaron productos de esta tierra y se trajeron otros. Así fue cambiando la alimentación de los seres humanos. La papa que hoy desde aquí veo que es la base de la alimentación de millones de personas fue llevada a Europa por los conquistadores españoles como una curiosidad botánica y resultó esencial para matar el hambre. Nadie pensó que este tubérculo que en aquel entonces solo servía de alimento, diera tanto juego a la industria de cosméticos, que se sacara alcohol de ella y hasta que se hiciera papel prensa. El progreso es algo maravilloso y visto desde aquí me siento triste por no poder participar un poco de cada época y eso que no me quejo porque la que me tocó vivir no estuvo mal.  
Traje conmigo para trabajar en el hato a seis de mis hermanos. Uno de ellos acarreó de nuestra aldea semillas de cereza y las sembró detrás del bajareque. Hoy se sabe que el pH de la tierra influye en el grado de acidez o de alcalinidad pero en aquella época no teníamos ni idea. Las cerezas no hubo humano que se las comiera, en cambio, sirvieron de postre al ganado primero y a las gallinas después. No, los animales, no tienen el mismo gusto que los hombres. Nunca he visto huevos con la yema tan roja como aquellos. Un rayo acabó con el cerezo.
Cada uno de nosotros formó su familia, los hijos eran un tesoro, ahora oigo hablar de familia numerosa a lo que para nosotros era lo normal, claro que, toda acción tiene su consecuencia y así el pueblo fue creciendo en espacio y población.
Tengo a mi lado un alma que ha escuchado todo lo que le he dicho a usted y quiere agregar algo de su cosecha. Le dejo con él.

Hoy tomo la palabra porque escribir no puedo. Permítanme presentarme: me llamo Cirilo Villaverde. Según oigo por allá abajo dicen que he sido el único gran mito de la literatura cubana. Me tachan de escritor romántico, costumbrista, antiesclavista. Todo ello porque capté y traspasé al papel los soplos y los trazos populares, los conflictos, las tensiones, su ritmo. Lo describía todo: el campo, el hombre, sus costumbres, sus problemas, la sociedad que vivía con gran boato y la que vivía en la miseria. No crean que solo escribía obra literaria también me adentré en el mundo científico. Usé mis ojos para ver. Alguien llamado Max Henríquez Ureña dijo que mi vida fue mi mejor novela. Y eso que no sabe nada de mi vida después de muerto.
Nací el veintiocho de octubre de mil ochocientos doce en el ingenio Santiago, jurisdicción de San Diego Núñez, en la provincia de Pinar del Río. El mismo año en que Simón Bolívar inicia la campaña liberadora de Venezuela, cuando Napoleón Bonaparte batalla en Rusia y España y cuando en Cádiz surge la primera constitución española. Soy el sexto de diez hermanos. Las primeras letras las aprendí en la parroquia del ingenio donde trabajaban más de trescientos esclavos. Cuando murió mi preceptor, que era el sacristán, mi padre me envió a La Habana con una hermana suya que vivía en una casa destartalada cerca de la esquina de la calle Campanario Viejo y la de Maloja. Entre la escuela, mi tía y mi abuelo se me azuzó la imaginación.
Cuando llegué a La Habana con mi aire de provinciano mi cabeza fue como una esponja. Absorbí todas las contradicciones de una sociedad esclavista. Las ideas de Varela, la poesía de Heredia. Todo influyó en mí. No podía ser de otro modo. Las murallas se abrieron y las zonas de extramuros crecieron en poderío, en las plazas, barrios y calles bullían las personas con esa animación contagiosa propia de nuestro pueblo. Los nuevos ricos se alejaban del centro de la ciudad, llegaron nuevas costumbres de Europa. Los arcos de medio punto cedieron ante los dinteles rectos. Aparecieron los carruajes de lujo, el quitrín competía con las volantas. El hielo se puso de moda al igual que las heladerías en el Paseo del Prado y en el Paseo de Tacón. En 1828 subió el primer globo aerostático mientras en tierra seguían los pregones callejeros y los mendigos congestionaban los atrios de las Iglesias.
Me gradué de Bachiller en Leyes. Trabajé como abogado y en la enseñanza. Escribí en varios periódicos y revistas. Dos mundos en una misma ciudad, el barrio pobre en que vivía con mi tía y el otro donde me llevaba mi vida profesional. No me quedó más remedio que convertirme en un rebelde intelectual.
Mi amistad con Narciso López y las ideas independentistas cubanas me llevaron a la cárcel, pude escapar y crucé el charco. Al llegar a los Estados Unidos de América seguí escribiendo y  fomentando dichos aires. Me convertí en secretario de Narciso y me organicé en el exilio. Nunca fui rico, talvez llegué a ser un pequeño burgués.
Fue en Cuba donde escribí "Cecilia Valdés" o "La Loma del Ángel" que es la novela que me hizo más famoso. Se la dediqué a todas las cubanas. Solo habla de amor… aparentemente. ¡Ya me dirán! Pasó por las manos del censor regio, después por el sotacensor, especie de visir revisor y por último por el Capitán General. Fue casi imposible que por ese tamiz sobrevivieran otras ideas, pero los buenos lectores acostumbran a leer entre líneas. Pinté al negro y al blanco como hombres, al mundo de esos dos colores como fuente de ebullición e intenté no perder el sentido humano, el histórico y surgió esa novela que me ha dado tantas alegrías.
  Otras obras mías son: “La Peña Blanca”, “Dos amores”, “El Guajiro”, “La joven de la flecha de oro”, “Excursión a Vuelta Abajo” en la que hablo de Los Palacios y aquí os cuento lo que escribí:
 “… Poco después de las nueve llegamos al caudaloso río de Macurijes o Los Palacios. Y en la orilla izquierda, sobre una pequeña y chata colina, vimos las casas del pueblo del mismo nombre, en número de treinta o cuarenta, todas grandes, la mayor parte con techo de teja, entre las que sobresalían dos hermosas posadas y la Iglesia que es nueva, y de las más lindas de toda la Vuelta Abajo. Sobre el arco toral, en grandes letras negras leemos el nombre del arquitecto que la dirigió; era francés y se le llamaba Antonio Lacourts. La única calle de la población es tan ancha, que muy bien pueden cruzarla doce carruajes apareados sin rozarse. Al final de ella, hay en medio una gran cruz de madera que parece indicar el punto céntrico o asiento de la hacienda, en cuyos terrenos se ha fundado el pueblo de Los Palacios”.
Iglesia parroquial
Foto blog Historial Palaceño

Éste pueblo puede gustar o no. Respecto a su gente hay que reconocer que tuvo, tiene y tendrá personajes muy pintorescos. Los veo desde aquí. Sus cuentos de aparecidos son famosos en toda la comarca, hablan como eruditos sobre el poder de la mente, sobre los estudios que dicen que sólo se utiliza un diez por ciento de ella. Algunos están convencidos que si se esfuerzan en utilizar más la mente llegarán a comprender las cosas que ocurren en el más acá y que les afecta en el más allá. Y no hay quien les lleve la contraria.
Me llegó la muerte en Nueva York,  el veinticuatro de octubre de mil ochocientos noventa y cuatro, cuatro días antes de cumplir ochenta y dos años y cuatro años antes de que España perdiese sus últimas colonias, pero soy un hombre afortunado porque me llevaron a enterrar  al cementerio de Colón en La Habana.
Miro alrededor y se ha hecho un círculo inmenso de almas que dicen ser de Los Palacios y que quieren aportar su granito de arena. Por hoy es suficiente, les he dicho, pero no pasará mucho tiempo sin que volvamos a conectar con todos ustedes. Un abrazo inmenso desde el más allá a todos los palaceños que están en la tierra.  


Calle Maceo
Foto blog Historial Palaceño







Nota de la autora:
Este cuento se ha nutrido de varias fuentes para los datos, nombres y fechas. Enciclopedias, diccionarios, libros y el magnífico blog titulado “Historial Palaceño” de Osvaldo Gotera, que ha tenido la amabilidad de compartir fotos y croquis. Muchísimas gracias. Cualquier error que pudiera detectarse en este relato es culpa de su autora. Lo demás es pura fantasía.
© Marieta Alonso Más

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