Lo recuerdo como si fuese
ayer. Terminaba de trabajar y subía a mi habitación, situada en un apartamento
cerca del hospital. Y, sin quererlo, me paraba en las escaleras un segundo.
Allí, en medio del campo, entre establos y campos sembrados, miraba a lo lejos
y lo veía. Cuatro torres, erguidas orgullosas entre una bruma de luces, como
marcando la puerta hacia un destino incierto. Por supuesto, si la vista se
deslizaba hacia la izquierda, las luces proseguían hasta perderse tras el
horizonte.
Los skyline siempre me traen recuerdos. ¿De qué? No lo sé. Diréis:
pero, venga, ¿qué te hacen sentir? ¿Queréis saberlo? ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo
describir lo que me hace sentir ese momento en que viajo de noche y veo una
hilera de luces a lo lejos? No importa si es por tierra, por mar o por aire.
Las luces de los edificios en penumbra, como diminutas luciérnagas celosas de
sus secretos, llaman mi atención como si mi cuerpo no fuese humano sino
culicoide, atraído irremediablemente hacia la luz.
¿No os habéis preguntado
nunca qué sucede al otro lado? No, no me interpretéis mal. No es una cuestión
de deseo de cotilleo morboso, por supuesto que no. Es simplemente… Curiosidad.
Apellidadla literaria, si os place más. ¿Qué historias hay detrás de esos
respaldos de sofá que ocultan los miradores de los salones? ¿Qué ilumina esa
lámpara del techo con tres bombillas de tenues reflejos amarillentos?
A veces, lo reconozco,
algunas de esas luces me transportan al pasado. A una época en la que yo
caminaba por la calle junto a mis padres y mis únicos destinos eran los juegos,
las risas, los amigos y las aventuras infinitas. Puede ser en el mismo barrio
que mis pies infantiles recorrieron mil veces en su día o en otro lugar remoto
del país o del mundo. Mirar a lo lejos y ver las luces de la ciudad, el
conjunto de edificios casi dormidos alrededor de miles, millones de vidas
anónimas y diferentes, es magia. Sí señores, porque la magia existe, ¿quién
dice que no? Está en cada uno de nosotros, en cada acera, en cada portal y,
sobre todo, en cada luz que se enciende para iluminar un nuevo instante de vida
humana.
Por ello, mi mirada seguirá
siempre prendida del horizonte, de un más allá. De ese momento en que, por fin,
tenga mi propio hueco y mi propia luz alumbrando el camino que quiero recorrer
a partir de ahora.
La pregunta es, ¿me
acompañas?
© Paula de Vera García
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