Mi amiga Isabel que me
conoce bien ha venido a visitarme acompañada de una tartera redonda y grande, bien
llena -así
tendré comida para dos días- y
una receta.
Se dispone a hablar como la
catedrática que no ha sido, y me cuenta que es un plato tradicional de la
cocina judía que ha pasado a la manchega a través de los judíos conversos.
Aunque existe la leyenda -se coloca bien las gafas deslizadas
por su nariz- que:
«Dos
pastores aislados tras una nevada y teniendo solo un poco de aceite de oliva, unas
patatas y unas espinas de bacalao, el hambre les hizo ser creativos, por lo que
machacaron y machacaron los ingredientes en su poder para que la dureza de las
espinas se hicieran comestibles y lo zamparon con gran placer. De regreso a la
aldea la comidilla fue que estaba tan rico que dicho alimento hartaba hasta las
burras». Hay
referencias escritas de este plato desde el siglo XVII.
Isabel lo prepara de esta
manera y pretende que aprenda hacerlo como ella. No me gusta desilusionarla y
me callo a tiempo.
Un día antes hay que poner
en agua el bacalao para desalarlo y como el médico le ha recomendado comer sin
sal, le quita el agua tres y cuatro veces. A la mañana siguiente preparada con
su albo delantal sigue estos pasos:
Cuece un kilo de patatas
con piel durante treinta minutos. Sazona. Cuece el bacalao -unos cuatrocientos gramos- durante cinco minutos. Reserva
el agua. Pica dos dientes de ajos, pela las patatas y desmiga el bacalao.
Maja los ajos en un mortero, me dice, ¿espachurro? le pregunto y me dirige una mirada asesina… Repite.
Maja los ajos en un mortero con la patata, e incorpora el bacalao mezclándolo bien, luego añade un poco de aceite de oliva virgen extra, sin dejar de mezclar. Si queda muy espeso échale un poco del caldo del bacalao. Puedes decorarlo con nueces y con huevo cocido. Y ya está.
Maja los ajos en un mortero, me dice, ¿espachurro? le pregunto y me dirige una mirada asesina… Repite.
Maja los ajos en un mortero con la patata, e incorpora el bacalao mezclándolo bien, luego añade un poco de aceite de oliva virgen extra, sin dejar de mezclar. Si queda muy espeso échale un poco del caldo del bacalao. Puedes decorarlo con nueces y con huevo cocido. Y ya está.
Casi me convence -con lo fácil que es- para que lo haga la
próxima vez que venga a verme. Lo más seguro es que de aquí a allá… pierda el
impulso que me ha hecho decirle que sí.
Ya me diréis si os gusta.
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