Procesión. Acrílico sobre papel Autora: Socorro González-Sepúlveda |
La
lluvia cae sin cesar fría y constante. La humedad se mete dentro de las casas
ni los braseros encendidos ni la calefacción, siempre insuficiente, logran calentar estas viejas casas de pueblo, donde
las puertas no cierran bien y el viento campa a sus anchas.
Las
mujeres del pueblo van y vienen a la iglesia “a velar al Señor”, es la
costumbre. Se apiñan alrededor del monumento, donde las flores y las velas
encendidas le dan un aire de recinto mortuorio. Ellas son, como siempre, las
que velan, ¡Siempre han sido ellas! Mientras tanto, la mayoría de los hombres juegan
a las cartas en el bar.
Ellos
acuden a la iglesia en contadas ocasiones: entierros, misas de difunto y en las fiestas del pueblo. Hoy
Viernes Santo, a los pocos que entran en la iglesia, se les ve cabizbajos e
incomodos. Eligen los asientos de atrás, se santiguan haciendo un garabato
después de quitarse la gorra y se quedan mirando al suelo con insistencia.
La
iglesia es grande. Las imágenes, tapadas con paños morados en señal de luto, parecen
fantasmas. En la penumbra, unas monjitas preparan el altar donde el cura
oficiará esta tarde. Estas cinco monjitas han llegado de América Latina y se
han quedado en este pueblo sin tradición de conventos. Son jóvenes, sonrientes
y activas. Cantan y tocan la guitarra en las misas, alegran y alborotan, dando
a la iglesia un tinte festivo que antes no tenía.
Por
la tarde, un tropel de niños hace sonar
la carraca llamando a los oficios, no se pueden tocar las campanas hasta
que el Señor resucite, recorren todas las calles del pueblo, a pesar de la
lluvia. La gente comienza a salir de sus casas arropados como si fuera
invierno. Todos llenan la iglesia ricos y pobres, niños y viejos.
Sale
el cura vestido de morado con sus mejores galas, seguido de los monaguillos. Es
un curita joven y bajito, tan bajo, que cuando se arrodilla detrás del altar
desaparece, pero su voz potente retumba en el recinto. Avanza la liturgia. Los
viejos llevan mal arrodillarse y levantarse tantas veces. Los niños, que se
aburren, comienzan a correr por el pasillo. Las madres se impacientan y, las
señoras de mediana edad que frecuentan la iglesia para ver y ser vistas,
cargadas de joyas o de bisutería,
bostezan y murmuran entre ellas indiferentes a la pasión de Cristo.
Los
oficios son largos y tediosos, en la iglesia hace frío. El ayuno del viernes y
la lluvia; el olor de la cera y el runrún del sermón, adormece a la gente. Sin
embargo, en un rincón del templo muy poco iluminado, un cristo muerto, pintado
en una cruz, parece vivo.
© Socorro González- Sepúlveda Romeral
Estupendamente descrito.
ResponderEliminarEn mi pueblo, antes de la procesión, había una subasta. El que pujaba más alto sacaba de la iglesia el Cristo.
Gracias, Mina.En mi pueblo también se puja, pero después de la procesión. El cuadro de arriba del relato recuerda la procesión del Cristo.Un beso.
ResponderEliminarBuena descripción de las mujeres y hombres en los oficios de la Semana Santa, en un pueblo castellano.
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