jueves, 31 de agosto de 2017

Amantes de mis cuentos: Luz del amanecer (Versión francesa)

La pesca del atún en Ayamonte



LUMIÈRE DU JOUR


L'éclat de l'aurore habille d'argent les échines des thons. Une lumière blanche et bleue dans les eaux, dorée dans la dunette. Je devine qu'il le sait. Aujourd'hui la pêche a été abondante. Depuis notre enfance nous travaillons, coude à coude dans la capture du thon. La pêche du thon, comme autrefois pour les Romains, n'a pas de secret pour nous. Les pêcheurs les plus expérimentés les sélectionnent, l'un d'eux pèse deux cents kilos. Les visages rient.

Après le dépeçage je lui parlerai. Nous dominons le ronqueo, qu'on appelle ainsi par le bruit que la machette produit après être entrée en contact avec l'épine dorsale. Avec la gaffe levée, il me regarde fixement. Je baisse les yeux. Quelqu'un est allé le lui raconter.

On dit que de ce poisson nomade, comme du porc, on profite de tout: la nuque, le tarantelo, la queue blanche, les frais de grain, celles de lait, les échines et le coeur. Sur le banc mon ami place le mormo, le contramormo, situé juste entre la tête et la nageoire. Près de ceux-ci le cou, nous savons tous les deux comment sa femme les prépare. Il me regarde de nouveau et aiguise le poignard. Il n'y a personne entre nous. Il jette avec rage à un container la peau et les épines.

Comment lui faire comprendre que depuis que nous étions enfants nous aimons la même femme, la sienne, que j'ai voulu m’eloigner et il m’en a dissuadé? Hier soir ce fut la seule fois. Je le jure et je le regrette, mais je ne peux pas le tromper. Je n'ai jamais été aussi heureux que pendant ces heures auprès d'elle. Comment lui dire que cela n’arrivera jamais plus? Que je pars pour toujours. Que ce ne fut qu’un moment de faiblesse.



Il ne me donne pas l’occasion. Avec la même furie qu’il a jeté les restes au container, il laisse le couteau, me pique avec le crochet et me lance à cette mer qui semblait aujourd'hui sereine.



Traducida por: 

María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia.


Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa.

Muchísimas gracias María. 


Luz del amanecer

El brillo de la aurora viste de plata los lomos de los atunes. Luz blanca y azul en las aguas, dorada en la toldilla. Intuyo que lo sabe. Hoy la pesca ha sido abundante. Desde niños trabajamos codo con codo en la captura del atún. La almadraba, al igual que antaño para los romanos, no tiene secreto para nosotros. Los pescadores más experimentados los seleccionan, uno de ellos pesa doscientos kilos. Ríen los rostros.

Tras el despiece hablaré con él. Dominamos el ronqueo, que así se le llama por el ruido que el machete produce al entrar en contacto con la espina dorsal. Con el bichero en alto me mira fijamente. Bajo los ojos. Alguien le ha ido con el cuento.

Se dice que de éste nómada pez, al igual que del cerdo, se aprovecha todo: el cogote, el tarantelo, la cola blanca, las huevas de grano, las de leche, los lomos, y el corazón. Sobre el banco mi amigo coloca el mormo, el contramormo, situado justo entre la cabeza y la aleta. Junto a ellos el morrillo, sabemos los dos lo rico que los prepara su mujer. Me vuelve a mirar y afila el puñal. No hay nadie entre nosotros. Tira con rabia a un contenedor la piel y las espinas.

¿Cómo hacerle comprender que desde niños amamos a la misma mujer, la suya, que quise poner tierra por medio y él mismo me disuadió? Fue anoche la única vez. Lo juro y lo siento, pero no puedo engañarlo. Nunca fui tan feliz como esas horas junto a ella. ¿Cómo decirle que no volverá a suceder? Que me marcho para siempre. Que fue un momento de debilidad.

No me da lugar. Con la misma furia que tiró los restos al contenedor deja el cuchillo, toma el gancho, me pincha y me arroja a ese mar que hoy parecía sereno.

© Marieta Alonso Más 

martes, 29 de agosto de 2017

Antonio Portillo: Me acuerdo...

Vega del río Guadalbullón. La ciudad de Jaén a la izquierda.

Me acuerdo...
de esos campos ondulados,
donde la vida y la esperanza
se esparcían en el aire
cual fragancia frágil.

Rodeada de lanzas flexibles,
la lira suplicaba airada
ante un mar de grises
con pies retorcidos y pardos.

Pacíficos grises empujados hacia la mar
por un céfiro azafranado y firme.

Como un fulgor suave
apareciste con tus gasas níveas;
tu rosado velo flameaba
hacia el pasado cual susurro
de hojas sin nervaduras.

Y como una mariposa enamorada,
la luz de mi mirar sedujiste.

Recuerdo tu amanecer
en ese esmeralda
cuando el zafiro discurría
como un beso caído del cielo.

El Cosmos orbitaba cual satélite
ante ti, estrella de mi corazón.

Fui el rebelde humo horizontal,
que dispersa el tiempo
en la noche maquillada
de lunares profundos,
cuando por mis ventanas
despertaron y el verde
me asesinó en púrpura.

Dormitaba la casa muda
contemplando mi hoguera abisal.

Sin tu halo, sentí el vacío
de  tu ausencia, que me aterró.

El incendio ahoga los oteros
que pasean, pensando en huir.

…Y un cometa fenece en lo oscuro.


© Antonio Portillo Casado





https://antonioportillocasado.blog/
Poemarios:


domingo, 27 de agosto de 2017

MJ Pérez: Playas y Amaneceres


           Hace unos meses hablaba con mis amigos sobre el sentimiento de pertenencia.
Para bien o para mal, tuve que dejar el lugar donde vivía para buscar trabajo.
No lo hice sola, pues mi otra mitad y yo emprendimos el camino juntos.
Pero es imposible no echar de menos tus raíces, tu principio.
Preguntarte cómo serían las cosas si estuvieras en donde te has criado.

No soy de playas, mi piel no soporta el sol.
Sin embargo, desearía pisar la que me ha visto crecer.
Me encantaría poder hacerlo. Tener la posibilidad de pasear por su orilla
Observar las caras de la gente a la que he saludado siempre.
La sonrisa de un vecino que hace días que no me ve.
Esas cosas, ya no las tengo.
  



No me malinterpretéis. He conocido a gente maravillosa.
He reído hasta decir basta.
Soy feliz aquí.
Pero nada es perfecto, por mucho que la gente intente decir lo contrario.
Hermanos, padres, familia, amigos... No verlos es duro, te falta un pedazo.
Aunque viaje, aunque ellos me visiten.
Es complicado.
Extraño mis playas y amaneceres.





© M. J. Pérez




viernes, 25 de agosto de 2017

Luis Miguel García de Mora (Lumigarmo): Crónicas de mi padre III

La actualidad de ayer

La cosecha - 1882
Camille Pisarro



Un tema candente

El trabajo femenino en los medios rurales

En verdad que no resulta demasiado fácil la promoción profesional de la mujer trabajadora en los medios rurales, salvo cuando «ellas se aficionaron a acudir como alumnas a las escuelas agrícolas que existen en algunas poblaciones: para capataces agrícolas, para la técnica enológica, etcétera. Y ello se nos antoja aún, no obstante la acelerada emancipación laboral y social de las féminas, un tanto lejano; llegará, como todo, pero tardando un poco más…

Normalmente, las mujer que labora en diversas temporadas campesinas ha llegado literalmente a donde iba, tanto la que ya venía dedicándose a distintos menesteres: arranque de leguminosas, vendimia, recolección de la aceituna…, como la que, velis nolis, al faltar en el hogar el marido o el hijo, emigrados para más o menos tiempo, se ha visto impelida a dedicarse al agro aportando sus brazos y su esfuerzo. Y es evidente que en tales faenas no cabe para la mujer ni la capacitación cuantitativa ni la cualitativa. Desempeña una misión (raramente cualificada y por lo común manual), percibe el salario que le dan y… no hay más consecuencias.

Claro que en algunos pueblos y ciudades ha surgido en los últimos tiempos una actividad entre artesana e industrial, como es la confección de ropas: camisas, pantalones, chaquetas, batas, gorras, prendas interiores…., y esto ha imprimido un nuevo sesgo a la situación de la mujer como parte activa de la sociedad rural. Los puestos de trabajo previstos se han ido cubriendo rápidamente, y a veces faltaron para el número de solicitantes. Buen indicio. La promoción se ha realizado haciendo de la necesidad virtud. Necesidad de llevar a la familia un auxilio; y necesidad, también de lograr la trabajadora (adolescente y mocita, sobre todo, porque a esas edades nutren más la demanda) un estimable ingreso con qué atender sus «gastillos» de vestir, de ver espectáculos, de adquirir los inevitables caprichos del «bello sexo», que en esto no tiene fronteras ni diferencias de habituabilidad. La mujer de la gran urbe no difiere, y hoy menos que nunca, de la que ha nacido en un núcleo de solo tres mil almas…

Muchas mujeres, en esta increíble época de pleamar migratoria, hubieran abandonado las zonas agrícolas para (por no apetecerles laborar en ellas) colocarse en fábricas de conservas, de hilados y de tantas otras variedades en las ciudades importantes: Madrid, Barcelona, Valencia…, o bien, «in extremis» para prestar servicio como doncellas, asistentas, freguetrices y todos esos menesteres domésticos que se conocen hoy, más noblemente y para sus representantes, como «empleadas del hogar». Pero la creación de estas plantas y talleres de confecciones de ropas ha evitado en considerable proporción la dispersión de la mujer, que queda más segura -no hay que decirlo- en sus puntos de origen, junto a los suyos. Al menos, si se les depara una oportunidad.

Almagro y otros municipios del Campo de Calatrava, donde desde hace varios siglos la mujer ganó con el encaje de bolillos el pan de cada día, se enfrentan con la competencia de la encajería de fábrica, motivando que aquélla se vea desplazada (y con la ventaja de que hay beneficios económicos más altitos) a la confección de ropas, al bordado de tarjetas a máquina, a algunas industrias de conservación de berenjenas, pisto manchego y otros frutos…

Es decir, que la mujer manchega, de cualquier modo, se invierte más que nunca en una gama de variados oficios, y que el campo y la emigración van teniendo con frecuencia la contrapartida de las nacientes actividades menores. En este aspecto, muy bien la cosa. Pero lo que no es tan sencillo es la promoción de la trabajadora en cuanto a un mejoramiento paulatino en su propio hábitat laboral. Puede, por supuesto, alcanzar más destreza, adquirir más experiencia, pasar de una sección a otra, dirigir un carro. Pero no se sube, porque no existe posibilidad alguna, a una respectiva categoría sensiblemente superior. El techo está próximo y ya no se puede pasar. Coser una prenda, bordar una tarjeta, enlatar unos pimientos, ordenar unas cajas o acomodar una nave, verbigracia, no tiene para la obrera una escala de valores y avances profesionales. La limitación de funciones es evidente e insuperable.

De todas maneras, sí, se advierte hoy en las comarcas manchegas una inquietud tremenda, patética casi por el trabajo para la mujer, con la que la vida social ha experimentado en ellas un giro de ciento ochenta grados.



Miguel García de Mora. Escritor.
Europa Press
30 de agosto de 1976
Página 9





Miguel García de Mora Gallego, «El narrador de La Mancha» nació en Manzanares en 1916 y murió en La Solana en 2013. Llega a este Blog de la mano de su hijo Luis Miguel que lo define como un hombre sencillo y un periodista incansable. Para su hija Gloria, su padre, fue un manchego de pro, de franqueza campechana y corazón abierto, que se sintió Quijote y Sancho en extraña confusión. 

Muchísimas gracias a los dos por permitirme publicar algunas de sus crónicas.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Brújulas y Espirales: Antonio Ungar "Tres ataúdes blancos"

Blog Literario de Francisco Martínez Bouzas

EXÓTICOS DICTADORES*


Tres ataúdes blancos
Antonio Ungar
Editorial Anagrama, Barcelona 2010, 284 páginas.


   Lunes, 8 de noviembre de 2010, los canales de TV, los periódicos y blogs de medio mundo difundían la noticia: por primera vez un escritor colombiano, Antonio Ungar con su novela, Tres ataúdes blancos, gana uno de los más prestigiosos premios literarios independientes del mundo hispanoamericano, el Premio Herralde de Novela, instituido hace más de un cuarto de siglo por la Editorial Anagrama de Barcelona. Antonio Ungar, que estudió arquitectura en la Universidad Nacional, ejerció mil oficios – como si siguiese los pasos de Roberto Bolaño – pero, por fortuna para la narrativa, sólo le interesa escribir, “ser un especialista en decir mentiras”. Y tiene razón porque si algo es fabular, es sin duda crear una gran farsa, una catarata de invenciones. Sin embargo, y  a pesar de que el mismo autor define su novela como una farsa con un gran componente de humor negro y su acción se sitúa en un país imaginario, la República de Miranda – nombre sacado de la película El discreto encanto de la burguesía  de Luis Buñuel – y que así mismo confiesa que se inventa un país que no existe, pero muy similar a algunos del continente Latinoamericano, y un líder que podrá ser leído en clave chavista en Venezuela o en clave uribista en Colombia, el tenaz imperio de la realidad y todas las pistas que aparecen el texto, inclinan sin duda al lector a leer este thriller político pensando en Colombia. Y en un tiempo no muy alejado del presente, no obstante la prolepsis o salto de diez años hacia el futuro en el tiempo de la historia que los lectores hallarán en las páginas finales.
   Un thriller político entroncado con la novela de dictadores, un subgénero en el que es tan fecunda la tradición literaria latinoamericana. Pero novela de dictador con rasgos tan específicos que la hacen única y totalmente diferente: sátira, humor negro, ironía, asociados al horror extremo, no apto para todas las sensibilidades. La trama de Tres ataúdes blancos presenta, en breve síntesis, las vicisitudes de un ciudadano de a pié, absolutamente inocente respecto a lo que realmente se mueve en las esferas del poder, que se ve forzado a suplantar al asesinado líder de la oposición en la descabellada aventura de intentar acabar con el régimen totalitario de Miranda, gobernada desde hace varios lustros por el presidente Tomás del Pito, elevado al poder en sucesivas elecciones formalmente democráticas, fundador del pitismo, un régimen corrupto que sobrevive en base a la asociación con los principales narcotraficantes titulares, con sus testaferros y con sus Escuadrones de la Muerte. Y en lucha con guerrillas estalinistas desalmadas que reciben igualmente la feroz crítica del protagonista narrador. Una inevitable historia de amor, tamizada así mismo por la ironía, actúa de hilo conductor de la historia.
Antonio Ungar
   A medida que la novela cobra cuerpo, el thriller se convierte en un absurdo total porque tanto el poder dictatorial como sus compañeros de oposición, comprados por el pitismo, emprenden la caza del protagonista, que será finalmente eliminado. Pero antes, como imitador del líder muerto, dinamita a la dictadura simplemente con la reproducción caricaturesca de los lemas y discursos de este “capo di tutti i capi”, que por ejemplo defiende la tortura porque la considera esencial para la pervivencia del estado de derecho o que, en un ataque de misericordia, se ofrece a comprar a buen precio las tierras de las viudas y huérfanos con los que sus sicarios iban regando el país. Un dictador hasta tal punto carnavalizado y llevado al esperpento, que la caricatura lo convierte en un exótico ser angelical. Serán  otros, los paramilitares Escuadrones de la Muerte los que de forma vicaria actúen en su nombre sembrando el terror y la muerte entre los opositores y movimientos indígenas.
   Sátira, humor negro y una arquitectura narrativa aparentemente desordenada y convulsa para abordar la realidad ( en Colombia, confiesa el escritor, tras una matanza, esa misma tarde ya hay un chiste ) y que explota, en el desenlace del relato, con el horror y el espanto. En un espectáculo terrorífico aderezado con toda la brutalidad de una dictadura exótica, corrupta y sanguinaria. Vea el lector, si su sensibilidad lo resiste, el retrato de los “corrales” o “carnicerías” descritos por los líderes desmovilizados de los Escuadrones de la Muerte. Y una afirmación estremecedora que el autor pone en boca de la enamorada sobreviviente: “son y serán siempre  imposibles los relatos policíacos en la República de xxxxxxxxx También los vividos, porque en xxxxxxxxx nunca hay pruebas, nunca hay culpables, nunca se sabe quién hizo qué, por qué se mata o por qué se muere”
                                       
 *Enviado para su publicación en el periódico El País de Cali ( Colombia )

miércoles, 1 de diciembre de 2010


Premio Herralde de novela para el escritor colombiano Antonio Ungar

El día 8 de noviembre de 2010 un jurado compuesto por Salvador Clotas, Marcos Giralt Torrente, Luis Magrinyà, Vicente Molina Foix y el editor Jorge Herralde, proclamó como obra ganadora del XXVIII Premio Herralde de Novela, Tres ataúdes blancos del escritor colombiano Antonio Ungar. La foto recoge la entrega del Premio al autor latinoamericano

lunes, 21 de agosto de 2017

María del Carmen Aranda: Demencia

"Kate la loca" del pintor J.H. Füssli, 1806





«Las locuras que más se lamentan en la vida de un hombre son las que no se cometieron cuando se tuvo la oportunidad».

Helen Rowland (1875-1950)
Periodista y humorista estadounidense






Todas las mañanas, el pequeño Rafa, al pasar por delante de la casa, miraba atentamente hacia una muy especial ventana.

Desde lejos se podía ver una sombra moviéndose, altiva, nerviosa muy acalorada, se asomaba sólo al caer la tarde, intentando esconderse tras los gruesos barrotes que enmarcaban su deteriorada y rancia ventana.

Ella,  aparecía sucia, despeinada como si hubiese estado librando una fuerte batalla, pudiéndose escuchar a los lejos sus gimoteos, ver la palidez de su rostro y de su sonrisa terciada.

Nadie sabe cómo empezó ni qué sucedió, simplemente una mañana la vieron en la orilla de la playa levantando sus sucios sayos y enseñando su vientre plano, chasqueando su lengua, chirriando sus dientes, gesticulando su cuerpo como si quisiese controlar el mundo, inmovilizar su propia sombra o dirigir la dirección del viento.

—¿Fue alguna vez feliz?—se preguntaban los vecinos.

—¡Sí, sí que lo fue y aún lo sigue siendo!—gritó un niño con fuerza exprimiendo su aliento—. Ella es mi amiga y todos los días a mi perro Rufo y a mí nos cuenta cuentos. A Rufo le dice que cuide de mí, a mí que cuide de mis abuelos, que ame lo bello que hay en el mundo y que algún día la comprenderemos.

La gente que la conocía no entendía que las personas cambian con el paso del tiempo, que la belleza se lleva en el alma y en la mente y no en el cuerpo y que detrás de aquella ventana donde aparentemente solo había locura, una vez hubo vida y sentimiento.

Una mañana, el perro de Rafa, como todos los días al pasar por su ventana, aulló olfateando el mal presagio de un definitivo adiós.

Aquella pobre loca, ya vencida por el tiempo, finalmente les dejó.

Fueron el niño y el perro sus dos verdaderos amigos que comprendieron que la vida es eso, solo tiempo.

La locura que habita en nosotros en un síntoma de felicidad, no la ocultemos tras una falsa dignidad, vivámosla.

Mosaico romano



© María del Carmen Aranda

sábado, 19 de agosto de 2017

José Carlos Peña: Las hormigas

                                         




Lo que más le gustaba a Dany de la casa del pueblo era que había bichos. Era una casa vieja y un poco pequeña, y en invierno hacía tanto frío que sus padres no lo llevaban casi nunca, porque tenían miedo de que pillara un constipado. Pero cuando hacía buen tiempo pasaban allí todos los fines de semana.

Al principio Dany se aburría un poco, porque no había niños pequeños como él con los que jugar, aunque muy pronto encontró algo con lo que entretenerse.
Como en su barrio no había árboles, en la casa donde vivía todos los días, en el cole y en el parque infantil tampoco  había pájaros, ni bichos de ninguna clase. De hecho, a la profe casi le daba un patatús cuando en verano se colaba alguna mosca dentro del aula, y rápidamente avisaba al conserje, porque los niños se distraían siguiendo al pequeño insecto con la mirada y no atendían a las explicaciones.

Y además, como sus padres siempre decían que la suciedad traía bichos, en su casa nunca hubo ninguno, aparte de una araña de patas larguísimas que estuvo viviendo una temporada en un rincón del techo de la cocina, hasta que su madre la vio y le cambió el color de la cara, y su padre casi se rompe una pierna subiéndose a un taburete para quitarla de allí. Luego a él se lo recordaron muchas veces, pero Dany no estaba seguro de si lo había visto o lo había soñado, porque cuando ocurrió aquello era demasiado pequeño.

Sin embargo, en la casa del pueblo había bichos por todas partes y parecía que a sus padres les daba lo mismo. Debía ser porque él se entretenía mucho observando los regueros de las hormigas, y mirando cómo arrastraban de aquí para allá pequeños trozos de hojas, ramitas y también las migas de las galletas que él iba poniendo en su camino.

Cuando se cansaba de mirar a las hormigas, Dany podía pasar mucho tiempo buscando escarabajos entre la hierba, persiguiendo a las mariposas o fastidiando a los caracoles, que como eran tan lentos no podían escaparse y terminaban siempre escondidos dentro de la bola que llevan encima de la espalda.

Mientras hacía todo eso, sus padres lo miraban pero no decían nada.
Tampoco decían nada, aunque su mirada parecía más extraña, cuando empezó a llevarse bichos a casa.  Primero fue un caracol, que estuvo dando vueltas por su mesa de estudio y dejando un reguero de babas brillantes hasta que desapareció misteriosamente mientras él cenaba en la cocina. Después, cuando se guardó en un bolsillo dos pequeños escarabajos de color rojo, con puntitos negros en el lomo, sus padres tampoco le dijeron nada, aunque lo miraban de manera extraña, como si supieran que los había puesto dentro de una cajita de clips junto al cristal de la ventana; el caso es que al día siguiente, cuando volvió del cole, la cajita tenía la tapa levantada y estaba vacía.

Como sus padres no decían nada, probó con unas hormigas. Se llevó unas cuantas en un botecito de plástico, las soltó debajo de la cama y les dejo unas miguitas de pan, por si tenían hambre.

Así, todas las noches, mientras sus padres veían la tele en el salón pensando que estaba dormido, se introducía bajo la cama y las buscaba con la luz de su móvil de juguete. Algunas veces veía una, o dos, y otras veces ninguna, pero siempre observaba con satisfacción que las miguitas de pan que él les ponía habían desaparecido.

Hasta que una noche se llevó un susto muy grande cuando vio que las hormigas ya no eran dos, ni tres ni cinco, sino una fila muy larga que recorría todo el rodapié bajo la cama, desde un pequeño agujero entre una baldosa y la pared.

Aquel fue su secreto durante algunos días y algunas noches, hasta que su secreto ya no podía ser tan secreto, porque la fila de hormigas salía de su cuarto y se perdía en el pasillo. Encontró algunas, al día siguiente, buscando comida en el suelo del cuarto de baño, y otras, unos días más tarde, rebullendo entre los pelos de la alfombra del salón.

Dany les dejaba cada vez más comida bajo la cama, para que no tuvieran que ir a buscarla en las demás habitaciones, pero ellas no hacían caso, y un día vio con pavor que la fila de hormigas corría por encima del fregadero de la cocina mientras la familia desayunaba tranquilamente. Sus padres lo miraban, con esa mirada extraña que él no sabía qué quería decir, pero no le decían nada.

El siguiente fin de semana, su madre no fue al pueblo porque dijo que tenía que resolver algunos asuntos en casa. Dany pasó el tiempo como siempre, buscando bichos por el campo mientras su padre charlaba con los vecinos o jugaba al futbol con los chicos mayores. Pero casi no se atrevía a mirar las hormigas, por lo menos cuando creía que su padre lo estaba observando.

Luego, al llegar a casa el domingo por la noche, se llevó una sorpresa muy grande al entrar en su cuarto: sobre una estantería nueva, en una pared donde siempre daba el sol, su madre había colocado una pecera llena de algas. Entre todas esas hierbas se movían a la velocidad del rayo unos pececillos brillantes, con rayas rojas y cuerpos casi transparentes; y pegado a la pared de cristal se arrastraba un caracol de agua, que no se escondía en el caparazón por mucho que él se acercase a mirarlo.

­–Cuando sean mayores y se acostumbren a ti –le dijo su madre– los peces nadarán más despacio y podrás observarlos mejor.

Otra sorpresa fue comprobar que las hormigas habían desaparecido y no quedaba ni una en toda la casa; pero, como ya era habitual, sus padres no dijeron nada de eso.



© José Carlos Peña