A los dos años se quedó huérfano y fue criado por unos tíos que con sus menguados ahorros, al cumplir los catorce, le enviaron a estudiar dibujo en la escuela de artesanos de su ciudad natal, al mismo tiempo que trabajaba en el taller de cerrajería de su tío. Sus esfuerzos se vieron recompensados pues dos años más tarde, Sorolla era admitido en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia.
La plena dedicación al arte fue su rasgo
más característico. Obtuvo diversos premios en exposiciones valencianas y en la
nacional de Madrid. En 1885 marchó a
Roma, con una beca de la diputación de Valencia para estudiar a los maestros
del Renacimiento y del Impresionismo, y allí residió hasta 1889, salvo cortos
viajes a Paris, 1885; Madrid, 1887 y Valencia, 1888; éste para contraer
matrimonio con Clotilde, hija del fotógrafo Antonio García, uno de los más
fieles protectores de Joaquín.
Durante treinta y cinco años,
Clotilde fue quien organizó su casa, sus finanzas, la educación de sus tres
hijos, los asuntos domésticos… Para que nada pudiera distraer a Sorolla de su
trabajo.
A su regreso a España pasó a vivir en
Madrid, donde en la exposición nacional de 1895, le fue concedida una primera
medalla por el cuadro «Y aun dicen que el pescado es caro» lienzo donde la
protesta social halla su expresión en los rostros de los pescadores que
atienden a su compañero herido.
En la nacional de 1901 se le otorgó
la medalla de honor por el conjunto de las obras presentadas. Concurrió en
repetidas ocasiones al Salón de Paris y las primeras bienales de Venecia, y
participó en otros muchos certámenes internacionales -Viena,
Berlín, Múnich- obtuvo entre otros, el premio de honor de la universidad
de Paris, en 1900.
En 1906 celebró una gran exposición
en las galerías George Petit, de la capital francesa, donde reunió hasta 500
obras entre cuadros y apuntes. Ya por entonces había empezado a pintar en
diferentes lugares de la Península, así como a emprender viajes por otros
países con motivo de sus exposiciones, como la de Londres, en 1908, y la de la
Hispanic Society, de Nueva York en 1909, que después pasó a Búfalo y Boston.
En 1910, Sorolla era un pintor de
renombre internacional. Los críticos le aclamaron como maestro de la luz. Era
un genio para captar la carga dramática de un momento fugaz. Durante sus cinco meses
de estancia en los Estados Unidos de América, pintó numerosos retratos, entre
ellos el del presidente Taft. Tan solicitados fueron sus cuadros que en vida
fue el pintor español más rico de su tiempo.
En 1911 volvió a Norteamérica con motivo de
sus exposiciones en Chicago y San Luis, ambas patrocinadas por la Hispanic Society,
y firmó con el presidente de la misma, Archer M. Huntington, un contrato para decorar
la biblioteca de dicha institución con temas representativos de las diversas
regiones españolas –un total de catorce
paneles de 70 metros de longitud por 3,5 metros de altura– que ocupó al pintor
de 1912 a 1919, mostrando en ellos con singular maestría una arrolladora visión
de España, con sus curtidos campesinos abulenses, sus bronceados pescadores
valencianos, sus alegres bailaores andaluces...
Elegido en 1914 miembro de la Real Academia
de Bellas Artes, cinco años después pasó a desempeñar la cátedra de colorido y
composición en la escuela de San Fernando de Madrid.
Apenas habían sido embalados los
paneles para su envío a Nueva York, Sorolla sufrió un ataque de hemiplejía ante
su caballete. Durante tres años los especialistas lucharon inútilmente por
sacar al pintor de su trágica parálisis. No pudo ser. El 10 de agosto de 1923,
Joaquín Sorolla moría en Cercedilla.
A su muerte dejó una gran obra, cuyo
catálogo sobrepasa los dos mil doscientos lienzos, cinco mil dibujos, así como
unos dos mil apuntes, que hacen de Sorolla el más fecundo de los pintores
españoles y testifican su afán por el dominio artístico que hizo de él no solo
uno de los pintores más destacados de nuestros país, sino también un
extraordinario folklorista gráfico.
Clotilde le sobrevivió solo cinco
años. En su testamento legó la residencia de Madrid al pueblo español. En 1932
pasó a ser el Museo Sorolla, donde se conservan trescientos lienzos, ochocientos
apuntes y más de cuatro mil quinientos dibujos de su mano.
Joaquín Sorolla representa, en la
pintura española de finales del siglo XIX y principios del XX, el momento de
mayor auge de la pintura de tipos y paisajes, así como la culminación de un
impresionismo que adquirió en él rasgos muy peculiares, debido a su entronque
con la tradición pictórica española.
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