Dos sombras girando en un espacio
sin final.
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(Imagen: “Reylo”, Pinterest, “oOsCOo”) |
Se acercan, se alejan... Se pueden
tocar.
Pero no, aún es pronto. No es
suficiente. Las responsabilidades pesan más que lo que pueda transmitir ese
leve roce de las yemas de sus dedos, de todo lo que significa.
Ella mira por el cristal al vasto
océano de oscuridad, esperando.
Él mira a lo alto desde su balcón, como si así pudiese hacerla retornar de
entre las estrellas.
Y de repente, la ve. Está en la otra
pasarela. Y tan hermosa...
El corazón se estruja, entre el
terror y la ansiedad. Ella debería estar con él, es la persona que complementa
su ser aunque aún no lo sepa. Se miran, aferran sus manos la barandilla y la de
ella se alza, como si saludara. Él quiere correr hacia ella, pero no hace más que
mover un pie y la visión desaparece.
Un nuevo sueño. Una nueva decepción.
Ella respira agitada, retrocede y se
sienta. Se lleva la mano al corazón y baja la mirada, como si se avergonzara.
Se avergüenza de su debilidad, de no ser capaz de verlo con otros ojos... De
haber mirado más allá de él y haber visto la luz que latía buscando emerger.
Ciega, vuelve a mirar al cielo
oscuro y ahí está él, tendiéndole una mano como si nada hubiese ocurrido.
Y de sus labios, una frase:
-Ven conmigo, te encontraré.
Ella le da la espalda, con la mano
aún en el corazón, pero aún gira un instante la cabeza y susurra con voz queda:
-Eso espero.
Paula de Vera®, 2017.
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