La vida nunca te
prepara para afrontar algunas de las decisiones que toma sin consultarte.
Cuanto más segura y tranquila te sientes, de pronto te golpea con toda su
energía. A mí me pasó hace siete años, cuando perdí uno de los pilares
fundamentales de mi existencia. Todo ocurrió muy deprisa y cuando me quise dar
cuenta despedía al hombre que me había dado todo y más. No dejaba de llorar, de
maldecir y de gritarle al viento que aquello no era justo. Que aún nos quedaban
cosas por hacer juntos.
A
pesar de que el dolor sigue ahí, porque los recuerdos se te clavan en lo
más hondo, la vida no es solo traicionera, también es sabia. Te obliga a
recordar los buenos momentos y a sentir la añoranza de una manera diferente.
Ya no es la herida en carne viva que casi te destroza, es una cicatriz que a
veces molesta y otra escuece como una condena. Es un sabor agridulce que se
hunde en tu estómago y que aplacas con el mejor aliado que tienes a tu alcance:
el tiempo.
Los libros eran su pasión y también son la mía. Aunque fueran de géneros bien diferentes sé que ese es uno
de los tantos lazos que siempre nos unirán. Poder llevar su apellido es un
privilegio. Que me digan lo mucho que me parezco a él, un honor. No importa el
tiempo que pase, siempre estará en mi cabeza y en mi corazón.
¡Feliz
día del libro, papá!
© M. J. Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario