Olga María Ramos, con su preciosa voz y su
gran estilo personal, canta un bonito y acertado “Chotis Protesta” que dice
así:
Si en Valencia tienen
fallas
y el encierro en San
Fermín
que nos dejen, por lo
menos
las verbenas en Madrid…
Porque hay que ver, la guasa
que se traen con las verbenas, que si focos, que si ruidos, ¿es que en Madrid
no hay cosa buena? Pues claro que las hay: las verbenas.
Según la tradición, la
primera verbena que Dios envía, es la de: «San Antonio de la Floría porque,
aunque antes se celebra San Isidro, no es verbena sino romería».
Las verbenas proceden de las
fiestas paganas del mes de junio, solsticio de verano, cuando las sacerdotisas
cortaban ramas del florido arbusto así llamado y las ofrecían a los Dioses,
después entre cantos y bailes, las regalaban como mágicos amuletos de buena
suerte. Muchos, muchísimos años después, los cristianos, muy sagaces, no
suprimen la fiesta (ni muchas otras paganas) sino que las adaptan y convierten
en festejos lúdico-religiosos en honor de la Virgen y algunos Santos.
Las Verbenas fueron las
fiestas más queridas y representativas de los barrios madrileños, los vecinos
las preparaban durante meses, fabricaban cadenetas, farolillos, y mantoncillos
de papel y adornaban balcones, patios y las antiguas corralas con las mejores
colchas y mantones de Manila familiares.
Se sucedían una tras otra:
San Antonio, San Juan, El Carmen, Chamberilero, y apretaditas, casi
compartiendo calles, San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma y al final, ya en
septiembre, la Natividad de la Virgen, más conocida como «La Melonera».
La más famosa, gracias a la
zarzuela y quizá la más fervorosa, con tantas madres ofreciendo a sus pequeños,
«La Paloma» la más popular y alegre, la de «San Antonio», al que nadie sabe muy
bien por qué adquirió su fama de casamentero, ambas subsisten, pero nada que
ver con las del viejo Madrid, ya lo dijo Marquina:
Madrid, el viejo se
está muriendo
nos abandona, no
volverá
el Boticario de la
Paloma
se ha vuelto un barman
de bulevar.
Madrid se ha muerto,
se alza un revuelo
cuando el entierro se
ve pasar
y entre los flecos de
su pañuelo
la Revoltosa rompe a
llorar…”
Las chulapas, ceñido traje de
percal, mantón de Manila, pañuelo blanco y rojos claveles en la cabeza, bajaban
a pedir novio al Santo, siguiendo el ritual, trece alfileres de cabecita
redonda y colorines en la pila bautismal, apretar con la mano extendida con
fuerza, si prendía un alfiler, novio seguro, si dos, mejor todavía: «Ten un
novio seguro y un pretendiente, y pasarás la vida tan ricamente, si ninguno,
pues paciencia, otro año será».
Y después a la Bombilla a
bailar con algún chulapo ‒chaquetilla, gorra o “parpusa” en la cabeza, blanco
pañuelo en la garganta‒ un “chotis” que arribó a Madrid desde el extranjero,
pero llegó a ser su baile más característico. Ya lo dice el refrán: «En
llegando a Madrí, todo se vuelve de aquí».
La Bombi relucía, olía a tortilla,
filetes empanados limonada y churros, muchos churros ¿alguien concibe una
verbena sin churros?, vendedores y mil cosas más. Poco a poco el día clareaba,
las gentes regresaban a sus casas, algunos, más resistentes y fervorosos,
asistían a la primera misa aclamando al Santo: «Viva San Antonio, viva Madriz y
que el año que viene yo vuelva aquí».
Afortunadamente aún se
celebra la Verbena de San Antonio de la Florida, pero, en mi opinión, bastante «descafeinada»,
con muy poco que ver con el casticismo y la ilusión de ayer, los tiempos han
cambiado. ¿A mejor, a peor? No sé, pero desde luego son distintos.
© Isabel Martínez.
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