jueves, 7 de junio de 2018

Mª Isabel Martínez Cemillán: Las verbenas



Olga María Ramos, con su preciosa voz y su gran estilo personal, canta un bonito y acertado “Chotis Protesta” que dice así:

Si en Valencia tienen fallas
y el encierro en San Fermín
que nos dejen, por lo menos
las verbenas en Madrid…

Porque hay que ver, la guasa que se traen con las verbenas, que si focos, que si ruidos, ¿es que en Madrid no hay cosa buena? Pues claro que las hay: las verbenas.

Según la tradición, la primera verbena que Dios envía, es la de: «San Antonio de la Floría porque, aunque antes se celebra San Isidro, no es verbena sino romería».

Las verbenas proceden de las fiestas paganas del mes de junio, solsticio de verano, cuando las sacerdotisas cortaban ramas del florido arbusto así llamado y las ofrecían a los Dioses, después entre cantos y bailes, las regalaban como mágicos amuletos de buena suerte. Muchos, muchísimos años después, los cristianos, muy sagaces, no suprimen la fiesta (ni muchas otras paganas) sino que las adaptan y convierten en festejos lúdico-religiosos en honor de la Virgen y algunos Santos.

Las Verbenas fueron las fiestas más queridas y representativas de los barrios madrileños, los vecinos las preparaban durante meses, fabricaban cadenetas, farolillos, y mantoncillos de papel y adornaban balcones, patios y las antiguas corralas con las mejores colchas y mantones de Manila familiares.

Se sucedían una tras otra: San Antonio, San Juan, El Carmen, Chamberilero, y apretaditas, casi compartiendo calles, San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma y al final, ya en septiembre, la Natividad de la Virgen, más conocida como «La Melonera».

La más famosa, gracias a la zarzuela y quizá la más fervorosa, con tantas madres ofreciendo a sus pequeños, «La Paloma» la más popular y alegre, la de «San Antonio», al que nadie sabe muy bien por qué adquirió su fama de casamentero, ambas subsisten, pero nada que ver con las del viejo Madrid, ya lo dijo Marquina:

Madrid, el viejo se está muriendo
nos abandona, no volverá
el Boticario de la Paloma
se ha vuelto un barman de bulevar.

Madrid se ha muerto, se alza un revuelo
cuando el entierro se ve pasar
y entre los flecos de su pañuelo
la Revoltosa rompe a llorar…”

Las chulapas, ceñido traje de percal, mantón de Manila, pañuelo blanco y rojos claveles en la cabeza, bajaban a pedir novio al Santo, siguiendo el ritual, trece alfileres de cabecita redonda y colorines en la pila bautismal, apretar con la mano extendida con fuerza, si prendía un alfiler, novio seguro, si dos, mejor todavía: «Ten un novio seguro y un pretendiente, y pasarás la vida tan ricamente, si ninguno, pues paciencia, otro año será».


Y después a la Bombilla a bailar con algún chulapo ‒chaquetilla, gorra o “parpusa” en la cabeza, blanco pañuelo en la garganta‒ un “chotis” que arribó a Madrid desde el extranjero, pero llegó a ser su baile más característico. Ya lo dice el refrán: «En llegando a Madrí, todo se vuelve de aquí».

La Bombi relucía, olía a tortilla, filetes empanados limonada y churros, muchos churros ¿alguien concibe una verbena sin churros?, vendedores y mil cosas más. Poco a poco el día clareaba, las gentes regresaban a sus casas, algunos, más resistentes y fervorosos, asistían a la primera misa aclamando al Santo: «Viva San Antonio, viva Madriz y que el año que viene yo vuelva aquí».

Afortunadamente aún se celebra la Verbena de San Antonio de la Florida, pero, en mi opinión, bastante «descafeinada», con muy poco que ver con el casticismo y la ilusión de ayer, los tiempos han cambiado. ¿A mejor, a peor? No sé, pero desde luego son distintos.



© Isabel Martínez.



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