Cuando los pájaros se esconden para morir,
las estrellas se mezclan ocultándose tras sus propios destellos, la luz se va y
solo queda el silencio.
Como una sombra amada y
desconcertante, aparece siempre, siempre él en mis sueños.
«¿Qué puedo hacer?», me
preguntaba en una paranoia envuelta por infaustos miedos. «¡No puedo pararlo!,
el día se va y la noche, propensa a derramar mis lágrimas, llega de nuevo».
Es entonces cuando la
ciudad atorada de grandes desvelos queda postrada ante el inmenso laberinto de
idas y venidas. Mientras otros, ajenos a los vestidos y disfrazados secretos,
permanecen alertas, con el corazón encogido. −¡Qué no venga, que no quiero
verlo! –Se decía María sumida en lo más profundo de sus pensamientos.
No murieron todos los
pájaros; algunos elevaron sus vuelos hacia un aire más limpio, alejándose de
los granizos, de los fuegos y fuertes vientos. Se alejaron en busca de árboles
verdes y claros cielos. Allí, pacientemente, esperaron a que la noche
sucumbiera, amparados por un tupido cielo.
Y la noche pasó con
grandes desvelos, llegando de nuevo la deseada luz a paso ligero y junto con el
día, sus alegres gorjeos.
Confieso que anoche,
bailando con mi sombra en mis afligidos pensamientos, desterré los miedos al
ver a esas aves que con gran coraje volaron a otros lares y sobrevivieron.
Ya no le tengo miedo y
cuando llegue la noche, bailaré con mi sombra de nuevo y nunca más dejaré que
las estrellas oculten ante mis ojos sus propios destellos. Buscaré como el ave
libre nuevos horizontes donde por fin se desvanezcan mis tristes y ajados
recuerdos de una noche sin luna.
© María del Carmen Aranda
Escritora / Poeta
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