Hortensias.
Fue lo
primero que sintió Roy Mustang al salir por fin del hospital. El aroma de las
flores traído por la leve brisa vespertina. Sin quererlo, esbozó una sonrisa.
«Es
curioso cómo se agudizan tus otros sentidos cuando pierdes uno de ellos».
De reojo,
observó cómo Riza Hawkeye se terminaba de acomodar el abrigo a su lado al
tiempo que un ligerísimo y extraño escalofrío recorría su espina dorsal. Tan
acostumbrado a tenerla a su lado todo el tiempo, a concebir su presencia como
algo perenne, perderla de vista había sido… ¿Aterrador?
Sí, quizá
esa era la palabra.
Aunque
después de aquello, algo había cambiado sin que el joven coronel lo buscase.
Cierto que,
en el hospital, tras recuperar él la vista, lo alivió comprobar que ella estaba
a su lado; que seguía fiel a su promesa. No por un sentimiento de posesión, eso
jamás. Solo porque… Sacudió la cabeza con levedad mientras ambos echaban a
andar. Simplemente, no podía concebir su vida lejos de ella. No podía… No
quería perderla. Pero… ¿podrían seguir igual que hasta ese momento como si nada
hubiese pasado?
—Está muy
callado, coronel.
Roy se
volvió apenas unos centímetros para observar a la rubia teniente y dudó antes
de sonreír sin alegría.
—Supongo
que vuelvo a disfrutar de lo que el mundo me ofrece —comentó, cauto, sin dejar
entrever por dónde iban realmente sus pensamientos. Durante su ceguera, parecía
como si estos se hubiesen incrementado hasta ensordecer cualquier otra
reflexión. La preocupación, el temor por ella…—. ¿Y usted, teniente?
—¿Yo? —se
sorprendió ella antes de mostrar cierto alivio—. Bueno… Supongo que me alegro
de que todo esto haya acabado.
—Sí…
Interiormente,
Mustang quiso abofetearse por idiota. ¿Esa era su respuesta más original?
En
silencio, continuaron caminando sin hacer apenas amago de volver a hablar. El
sol caía detrás de los edificios cuando por fin llegaron a la puerta del bloque
de la teniente. Cohibidos, se quedaron un instante en el portal, mirándose sin
decir nada.
—Bueno… —empezó
Roy—. Será mejor que suba a descansar, teniente. Ha sido una semana muy larga.
Ella
inclinó la barbilla, insegura.
—Puede
subir, si quiere —lanzó entonces, sin apenas reflexionar sobre ello—. Si no…
tiene prisa, claro.
Mustang
entrecerró los ojos, algo inquieto; pero ante la mirada limpia de Hawkeye,
prefirió bajar la barrera.
—No, claro
que no tengo prisa —aceptó con elegancia, al tiempo que se adelantaba para
sostenerle la puerta a la joven—. Después de usted, teniente.
Ella soltó
una breve risita por lo bajo, más por azoramiento que por chanza, antes de
preceder la marcha hacia las escaleras. Mientras subían, uno al lado del otro,
un incómodo silencio volvió a instaurarse entre ellos. Al menos, hasta que
llegaron a un tramo algo complicado en el que a Riza no le dio tiempo a avisar
a Roy. Justo emitió un "cuidado con el…" y su superior ya había
tropezado. Por suerte, los reflejos de él y los rápidos brazos de ella
impidieron que el golpe de sus rodillas contra los escalones fuese peor. Con la
respiración entrecortada, ambos se giraron para mirar, con cierto odio él y
cierta diversión mal disimulada, ella, al pequeño hueco astillado que nadie se
había molestado en arreglar. Por un momento, Riza sintió algo de terror al pensar
en lo humilde que era su apartamento. Pero algo en su interior le chillaba que
alargara todo lo posible aquel encuentro. Que no tendría otra oportunidad
igual… «¿Para qué?», planteaba una vocecita chillona en su cabeza que se
parecía sugestivamente a la del difunto Envy. «¿Qué es lo que pretendes,
teniente Hawkeye? ¿Acaso buscas que él te ame como lo amas tú?» Riza apretó un
instante los ojos para evaporar aquella reflexión cuanto antes; hacía que las
rodillas le temblaran más de lo conveniente. Pero, ¿entonces...?
—¿Está
bien, coronel? —preguntó, solícita, mientras lo ayudaba a levantarse.
«Ya no hay
vuelta atrás», se exigió mentalmente. «Pase lo que pase».
Él
mientras tanto disimulaba pasándose una mano por el pelo, aunque el contacto
con ella había supuesto un incremento de su ritmo cardiaco casi audible. No era
como cuando la había recogido en sus brazos como por instinto tras creer que la
había perdido para siempre. Ahora, ambos estaban vivos y en pie. Y algo le
decía al joven militar que no podría reprimir sus sentimientos por más tiempo.
No obstante, camufló como siempre sus verdaderas intenciones bajo una capa de
seguridad auto-inducida.
—Sí,
perfectamente. Gracias, teniente.
Su tono
quizá había sido algo frío; lo que hizo que Riza se separase de inmediato y, en
cuanto comprobó que él podía caminar sin problemas, enfiló el último tramo de
escaleras dándole la espalda. Roy estuvo a punto de decir algo, pero se mordió
la lengua a tiempo y la siguió sin más.
«¿Qué
estoy haciendo?», se preguntaba una y otra vez mientras sus piernas avanzaban
como si tuviesen voluntad propia.
Cuando
llegaron al apartamento, una bola peluda fue lo primero que se lanzó a
saludarlos, para sorpresa del coronel.
—Ah,
disculpe, coronel Mustang —expuso Riza, aunque en tono algo vacío, mientras
acariciaba la cabeza de su mascota—. Ya sabe lo efusivo que es este pequeño.
—Sí, lo sé
—él se agachó para saludar al pequeño cánido—. Hola, Hayate. Buen chico.
Sin que él
lo viera, Hawkeye sonrió levemente antes de adentrarse por el pasillo.
—No es
gran cosa, lo sé —se excusó.
Roy
observó el pequeño apartamento con una mezcla de sorpresa y preocupación por
Riza, mientras colgaban los abrigos en la entrada.
—Es…
pequeño.
«Genial,
la mejor frase del mundo, ¿eh, Roy? Lúcete un poco más…»
—Bueno,
tampoco es que los sueldos del ejército den para mucho más en esta ciudad —bromeó
ella, dirigiéndole un guiño cómplice a modo de indirecta—. Ya sabe...
Tras
reponerse de la sorpresa, Roy rio sin poder evitarlo.
—Sí. Quizá
alguien tendría que ocuparse de eso en un futuro próximo —reconoció, girándose
hacia ella—. Aunque si nos vamos pronto a Ishval, no sé si Grumman considerará
esto una prioridad...
Dos pares
de ojos oscuros se cruzaron en el salón aún en penumbra, haciendo que sus
propietarios se dijeran en silencio quizá más de lo atrevido.
—¿Café? —preguntó
ella entonces, nerviosa, mientras se encaminaba hacia el pequeño fogón que
ocupaba la esquina.
Tras una
breve vacilación, Mustang asintió, agradecido. Ella le devolvió el gesto y le
dio la espalda, dedicada a preparar la bebida. Roy suspiró y se giró hacia la
ventana, pensativo. Siempre habían sido amigos, compañeros… confidentes. A
pesar del rango, se cubrían las espaldas en todo lo que hiciese falta. Conocían
cada gesto, cada motivación. Tenían hasta su propio código para comunicarse. Y
sin embargo…
—Ya está —escuchó
la voz de Riza a su espalda.
El perro
se había echado en su rincón cuando Roy se giró y se aproximó a la mesa donde
ella estaba sirviendo ya dos tazas.
—Teniente —la
llamó entonces, sobresaltándola, antes de quitarle la cafetera con delicadeza y
depositarla sobre la mesa. Después, sostuvo las manos de Riza entre las suyas—.
Yo… Hay algo que no te he dicho aún —manifestó él, tuteándola por primera vez
desde hacía años y sin mirarla directamente a los ojos—. Algo que debería
haberte dicho hace mucho tiempo.
—¿Qué
quiere decir, coronel?
Él tragó
saliva, mortalmente serio.
—Sabes que
sin ti nunca hubiese llegado hasta aquí —le recordó con voz ronca—. Que si no
hubieses estado ahí cubriéndome las espaldas…
—Coronel,
yo…
—No,
déjame acabar —insistió él, aferrando más sus manos—. Hace mucho tiempo que
creo que no estoy siendo justo contigo ni conmigo mismo; te debo algo más,
aunque soy consciente de lo que pasaría… Pero… No puedo seguir viendo cómo te
dejas la vida por mí sin…
—Sin…
¿Qué?
Roy
resopló.
—Sin
decirte… Yo… Lo que sentí cuando te hirieron y pensé que... Cuando ese… —Roy
Mustang bajó las manos, apretó los puños y apartó la mirada, sin ser capaz de
acabar. «Dios, no puede ser tan difícil». Sí, sí podía serlo. Había demasiados
tabúes entre ellos: su carrera en común, todo el horror que habían vivido
juntos… Pero ella, avispada como era, captó el mensaje casi sin palabras; su
rostro llevaba años siendo casi un libro abierto para Riza. No iba a cambiar
ahora. La cuestión era… ¿qué sentía ella tras esa boca en forma de O perfecta y
sus ojos castaños abiertos de par en par? —. No importa.
El coronel
se volvió bruscamente, avergonzado y sin atreverse a dar el paso definitivo. «¿Qué
estoy haciendo aquí?», se preguntó por enésima vez, asustado como pocas veces
en su vida.
Había
pasado por multitud de camas, las mujeres no eran una novedad en su currículum
personal. También había matado en el campo de batalla más de lo que estaba
dispuesto a admitir. Entonces, ¿por qué sentía que aquella era una liza a la
que no podía enfrentarse? «Porque es Riza», pensó con amargura.
Sin
embargo, la mano de su eterna guardaespaldas y compañera de adolescencia,
súbita y suave sobre su brazo, lo devolvió de golpe a la realidad. Al comprobar
que ella sonreía con levedad, el que esperaba ser futuro Führer de Amestris sintió la garganta atascada por multitud de
emociones, sin ser capaz de articular palabra. Las manos le temblaban sin
control mientras las escondía en los bolsillos del pantalón.
—En
realidad… Sé lo que sientes —le confió entonces ella, con cierta resignación—.
Creo que, en el fondo, es lo mismo que siento yo por ti —él abrió mucho los
ojos, aturdido por aquella confesión y con la cabeza dando vueltas—. Solo que… —prosiguió
Riza Hawkeye— ...nunca me he atrevido a decírtelo. En fin… —agregó bajando la
vista, en un intento vano de ignorar la perplejidad de Mustang y su propio
azoramiento—. Después de entrar al ejército, de Ishval, de todo lo que ha
pasado y de la prohibición inherente a nuestros cargos… Pues… Yo… ¡Hm!
La
teniente Hawkeye se interrumpió, sorprendida, cuando un dedo levantó su
barbilla y, de un instante al otro, se encontró algo que no esperaba bloqueando
el movimiento de sus labios.
Relato inspirado en Roy Mustang y Riza
Hawkeye, personajes del manga/anime “Full Metal Alchemist/Full Metal Alchemist:
Brotherhood”
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