lunes, 24 de septiembre de 2018

Paula de Vera García: No volveré a hacerlo (Roy & Riza #1)


Hortensias.

Fue lo primero que sintió Roy Mustang al salir por fin del hospital. El aroma de las flores traído por la leve brisa vespertina. Sin quererlo, esbozó una sonrisa.

«Es curioso cómo se agudizan tus otros sentidos cuando pierdes uno de ellos».

De reojo, observó cómo Riza Hawkeye se terminaba de acomodar el abrigo a su lado al tiempo que un ligerísimo y extraño escalofrío recorría su espina dorsal. Tan acostumbrado a tenerla a su lado todo el tiempo, a concebir su presencia como algo perenne, perderla de vista había sido… ¿Aterrador?

Sí, quizá esa era la palabra.

Aunque después de aquello, algo había cambiado sin que el joven coronel lo buscase.

Cierto que, en el hospital, tras recuperar él la vista, lo alivió comprobar que ella estaba a su lado; que seguía fiel a su promesa. No por un sentimiento de posesión, eso jamás. Solo porque… Sacudió la cabeza con levedad mientras ambos echaban a andar. Simplemente, no podía concebir su vida lejos de ella. No podía… No quería perderla. Pero… ¿podrían seguir igual que hasta ese momento como si nada hubiese pasado?

—Está muy callado, coronel.

Roy se volvió apenas unos centímetros para observar a la rubia teniente y dudó antes de sonreír sin alegría.

—Supongo que vuelvo a disfrutar de lo que el mundo me ofrece —comentó, cauto, sin dejar entrever por dónde iban realmente sus pensamientos. Durante su ceguera, parecía como si estos se hubiesen incrementado hasta ensordecer cualquier otra reflexión. La preocupación, el temor por ella…—. ¿Y usted, teniente?

—¿Yo? —se sorprendió ella antes de mostrar cierto alivio—. Bueno… Supongo que me alegro de que todo esto haya acabado.

—Sí…

Interiormente, Mustang quiso abofetearse por idiota. ¿Esa era su respuesta más original?

En silencio, continuaron caminando sin hacer apenas amago de volver a hablar. El sol caía detrás de los edificios cuando por fin llegaron a la puerta del bloque de la teniente. Cohibidos, se quedaron un instante en el portal, mirándose sin decir nada.

—Bueno… —empezó Roy—. Será mejor que suba a descansar, teniente. Ha sido una semana muy larga.

Ella inclinó la barbilla, insegura.

—Puede subir, si quiere —lanzó entonces, sin apenas reflexionar sobre ello—. Si no… tiene prisa, claro.

Mustang entrecerró los ojos, algo inquieto; pero ante la mirada limpia de Hawkeye, prefirió bajar la barrera.

—No, claro que no tengo prisa —aceptó con elegancia, al tiempo que se adelantaba para sostenerle la puerta a la joven—. Después de usted, teniente.

Ella soltó una breve risita por lo bajo, más por azoramiento que por chanza, antes de preceder la marcha hacia las escaleras. Mientras subían, uno al lado del otro, un incómodo silencio volvió a instaurarse entre ellos. Al menos, hasta que llegaron a un tramo algo complicado en el que a Riza no le dio tiempo a avisar a Roy. Justo emitió un "cuidado con el…" y su superior ya había tropezado. Por suerte, los reflejos de él y los rápidos brazos de ella impidieron que el golpe de sus rodillas contra los escalones fuese peor. Con la respiración entrecortada, ambos se giraron para mirar, con cierto odio él y cierta diversión mal disimulada, ella, al pequeño hueco astillado que nadie se había molestado en arreglar. Por un momento, Riza sintió algo de terror al pensar en lo humilde que era su apartamento. Pero algo en su interior le chillaba que alargara todo lo posible aquel encuentro. Que no tendría otra oportunidad igual… «¿Para qué?», planteaba una vocecita chillona en su cabeza que se parecía sugestivamente a la del difunto Envy. «¿Qué es lo que pretendes, teniente Hawkeye? ¿Acaso buscas que él te ame como lo amas tú?» Riza apretó un instante los ojos para evaporar aquella reflexión cuanto antes; hacía que las rodillas le temblaran más de lo conveniente. Pero, ¿entonces...?

—¿Está bien, coronel? —preguntó, solícita, mientras lo ayudaba a levantarse.

«Ya no hay vuelta atrás», se exigió mentalmente. «Pase lo que pase».

Él mientras tanto disimulaba pasándose una mano por el pelo, aunque el contacto con ella había supuesto un incremento de su ritmo cardiaco casi audible. No era como cuando la había recogido en sus brazos como por instinto tras creer que la había perdido para siempre. Ahora, ambos estaban vivos y en pie. Y algo le decía al joven militar que no podría reprimir sus sentimientos por más tiempo. No obstante, camufló como siempre sus verdaderas intenciones bajo una capa de seguridad auto-inducida.

—Sí, perfectamente. Gracias, teniente.

Su tono quizá había sido algo frío; lo que hizo que Riza se separase de inmediato y, en cuanto comprobó que él podía caminar sin problemas, enfiló el último tramo de escaleras dándole la espalda. Roy estuvo a punto de decir algo, pero se mordió la lengua a tiempo y la siguió sin más.

«¿Qué estoy haciendo?», se preguntaba una y otra vez mientras sus piernas avanzaban como si tuviesen voluntad propia.

Cuando llegaron al apartamento, una bola peluda fue lo primero que se lanzó a saludarlos, para sorpresa del coronel.

—Ah, disculpe, coronel Mustang —expuso Riza, aunque en tono algo vacío, mientras acariciaba la cabeza de su mascota—. Ya sabe lo efusivo que es este pequeño.

—Sí, lo sé —él se agachó para saludar al pequeño cánido—. Hola, Hayate. Buen chico.

Sin que él lo viera, Hawkeye sonrió levemente antes de adentrarse por el pasillo.

—No es gran cosa, lo sé —se excusó.

Roy observó el pequeño apartamento con una mezcla de sorpresa y preocupación por Riza, mientras colgaban los abrigos en la entrada.

—Es… pequeño.

«Genial, la mejor frase del mundo, ¿eh, Roy? Lúcete un poco más…»

—Bueno, tampoco es que los sueldos del ejército den para mucho más en esta ciudad —bromeó ella, dirigiéndole un guiño cómplice a modo de indirecta—. Ya sabe...

Tras reponerse de la sorpresa, Roy rio sin poder evitarlo.

—Sí. Quizá alguien tendría que ocuparse de eso en un futuro próximo —reconoció, girándose hacia ella—. Aunque si nos vamos pronto a Ishval, no sé si Grumman considerará esto una prioridad...

Dos pares de ojos oscuros se cruzaron en el salón aún en penumbra, haciendo que sus propietarios se dijeran en silencio quizá más de lo atrevido.

—¿Café? —preguntó ella entonces, nerviosa, mientras se encaminaba hacia el pequeño fogón que ocupaba la esquina.

Tras una breve vacilación, Mustang asintió, agradecido. Ella le devolvió el gesto y le dio la espalda, dedicada a preparar la bebida. Roy suspiró y se giró hacia la ventana, pensativo. Siempre habían sido amigos, compañeros… confidentes. A pesar del rango, se cubrían las espaldas en todo lo que hiciese falta. Conocían cada gesto, cada motivación. Tenían hasta su propio código para comunicarse. Y sin embargo…

—Ya está —escuchó la voz de Riza a su espalda.

El perro se había echado en su rincón cuando Roy se giró y se aproximó a la mesa donde ella estaba sirviendo ya dos tazas.

—Teniente —la llamó entonces, sobresaltándola, antes de quitarle la cafetera con delicadeza y depositarla sobre la mesa. Después, sostuvo las manos de Riza entre las suyas—. Yo… Hay algo que no te he dicho aún —manifestó él, tuteándola por primera vez desde hacía años y sin mirarla directamente a los ojos—. Algo que debería haberte dicho hace mucho tiempo.

—¿Qué quiere decir, coronel?

Él tragó saliva, mortalmente serio.

—Sabes que sin ti nunca hubiese llegado hasta aquí —le recordó con voz ronca—. Que si no hubieses estado ahí cubriéndome las espaldas…

—Coronel, yo…

—No, déjame acabar —insistió él, aferrando más sus manos—. Hace mucho tiempo que creo que no estoy siendo justo contigo ni conmigo mismo; te debo algo más, aunque soy consciente de lo que pasaría… Pero… No puedo seguir viendo cómo te dejas la vida por mí sin…

—Sin… ¿Qué?

Roy resopló.

—Sin decirte… Yo… Lo que sentí cuando te hirieron y pensé que... Cuando ese… —Roy Mustang bajó las manos, apretó los puños y apartó la mirada, sin ser capaz de acabar. «Dios, no puede ser tan difícil». Sí, sí podía serlo. Había demasiados tabúes entre ellos: su carrera en común, todo el horror que habían vivido juntos… Pero ella, avispada como era, captó el mensaje casi sin palabras; su rostro llevaba años siendo casi un libro abierto para Riza. No iba a cambiar ahora. La cuestión era… ¿qué sentía ella tras esa boca en forma de O perfecta y sus ojos castaños abiertos de par en par? —. No importa.

El coronel se volvió bruscamente, avergonzado y sin atreverse a dar el paso definitivo. «¿Qué estoy haciendo aquí?», se preguntó por enésima vez, asustado como pocas veces en su vida.

Había pasado por multitud de camas, las mujeres no eran una novedad en su currículum personal. También había matado en el campo de batalla más de lo que estaba dispuesto a admitir. Entonces, ¿por qué sentía que aquella era una liza a la que no podía enfrentarse? «Porque es Riza», pensó con amargura.

Sin embargo, la mano de su eterna guardaespaldas y compañera de adolescencia, súbita y suave sobre su brazo, lo devolvió de golpe a la realidad. Al comprobar que ella sonreía con levedad, el que esperaba ser futuro Führer de Amestris sintió la garganta atascada por multitud de emociones, sin ser capaz de articular palabra. Las manos le temblaban sin control mientras las escondía en los bolsillos del pantalón.

—En realidad… Sé lo que sientes —le confió entonces ella, con cierta resignación—. Creo que, en el fondo, es lo mismo que siento yo por ti —él abrió mucho los ojos, aturdido por aquella confesión y con la cabeza dando vueltas—. Solo que… —prosiguió Riza Hawkeye— ...nunca me he atrevido a decírtelo. En fin… —agregó bajando la vista, en un intento vano de ignorar la perplejidad de Mustang y su propio azoramiento—. Después de entrar al ejército, de Ishval, de todo lo que ha pasado y de la prohibición inherente a nuestros cargos… Pues… Yo… ¡Hm!

La teniente Hawkeye se interrumpió, sorprendida, cuando un dedo levantó su barbilla y, de un instante al otro, se encontró algo que no esperaba bloqueando el movimiento de sus labios.

 

Relato inspirado en Roy Mustang y Riza Hawkeye, personajes del manga/anime “Full Metal Alchemist/Full Metal Alchemist: Brotherhood”

 

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(Continuará…)

© Paula de Vera García

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