lunes, 19 de noviembre de 2018

Liliana Delucchi: Lucían las estrellas


He vuelto. El vidrio de la ventana refleja las luces de la ciudad, abro los cristales. Desde este piso once del hotel estoy más cerca del cielo, pero las estrellas desaparecen entre los focos de la civilización. Sin embargo ella está allí, y sé que me mira. Ni los brillos de esta gran urbe pueden apagar a Acrux, a ella la veo, sigo las líneas y ya la contemplo entera.


Entonces no la advertíamos como lo estoy haciendo ahora. Su presencia resplandecía en medio de un mar de luminarias diminutas. Después de la cena nos escapábamos para tumbarnos sobre el pasto del jardín y cantábamos “Sotto un manto d’estelle”. Nos encantaban las canzonettas napolitanas que aprendimos de la nonna. Por las mañanas, si había sol, coreábamos “O Sole mío” y nuestra abuela nos miraba desde la ventana de la cocina y sonreía. Éramos sus preferidos.

Cada verano, repetíamos el ritual. Sois un poco mayores para seguir con ese jueguecito, nos decían tu madre o la mía, pero nos daba igual. Algo había en ese cielo que nos unía, un lenguaje de infancia, un cosmos protector que auguraba tranquilidad, un silencio que solo rompíamos con nuestros cantos y nuestras risas.

Una noche tuviste la mala idea de enseñarme “Lucevan le stelle”. Es muy triste, dije, y además muy difícil. Me atrevo con las canzonettas, pero no con la ópera. No quiero, no la cantes. Es preciosa, es un canto a la vida, afirmabas. Sí, pero cuando va a morir.

La noticia del accidente me llegó un domingo por la mañana y maldije a Tosca, maldije a Puccini y lloré hasta quedarme sin lágrimas. Después tomé un avión y nunca volví al campo.

Mañana vienen a buscarme para desandar el camino. Me dijeron que la casa sigue igual, pero los árboles deben haber crecido tanto que tendré que alejarme bastante para poder tumbarme en el suelo y buscarte en la Cruz del Sur.


© Liliana Delucchi

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