jueves, 3 de enero de 2019

Amantes de mis cuentos: Rememorando



Soledad. No, no es mi nombre. Voy a paso cansino camino de «La Rosaleda». Estamos en mayo. Allí me siento y oigo voces de niños, voces de jóvenes, voces de ancianos, hasta que se apagan para dar paso a las voces familiares.

Muevo la cabeza queriendo apartar esos recuerdos. Miro las rosas, sus formas, su colorido, su fragancia, su clase. Es la flor más cultivada. Me gustan. Oigo ruido de cacerolas, de novela radiada donde el amor siempre triunfa. Vuelvo a las flores.

Recuerdo sus nombres, Rosa de China, de Jericó, de Navidad, de príncipe negro, de pitiminí. Hasta me gustaba esa figura circular dividida en treinta y dos secciones sólo por llamarse Rosa de los Vientos. Rosa, era el nombre de mi hija.

Huelo en el mercado, según qué zonas, a pescado, a embutido, a hortalizas. Siento el peso del carro de la compra al subir las escaleras de un tercer piso sin ascensor.

Veo a una pareja en busca de la sombra que dan los árboles, pájaros danzando alrededor, mariposas que revolotean y ellos tomados de las manos hablando, me imagino, del futuro.

Ella tiene mi cara. Él se inclina hacia ella prendidas sus miradas en un silencio que habla de sus anhelos. Miro hacia otro lado. Con frecuencia me sorprendo al detener mis pasos como si alguien me impidiera avanzar. Se desvanece antes de saber quién pueda ser, pero no sin antes y de forma inesperada recibir un beso, una caricia. Y el aire se cubre de lamentos de amantes.

El amor como pasión, fuego y locura ha existido siempre, pero no es muy frecuente que perdure. Al menos a mí, ni siquiera me correspondió una migaja. Nada de lo que soñé de joven sucedió. En la adolescencia pensaba que si me lo proponía podría cambiar el mundo. Cada día, al alba, buscaba el resplandor que anunciaba el estallido de la vida e imaginaba que era capaz de detener el tiempo. Cada día, al ocaso, me encontraba prisionera de esa sólida muralla llamada tiempo que nos aprisiona en un corto espacio de vida.

Ahora veo a muchas parejas retozando en la hierba, besos sin escondrijos. Los tiempos han cambiado. Me alegro. Lástima que yo haya nacido con tanta antelación.

© Marieta Alonso Más

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