Querido pequeño ser:
Quiero contarle algo
placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño
Bost. Naturalmente, fui yo quien lo propuso; el deseo era de ambos y durante el
día manteníamos serias conversaciones, mientras que las noches se hacían intolerablemente
pesadas. Una noche lluviosa, en una granja, estábamos tumbados de espaldas, a
diez centímetros el uno del otro, y nos estuvimos observando más de una hora.
Al final, me puse a reír tontamente mirándole, y él me preguntó: “¿De qué se
ríe?”
Y le contesté: “Me
estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo”. Y
replicó: “Yo estaba pensando que usted creía que tenía ganas de besarla y no me
atrevía”.
Remoloneamos
aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió
muchísimo que le dijera que siempre había sentido ternura por él, y anoche
acabó por confesarme que hacía tiempo que me amaba. Le he tomado mucho cariño.
Estamos pasando unos días idílicos y unas noches apasionadas. Me parece una
cosa preciosa e intensa, pero es leve y tiene un lugar muy determinado en mi
vida: la feliz consecuencia de una relación que siempre me había sido grata.
Hasta la vista, querido pequeño ser; el sábado estaré en el andén. Tengo ganas
de pasar unas interminables semanas a solas contigo.
Te besa tiernamente tu
Castor.
Destinatario:
Su pareja sentimental, Jean-Paul Sartre.
Fecha: 1937.
Contexto: La pareja tenía un
pacto por el cual se permitían otras relaciones. Aquí, ella relata el inicio de
su romance con Jacques-Laurent Bost, un intelectual ocho años más joven.
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