La habitación, tan
conocida para él en los últimos dos meses, estaba en penumbra. Entre las
sábanas de la gran cama, una silueta encogida parecía dormir. Vegeta tragó
saliva y se dio la vuelta para irse. No tenía que haber ido…
–¿Vegeta?
«Oh, mierda».
Despacio, el Saiyan se
giró para mirar a la silueta que, medio incorporada, lo encaraba con expresión
somnolienta bajo la tenue luz procedente del pasillo.
–Me han dicho que
estabas enferma –se escuchó decir, atónito–. Solo pasaba a ver cómo estabas.
En la tenue luz,
Vegeta sintió su corazón volcar cuando Bulma sonrió a medias. «Maldita sea,
tío… Maldita sea», rezongó de nuevo esa voz oscura en su alma. «Ni se te ocurra
mencionarlo», le espetó su lado racional con acidez, haciendo que el primer
ente se refugiase de nuevo en las sombras. ¿Cómo podía siquiera pasársele
aquella opción por la cabeza?
–Eres un encanto,
Vegeta –agradeció entonces Bulma, sacándolo de golpe de su negra reflexión–.
Gracias.
Vegeta asintió antes
de, con horror, ver cómo sus pies se movían hacia el interior del dormitorio
como si tuvieran voluntad propia. Al cerrarse la puerta, ambos se quedaron casi
a oscuras, pero Bulma se esforzó por incorporarse y sentarse con las rodillas
flexionadas bajo las sábanas. El Saiyan se sentó en el borde de la cama,
sintiendo que había perdido definitivamente la cabeza.
–Tu padre me ha dicho
que no entrara, pero ya sabes lo mal que se me da acatar órdenes –bromeó sin
querer, antes de poder refrenar su lengua.
Bulma lo observó con
la cabeza ladeada.
–Bueno, yo siento
haberte arruinado la diversión de esta noche –siguió bromeando ella, mientras
sus miradas se cruzaban en la penumbra–. ¿Qué tal ha ido el día de
entrenamiento?
Vegeta tragó saliva.
Aquella situación se le estaba yendo de las manos y no era capaz de espabilar y
largarse de allí dando un portazo. ¿Por qué?
–Bien, como siempre –replicó,
distraído–. Te… ¿han dicho qué tienes?
Por el rabillo del
ojo, apenas vio el movimiento de ella encogiéndose de hombros en un gesto de
ignorancia.
–Aún no, pero mi padre
dice que tendrá los resultados mañana –ambos se quedaron en un silencio
incómodo, inseguros, antes de que Bulma volviera a hablar–. Oye, Vegeta…
–¿Qué?
Aquello estaba mal.
Rematadamente mal. Tenía que irse antes de que…
–¿Te importaría…? –Bulma
se echó los rizos hacia atrás, indecisa–. ¿...quedarte esta noche conmigo?
Vegeta se quedó
congelado ante aquella petición, antes de girarse lentamente para escudriñar la
penumbra que la ocultaba. Apenas podía verla y, por suerte, ella a él tampoco.
–Tsch –chasqueó la
lengua, en un gesto típico de él–. ¿Qué pasa? ¿Me has visto cara de enfermera?
Lo quisiera o no,
aquella ruda pregunta provocó que el tono de Bulma cambiase de golpe al hastío
cuando pronunció:
–Oh, no hablas en
serio.
Vegeta se cruzó de
brazos.
–Claro que hablo en
serio –se defendió, sintiendo un desagradable nudo en el estómago que le indicó
que una pequeñísima parte de él sí quería quedarse–. No soy una cuidadora.
Bulma bufó con cierta
indignación que Vegeta hacía tiempo que no escuchaba y le revolvió las tripas
sin pretenderlo.
–Esto es increíble –rezongó
ella, antes de encararlo en la oscuridad y apoyarle a tientas un dedo acusador
en el hombro–. Pues para que lo sepas, yo sí soy una dama enferma y desvalida
que necesita un poco de cariño –la joven retiró la mano y se cruzó de brazos,
haciendo caso omiso a la posible reacción de Vegeta. El rostro del cual, si no
había pasado por todos los colores posibles en menos de un minuto, le faltaba
muy poco–. Pero, en fin, supongo que tendré que buscarme otro hombre más atento
con el que divertirme a partir de ahora...
–Qué? –se escandalizó Vegeta, como por reflejo y antes de poder siquiera
pararse a pensar lo que estaba haciendo. Y ante la falta de respuesta de Bulma,
la increpó–. ¡Oye, eso no es justo!
Bulma apartó el rostro y alzó la nariz con aire ofendido, haciendo caso omiso
de su enfado a propósito.
– Tú verás.
Vegeta apretó los
dientes y los puños, conteniéndose por no hacer alguna tontería. Su interior se
debatía entre el orgullo eterno, que abogaba por mandarla a paseo, y el fondo
de su corazón, que lo único que deseaba era algo de comprensión. La parte, sin
duda, que había terminado impulsando su relación con Bulma después de casi un
año de convivencia en la misma casa. Sin quererlo, cuando Bulma se giró para
tenderse en la cama de nuevo y un leve reflejo procedente del exterior iluminó
su rostro, algo se agitó en el interior del Saiyan al verla tan pálida y
desvalida. No quería pensar en que fuese amor, no era tan estúpido y no era
algo que jamás se hubiese planteado como tal; solo se lo pasaban bien en la
cama y flirteaban de vez en cuando a escondidas, pero nada más allá… ¿Verdad?
–Está bien –claudicó
él al cabo de un rato, en el que su corazón ganó la batalla con cierto
esfuerzo. Bulma se giró un poco, sorprendida, pero no dijo nada–. Me quedaré un
rato contigo. Pero como mucho hasta el amanecer –advirtió él–. No quiero que me
pillen aquí.
Bulma se volvió del
todo y sonrió, tendiendo una mano para invitarlo a echarse sobre las sábanas.
Vegeta aceptó con cautela y sin tocar sus dedos, aunque moviéndose casi como si
en vez de una cama aquello fuera una arena movediza. Aprovechando que Bulma le
había vuelto a dar la espalda, tras tumbarse, Vegeta se permitió relajar algo
el rostro y enterrarlo contra la almohada, nervioso como pocas veces en su
vida.
–Vegeta.
–¿Hm?
–¿Sabes de qué me
estoy acordando?
El Saiyan puso los
ojos en blanco. A ver con qué le salía ahora…
–¿De qué?
Bulma sonrió para sí,
sin que él la viera.
–De cuando nos
escapamos a las montañas del Este –Bulma acarició la sábana distraídamente–.
Todavía recuerdo la cara de mi padre cuando volví sin los minerales que le
había prometido encontrar. Creo que empezó a pensar que se me estaba yendo la
cabeza –rio sin querer.
A su espalda retumbó
entonces un sonido que Bulma no había escuchado nunca. Una risa corta, bronca,
masculina e increíblemente atractiva, que pasó tan rápido como había venido.
–Es curioso –comentó
ella, girándose unos milímetros.
–¿El qué? –replicó
Vegeta con cierta sequedad, siendo consciente de que había cometido un desliz.
Bulma, por su parte,
no se molestó por su tono y agregó, en cambio:
–Nada. Solo que… –dudó,
pensando que quizá lo había soñado–... creo que es la primera vez que te oigo
reír... Normal.
Él enarcó una ceja,
intrigado.
–¿Normal?
–Sí, ya sabes –Bulma se giró del todo y le apretó un poco el entrecejo con el
dedo–. Sin estar enfadado con el mundo o
querer aniquilarnos a todos.
Tras reponerse del
estupor provocado por aquel comentario, sin quererlo, Vegeta se volvió a reír
por lo bajo y sacudió la cabeza, incrédulo.
–Mira que eres rara,
Bulma –le dijo sin acritud.
Ella hizo un mohín
divertido.
–Raro tú –rio sin
querer, mientras volvía a darle la espalda.
Los dos se quedaron
entonces en silencio, con los ojos fijos en la penumbra, hasta que Vegeta
musitó en voz muy baja, casi contra el pelo de Bulma:
–No estuvo mal esa
escapada –al Saiyan lo aterró comprobar cómo aquella confesión le provocaba un
extraño placer interior, antes de colocar una mano sobre la cintura de Bulma.
Para bien o para mal, solo de recordar el tacto de su piel desnuda sus hormonas
se disparaban sin remedio–. Aquella cueva fue un gran descubrimiento.
Bulma asintió
despacio.
–Es un lugar que
encontré cuando era muy pequeña y me perdí en una excursión –recordó ella, casi
como para sí misma–. Siempre me gustó ir allí si necesitaba estar tranquila.
«Y lo ha compartido
conmigo», pensó Vegeta, algo aterrado. «Y eso no ha alterado sus buenos
recuerdos. ¿Es posible que…?»
«No», decidió. «No es
el momento de entrar en ese camino». Aquello solo lo hacía porque Bulma estaba
enferma y necesitaba un poco de compañía; pero al día siguiente, o cuando ella
se encontrase mejor, todo volvería a la normalidad.
–Bulma.
–¿Hm? –repuso ella, ya
empezando a entrar en el mundo de los sueños.
Vegeta dudó un
instante.
–Buenas noches.
De espaldas a él y con
los ojos cerrados, la muchacha sonrió.
–Buenas noches,
Vegeta.
Unas horas después,
cerca del amanecer, el Dr. Brief subió a ver a su hija. No quería creer en los
resultados que habían arrojado los análisis, sobre todo sospechando quién más
podría estar implicado, pero ahí estaban. Bulma esperaba un bebé y el
científico no estaba seguro de si ella era consciente de este hecho o no; en
realidad, no lo creía probable. ¿Cómo se tomaría la noticia? ¿Y el padre? ¿Qué
ocurriría a partir de aquel momento?
Sin embargo, cuando
llegó a la habitación y abrió la puerta con cuidado, parte de sus dudas
desaparecieron al ver las dos siluetas que dormían abrazadas; una sobre las
sábanas, otra bajo ellas. Pero, sabiendo cómo era el carácter del futuro padre
de la criatura, mientras el sol comenzaba a asomar por el horizonte, el Dr.
Brief rezó más que nunca porque sus peores predicciones no se cumplieran.
No si la felicidad de
su querida y única hija dependía de ello.
(Imagen: Pinterest. Inspiración: Dragon Ball Kai)
© Paula de Vera García
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