Aquella mañana la chica sintió de nuevo
la respiración acelerada y el corazón latiendo a toda velocidad en su
sudoroso pecho. Observó su caja de pastillas y se preguntó si las habría
vuelto a olvidar. Se levantó con paso vacilante y abrió el cartón con mano
temblorosa, contando una y otra vez las medicinas, dándose cuenta que todo iba
en orden. Que su memoria no había fallado esta vez. Se dejó caer en la cama de
nuevo, con los ojos abiertos como platos y supo que no volvería a conciliar
el sueño.
Se aseó y con un termo de té en la mano
decidió dar un paseo. Era domingo y la temperatura era cálida, de manera que se
aventuró a la calle. Podría haberse decantado por permanecer en casa, tapada
hasta la cabeza, deseando que todo acabase. Esta vez no. Tan simple como eso: tomó
una decisión diferente a la habitual. Con todas las dudas que aquello
conllevaba.
Los primeros pasos fueron complicados,
sudaba y se preguntaba si estaría haciendo lo correcto. Cuando sus pies
empezaron a sujetarla de un modo más firme aceleró el paso y sintió como sus
mejillas se calentaban y el té se iba enfriando. Se detuvo, pues pretendía
apurarlo de un trago, y cuando terminó de beber se descubrió frente a un pequeño
parque verde y lleno de sombra. Se encogió de hombros, ¿y si...?
Fue un trayecto corto. Pues uno de los
bancos, junto a un pequeño parterre lleno de flores de colores, llamó su
atención. Se sentó, respirando con cierta dificultad, y cerró los ojos. El
aire olía a sol, a limpio, a promesas. Alzó los párpados, que de pronto le
parecieron muy pesados, y entonces lo vio: el amarillo, el morado, el azul, el
rosa... Colores vivos, flores distintas que encajaban una con otras como en una
ecuación perfecta.
Belleza, diversidad, unión... todo ello
y más descubrió la muchacha en aquellas flores que tenía a sus pies. Y el
descubrimiento más importante: la sonrisa que se formó en sus labios. La
sonrisa que la ansiedad había borrado con su hambre voraz había vuelto tras
meses desaparecida. Todo gracias a las flores.
Porque las cosas pequeñas, los detalles
que son absorbidos por la marejada de oscuridad son lo que, en muchas
ocasiones, nos llevan de regreso a la luz. No las perdáis de vista.
© M. J. Pérez
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