La
mujer cerró los ojos y echó la cabeza unos milímetros hacia atrás, suspirando.
Algo era algo.
–Vegeta –lo llamó,
consciente de que iba a sacar a la luz un tema algo espinoso–. ¿Eres… feliz
conmigo? ¿Con nosotros? –se corrigió, pensando en Trunks–. ¿Con tu hijo?
Los dedos que ceñían
la mano de Bulma se crisparon por una centésima de segundo y Vegeta resopló con
fuerza junto al hombro casi desnudo de su esposa.
–Sí. Lo soy. Lo sabes
–repuso, ronco, al cabo de unos segundos–. Pero, por un momento, quise volver a
sentir… Volver a ser… –solo ahora, abrazado a su esposa, se daba cuenta de lo
idiota que había sido; podía haber perdido a su familia para siempre por su
egoísmo y, pensado en frío, tenía que admitir que jamás se lo hubiese
perdonado; cuando Goku le había dicho que Buu los había absorbido. Cuando
habían huido al planeta de los Kaio–Shin, dejando a su hijo atrás a merced de
la explosión de la Tierra… Era demasiado doloroso solo recordarlo. Por ello,
avergonzado, Vegeta se retiró bruscamente un segundo después y le dio la
espalda a Bulma, empezando a encaminarse hacia la cama–. Soy un idiota –sentenció.
Pero su mujer fue más
rápida. Con un gesto firme, tomó la muñeca de él antes de que se alejara y lo
obligó a detenerse. Vegeta se volvió, intrigado, sin ver asomo de reproche en
los ojos de su esposa. Al contrario, vio lágrimas, lo cual tampoco le hizo
sentir mejor. Más bien, solo era la confirmación de su peor suposición: le
había hecho daño. Otra vez.
Pero también es cierto
que lo que hizo ella a continuación solo lo desconcertó aún más. Sin preaviso y
en apenas un segundo, Bulma recortó el metro de distancia que los separaba, le
echó los brazos al cuello y lo abrazó con una fuerza inusual en ella, al tiempo
que enterraba el rostro en el hueco de su clavícula.
–Sí, eres un idiota,
de los peores que hay en todo el maldito Universo –sollozó entonces Bulma,
soltando por fin la tensión que había soportado desde que todo se había torcido
en el Torneo de Artes Marciales, haciendo que él se crispara del todo,
arrepentido hasta la médula–. Pero un idiota sin el que no sería capaz de vivir
–Vegeta se quedó todavía más paralizado si cabía ante aquella declaración,
mientras abrazaba a Bulma casi por instinto y rogaba, interiormente, porque
aquel horrible torrente de lágrimas dejase de empaparle el hombro y de resbalar
por su brazo. Si había algo que su duro corazón jamás había podido aguantar,
desde que se había enamorado de Bulma hacía algo más de siete años, era verla
llorar–. Cuando mataste a toda esa gente, no quería creer que ese fueras tú;
llegué a odiarte hasta el fondo de mi ser, no me creía capaz siquiera de volver
a mirarte a la cara –Vegeta contuvo una maldición a tiempo mientras mantenía a
Bulma aferrada contra su pecho y un nudo muy desagradable se cerraba sobre su
garganta–. Pero cuando me dijeron después que habías muerto, yo… –continuó
Bulma, emocionada–. Me sentí tan destrozada que…
Vegeta ciñó los brazos
alrededor de ella con más intensidad, impotente y odiándose a sí mismo más que
nunca.
–Bulma –la llamó,
apoyando los labios sobre su corta cabellera azul. El llanto de la aludida se
cortó un poco, expectante ante lo que él tuviese que decir; pero ambos se
mantuvieron en la misma postura, como dos estatuas atrapadas en el tiempo y el
espacio–. No llores más, por favor. No soporto verte así.
Secándose las
lágrimas, Bulma se separó entonces unos centímetros de él y le acarició el
rostro.
–Vegeta, yo… –sorbió.
Él, sin embargo, se
limitó a callarla rápidamente con dos dedos, como si le hubiera leído la mente.
–Lo sé. No lo digas
–repuso, en cambio, antes de volver a abrazarla–. No volveré a dejar que nadie
me controle ni que nadie os haga daño a ti o a Trunks –aseguró, ronco–. Te lo
prometo.
Bulma sonrió contra su
piel, sin responder. Poco a poco, su cuerpo dejó de sacudirse y se fue
relajando, acunada en silencio por los brazos de Vegeta. Aunque él no lo
admitiera, había cambiado en aquellos años. Sin duda había cambiado. Aunque de
cara a la galería siguiera pretendiendo ser la misma criatura orgullosa, fría y
distante que era doce años atrás, cuando llegó a la Tierra en busca de venganza
y destrucción, ella lo conocía lo suficiente como para ver tras toda esa
cortina con absoluta claridad.
–Vegeta.
–¿Qué?
Bulma sonrió, un poco
avergonzada.
–Llevo un tiempo
pensándolo… Pero sé que seguramente me vas a decir que no –reconoció, sin alzar
la cabeza–. Al fin y al cabo, no es que la última vez saliera muy allá…
–¡Oh, vamos, suéltalo
ya! ¡No me tengas así! –rogó él, impaciente.
Qué poco le gustaba
que la gente se andase con rodeos, aunque fuese Bulma… No obstante, su esposa
negó con la cabeza, tozuda. Bulma estaba segura de que Vegeta saltaría como un
resorte ante aquella propuesta y no quería eso, aquella noche no. No obstante,
debió saber que él no se daría por vencido así porque sí–. Bulma... –el Saiyan
puso los ojos en blanco, se retiró un poco y se sentó sobre el borde de la
cama, cansino, mientras tiraba de ella para acercarla a él al mismo tiempo.
Ella se quedó de pie frente al Saiyan, roja como un tomate y sin saber bien qué
hacer. Él sonrió a medias, con aparente resignación–. No creo que eso sea muy
cierto desde hace siete años, ¿no crees?
Bulma dudó aún un
segundo. Pero, al ver que él esperaba su respuesta con cierta impaciencia, se
inclinó apoyando las manos en sus rodillas hasta juntar su mejilla con la de
él.
–Quiero tener otro
hijo contigo –susurró ella junto a su oído, antes de retirarse para comprobar
la reacción del Saiyan. Este pareció sorprendido, pero su expresión había
cambiado a otra algo neutra, con el entrecejo levemente fruncido. Bulma
enrojeció aún más, sabiendo que había sido una tontería en cuanto lo había
materializado en voz alta–. ¿Qué opinas…? ¿Tú…? ¡Ah!
Antes de poder obtener
respuesta a esto último, visto y no visto, Bulma se vio lanzada sobre la cama;
el cuerpo de su marido, claramente listo para la acción, la aprisionaba
dulcemente contra las sábanas y ahora, en vez de tener el rostro plano, sonreía
con lujuria mal disimulada. Pero lo que encendió del todo a la mujer fueron sus
siguientes palabras:
–¿Y a qué estamos
esperando?
Así, tras besarse con
deseo y pasión renovados, Vegeta y Bulma se desnudaron el uno al otro e
hicieron el amor sin prisa, durante toda la noche; disfrutando de cada roce,
cada susurro al oído y cada gemido de placer del otro como si casi fuera su
primera vez en la intimidad.
Al enlazar sus
cuerpos, como siempre, se sentían como si fueran uno solo, dos piezas acopladas
a la perfección por el destino en una energía, un movimiento y un solo deseo
que los empujaba a amarse sin contemplaciones. Aparte, toda la contención de
Vegeta se había roto en el momento en que se había sentido perdonado por ella;
por su diosa particular, por su mirada azul cristal. Refugiarse en sus brazos
era como un bálsamo que curaba todas sus heridas, que convertía su existencia
en luz y dejaba atrás la negrura del pasado.
Cuando por fin se
durmieron, agotados y al filo de un rojizo amanecer, lo último que hizo Vegeta
antes de cerrar los ojos fue rozar suavemente con los dedos el vientre plano y
perfecto de Bulma. En el fondo, aunque no lo expresara en voz alta, lo había
emocionado que ella le pidiera ir a por un segundo hijo; era un regalo que solo
su lado más orgulloso creía merecer por derecho.
Pero el lado racional
del Saiyan, el que adoraba a Bulma por encima de todo, estaba encantado por la
posibilidad de, por fin, hacer las cosas bien con el regalo que era su familia.
Aunque no lo dijera, en ese momento se dio cuenta de lo importantes que eran en
su vida. Había relegado sus sentimientos tan al fondo de su alma que se había
creído incapaz de volver a sentir nada similar por nadie. Pero ahí estaba.
“Desde luego”, pensó,
“ay del que se atreva a poner en peligro su seguridad”. Porque, si era
necesario, el príncipe de los Saiyan volvería a protegerlos con su propia vida.
Y en esa ocasión, no
le importaría a quién tuviera que llevarse por delante con tal de conseguirlo.
(Imagen:
Pinterest. Inspiración: Dragon Ball Kai)
© Paula de Vera García
He gritado de la emoción al leer este capítulo. Mi Dios, eres tremendamente talentosa con las palabras, en verdad admiro mucho el trabajo qué haces y como conviertes todo en algo realmente bello. Disfruto mucho el leer todo lo qué nos compartes y amo demasiado la manera en qué nos presentas el Vegebul, tan mágico. Muchísimas gracias por tanto.
ResponderEliminarHola reina!! Acabo de ver que comentaste, muchas gracias por tus palabras. En un par de días os traigo algo nuevo. Un abrazo enorme!
EliminarHola Señora Paula, la saludo desde Lima Perú y de verdad me encuentro encantadisima con la forma como usted ha podido plasmar e interpretar a ambos personajes en estas lineas, es lo mas cercano para mi como interactuarian ellos y Vegeta, ni que decir, he leído otros cuentos sobre ellos dos pero ninguno me ha dejado satisfecha como lo ha hecho usted, también he gritado de emoción como Vero y ya me he leído todos los capítulos, me alegra que la fecha de publicación sea actual, eso me da la esperanza que muy pronto habrán mas capitulos, usted vale un Perú! un fuerte abrazo, quedo atenta.
ResponderEliminarMuchísimas gracias!!! :) Un abrazo fuerte!
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