En el dormitorio de Gertrudis había un
espejo de cuerpo entero, y otro de medio cuerpo colgados frente a frente
en la pared. Decía que esas lunas que reflejaban toda la luz y chocaban
contra su superficie, tenían una secreta relación. Cuando su amante
venía a visitarla jugaban a hablarse a través de ellos, con frases
amorosas, besos soplados, sonrisas cómplices, simpáticas habladurías,
graves enfados. Según fuera de agradable o tenso el tema de
conversación, reían o…
Había una porfía que tarde o temprano
salía a relucir. Se manifestaba cuando ella, toda amorosa, le preguntaba
cuando se iba a divorciar de su encantadora mujercita. Él poniéndose
los pantalones se daba la vuelta, subía la cremallera, se abrochaba la
camisa, se hacía el nudo de la corbata y tras estirar las mangas de la
chaqueta, sacaba el pañuelo bordado con su inicial y con un vibrante y
rotundo estornudo se limpiaba la nariz. A continuación, le daba un beso
en la mejilla y se marchaba.
Gertrudis, rabiosa, se miraba en el
espejo de cuerpo entero, y al ver que la naturaleza se había volcado en
ella, se animaba un poco. Luego se iba al pequeño donde la imagen
reflejaba su rostro perfecto, y el ánimo subía mucho más, para después
sentarse ante el tocador y tomar un espejo pequeño y redondo que por un
lado era de aumento y, con ira controlada, se retocaba las cejas.
Un día su asistenta mexicana le trajo de
regalo un trozo de obsidiana pulida. Al verse reflejada en él, con otro
tono de piel y mucho más guapa, decidió enmarcarlo y subirlo a su
habitación. Ya eran cuatro los espejos. Lo que ella desconocía eran los
poderes de adivinación de esta piedra de abismal negrura, en la que se
podía ver el pasado, el presente, el futuro…
Tras una temporada de relativa
normalidad, volvió a salir a la luz su obsesión, la discusión inacabada.
De pronto, se oyó un ruido como si temblaran cielos y tierra y en aquel
espejo de bruja elegancia apareció la imagen de una mujer: La de la
legítima esposa, que recorrió el recinto con la mirada. La posó en
Gertrudis que estaba vestida con un deshabillé malva sobre la cama.
Luego en su marido que, desnudo y petrificado, la oyó decir: «Ni se te
ocurra volver».
No hay comentarios:
Publicar un comentario