El mantero que vende bolsos en la
esquina de una calle principal es negro como un tizón. Tiene hambre. Lo sé
porque de vez en cuando se toca la barriga y se mete en la boca unas cuantas
hojas de perejil que saca de un saquito que cuelga de su cintura. Fue un regalo
de Paquita, la vendedora de hierbas aromáticas, que también lee las líneas de
la mano.
Bueno, bonito, barato, se le oye
decir a una pareja que se le ha acercado. Cierra los ojos y reza para que le compren.
Mucho mirar, mucho tocar, mucho preguntar precio, pero se han ido con las manos
vacías.
Mastica, Alí, mastica, que el
perejil es rico en vitaminas y minerales. Llegó a Tenerife en una patera y allí
le dieron una camisa azul clara y un pantalón azul oscuro y lo mandaron a Madrid.
Duerme en una cueva cerca de la Catedral de la Almudena, y por las mañanas, muy
temprano sale a la calle con la mercancía que es de un compatriota y según lo
que venda así le da. No tiene abrigo, solo una bufanda roja que encontró en un
contenedor.
Paquita le anima a ir a uno de
los comedores de auxilio, no puede continuar tomando un vaso de leche al día, que
sí Alí, que allí te darán de comer ¿dónde crees que como yo?
Hoy ha sido su día de suerte, no
solo se ha atragantado con el plato de garbanzos, también le han regalado un
abrigo que le queda muy grande, pero tapa, y cuando pensaba que no podía ser
más feliz, un anciano se le ha acercado y le ha ofrecido ser Baltazar en la
Cabalgata de Reyes. Se tendrá que desplazar pues es en un pueblo cercano. No
importa, piensa. Iré andando. Paquita más práctica pregunta cuánto le pagarían,
y a los dos al oír la cantidad casi les da un patatús.
© Marieta Alonso Más
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