domingo, 2 de agosto de 2020

Amantes de mis cuentos: El aventurero






Cuando mi abuelo se vino a vivir a nuestra casa compartió dormitorio conmigo que entonces tenía seis años. Se hizo cargo de leerme un cuento todas las noches, y cuando mi madre salía por la puerta cerraba el libro y me hablaba de la vida tan agitada que tuvo Andrés, el abuelo del abuelo de mi abuelo, que se llamaba como yo.  

Este ancestro de joven recorrió el mundo entero y durante un tiempo trabajó en correos, era el encargado de llevar en una gran saca de cuero la correspondencia que salía de España con rumbo a Filipinas, y que se tenía que hacer por la vía de Calcuta. Tardaba en llegar de setenta a noventa días, y según fueran de abundantes las cartas iban dos, tres y hasta cuatro hombres.

El recorrido de Calcuta a Bombay lo tenían que hacer andando y estaba lleno de precipicios, peñascos, desiertos… eran tan buenos corredores que llegaban siempre a tiempo y cuando no lo hacían era seguro que algo malo había pasado, alguno había sido devorado por un tigre. Para entretenerse en el camino iban silbando canciones, y me abuelo me enseñó a silbar porque yo quería ser como aquellos hombres.

Todos los días de la mano de mi abuelo iba a la escuela, luego me recogía y jugábamos al fútbol, o dábamos un paseo. De regreso un agudo silbido anunciaba nuestra llegada a casa y mi madre dejaba lo que estuviera haciendo para abrirnos la puerta.

Hoy, en la mañana, hemos enterrado al abuelo y le echo mucho de menos, tanto que no logro conciliar el sueño. Ya tengo doce años y aunque adolescente me gusta que me cuenten cuentos. Siento una gran desazón, por eso he salido al patio para emitir un silbido muy fuerte con la esperanza de que él lo escuche allá donde se ha ido. Y recuerdo todo lo que me enseñó, cuánto jugó conmigo y, de pronto, oigo su alegre voz: tiene al pariente lejano a su lado que nos va a contar muchas nuevas historias.

Abuelo, me haces mucha falta, le digo llorando. Me quiero ir contigo. No seas bobo, y deja de moquear, que todas las noches si me llamas estaré contigo. Ahora te presento a Andrés, escucha sus nuevas historias. 

La que me contó era fantástica, de las mejores que había oído. Así se lo dije. Escríbelas hijo, que ya vendrás conmigo cuando llegue el momento. Así lo haré, abuelo. Y me fui a la cama con una sensación muy extraña, como si estuviera un poco loco. Y antes de cerrar los ojos me dirigí a las estrellas:

Gracias abuelo y a ti también Andrés: ¿qué mal rato más bueno me habéis hecho pasar?



© Marieta Alonso Más

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