martes, 17 de noviembre de 2020

Paula de Vera García: Amemos en libertad #3 – Debemos luchar por el amor




Riza, conocedora de la infancia de Roy, se limitó a sonreír a su lado. Vanessa, por otra parte, al no conocerla, en cuanto comprobó que la joven rubia iba sujeta del brazo de Mustang esbozó una mueca mordaz sin separarse mucho de Roy.


—Uy, Roy, querido. ¿Quién es tu amiga, que no me la presentas?


El general de brigada, tras cruzar una mirada cómplice con Riza, apartó suavemente a Vanessa y señaló a aquella con la mano.


—Vanessa, te presento a mi novia, Riza Hawkeye. Riza, esta es Vanessa, una de las chicas de mi madre.


—Es un placer —saludó Riza, quitándose el sombrero con elegancia y sintiendo un cierto placer divertido al ver la cara de decepción adolescente de Vanessa—. No conozco a muchas amigas de Roy…


Vanessa trató de disimular su enojo sin conseguirlo antes de girarse y replicar entre dientes:


—Encantada.


La pareja observó entonces cómo se alejaba, antes de romper a reír por lo bajo.


—¿No es muy joven para ti? —lo chinchó Riza, mientras volvían a avanzar hacia la barra.


Roy dejó de reír, aunque mantuvo la sonrisa mientras sacudía la cabeza con jocosa resignación.


—Demasiado, incluso para mi gusto.


—¡Oh, vamos! —lo increpó su novia, conteniendo la risa a duras penas—. ¡Sabes que nos conocemos desde hace mucho!


Él la coreó sin responder, pero teniendo que darle la razón. Sin embargo, no tuvieron mucho más tiempo para las burlas antes de que dos sombras, una morena y otra rubia, se abalanzaran sobre ellos.


—¡Riza! —aulló Rebeca, embutida en un provocativo vestido negro cuyo escote por poco no le llegaba a la altura del ombligo—. ¡Feliz cumpleaños, compañera!


La aludida le devolvió el abrazo al tiempo que Havoc, con la mano libre –la otra la tenía aferrando la cintura de Rebeca– palmeaba la espalda de Roy con camaradería.


—¡Gracias, chicos! —repuso Riza, agradecida. En ese instante, Breda, Falman y Fuery se aproximaron también para felicitarla, haciendo que la joven teniente coronel casi se emocionara—. Habéis hecho un trabajo estupendo.


—¿Te gusta? —se enorgulleció Rebeca, antes de guiñarle un ojo a Roy—. Madam Christmas ha sido muy permisiva a la hora de permitirme decorar el local.


—Sí, pero ni se os ocurra romper nada —advirtió Roy con falsa seriedad—. O me sé de alguien que pagará todas las consecuencias. ¿Verdad, madre?


La interpelada, que se encontraba justo unos metros más allá, acodada sobre la barra, se limitó a guiñarle un ojo cómplice antes de hacer un ademán hacia Breda y Havoc.


—Vamos, chicos. Echadme una mano con las bebidas, que esta gente tiene que estar sedienta.


Roy enarcó una ceja a la vez que Riza, sospechando lo que aquello podía significar. Especialmente cuando vieron como Rebeca y Chris Mustang chocaban sus manos con disimulo.


—Así que… Este es el futuro de mi brigada —comentó Roy mientras su madre se acercaba para besarlo en la mejilla y abrazar a Riza, con cariño casi maternal. Obviamente, sabía quién era la pareja de Roy casi desde el inicio. No en vano, casi todas las paredes de Amestris tenían sus oídos a su disposición y, aparte, aún conservaba a un hijo adoptivo que confiaba en ella…—. ¿Cuántos te han jurado lealtad?

Madam Christmas mostró una falta expresión de contrariedad mientras se encogía de hombros, como si aquello no fuese con ella.


—El país está en paz, Roycito. Y, aunque yo esté orgullosa de ti, entiendo que no todo el mundo comparta tus mismas ambiciones…


—Sí, yo tampoco —suspiró él, algo abatido—. Pero los echaré de menos…


Chris sonrió con una ternura inusual en ella.


—El mundo está cambiando, cielo. Todos tenemos que hacernos a la idea —Acto seguido, dirigió una mirada fugaz hacia Riza, dando a entender que confiaba en ella para que ayudar a Roy en aquel periplo que se le avecinaba. La joven asintió, comprendiendo—. Oh, me requieren algunas de mis chicas —se disculpó entonces la Madam—. Disfrutad de la velada… Y feliz cumpleaños, cielo.


—Gracias —repuso Riza, antes de que la dueña del local desapareciera tras la cortina de la trastienda y de encaminarse junto a Roy a la barra para pedir algo.


Allí se sentían a salvo. Fuera cierto o no lo que habían anunciado en los periódicos de la derogación de aquella maldita norma, estaban rodeados de buenos amigos y compañeros, de gente a la que confiarían su vida sin dudarlo. Mientras Fuery se entretenía con Hayate, que había viajado con ellos, Breda y Falman se dejaban agasajar por las chicas de Christmas y ellos permanecían sentados en la barra; muy juntos, pero sin apenas rozarse. La electricidad que desprendían sus cuerpos era casi visible. Las narices a apenas un milímetro, los ojos entornados, medias sonrisas y el pulgar de Roy deslizándose por la mejilla de ella, haciendo que Riza bajase la barbilla con azoro y deleite a partes iguales.


—Estás preciosa hoy —susurró él.


Ella torció los labios, mordaz.


—¿Solo hoy?


Roy soltó una risa bronca.


—Sabes lo que quiero decir.


Hawkeye apoyó la barbilla sobre las manos, mirándolo de lado sin inocencia alguna. Tras liberarse del abrigo, ahora mostraba un vestido violeta bordado con dibujos plateados, sin mangas y cuello estilo Xing. Sus habituales pendientes de bolita los había cambiado por dos filigranas de plata, sencillas pero elegantes. Con la ayuda de Rebeca, también la joven había recordado lo que significaba maquillarse, aunque fuese sin excesos. Claro que sabía lo que Roy quería decir.


—Era una ocasión especial —tanteó Riza, apartándole un mechón del flequillo azabache de la frente—. Gracias por prepararlo todo.


Su novio inclinó la cabeza con aire divertido.


—Ah, no me mires a mí con eso. Han sido Rebeca y Havoc…


Riza sonrió mientras observaba a la citada pareja bailar.


—Los echaremos de menos, ¿verdad?


Roy asintió con pena.


—Pero también me alegro por ellos —la miró con intensidad—. Si es lo que desean, ¿quién soy yo para decirles que no lo hagan?


Riza estuvo a punto de sacar a colación que ahora podrían incluso casarse sin dejar el ejército; pero, sabiendo que ese no era el único motivo de que Havoc y Rebeca quisieran dejar el uniforme, se mordió la lengua a tiempo. No quería echar a perder la noche, por lo que prefirió cambiar a temas de conversación más banales mientras ambos bebían pequeños sorbos de sus copas de alcohol.


La noche pasó en un suspiro, riendo, bailando, hablando… Casi rompía el alba cuando Roy y Riza llegaron por fin a la puerta del hotel tras un tranquilo paseo por las calles dormidas de Central. Dormirían poco, pero no les importaba. Caminaban de la mano, sin prisas. Al menos hasta que Riza fue a adentrarse en el hotel. Momento en que, para sorpresa de Roy, se detuvo y giró apenas la cabeza para observarlo de reojo.


—¿Qué ocurre? —preguntó él, alertado por su actitud.


Su amante esperó unos segundos antes de girarse del todo, recortada su silueta a medias por la luz procedente de una ventana próxima.


—Nada. Solo que, ¿no crees que es un momento estupendo para pedírmelo?


Roy se quedó clavado en el sitio a causa de la sorpresa, mientras su corazón empezaba a aletear como un colibrí. ¿Cómo lo había sabido? Pero, aunque hubiese querido hacerse el tonto por un rato, la mirada limpia de melaza de su amante hizo caer de golpe todas sus barreras.


—Debí imaginar que lo adivinarías —sonrió él. Ella lo imitó y se acercó un par de pasos, expectante—. ¿Crees que es seguro?


Riza hizo un gesto dubitativo.


—Lo cierto es que no. Pero… ¿y si lo fuera? —tragó saliva—. No sé tú, pero yo no quiero seguir esperando si me dan la oportunidad de avanzar.


Roy sonrió más ampliamente.


—Espero entonces no arrepentirme de esto —bromeó antes de hincar una rodilla sobre la acera y sacar la pequeña cajita negra del bolsillo interior de la chaqueta—. Theresa Hawkeye, mi amiga de infancia, mi compañera, mi guardiana, la única persona a la que confiaría mi vida sin dudar… —abrió el estuchito y mostró una alianza de compromiso de oro blanco con dos piedrecitas engarzadas en forma de llamas: una blanca y la otra roja—. ¿Quieres casarte conmigo?


A lo que ella tendió su mano izquierda, sonrió y contestó, emocionada:


—¡Sí, quiero!



En la mansión de Grumman, a la mañana siguiente…



El líder de Amestris se encontraba recién vestido frente al enorme ventanal de su dormitorio cuando su joven asistente llamó a la puerta.


—Capitán General, Madam Christmas desea verlo —anunció el muchacho, apenas un cadete recién salido de la academia, cuadrándose ante su superior.


Grumman se giró sin prisa, ajustándose las pequeñas gafas.


—Hazla pasar, hijo —le indicó. Y mientras la oronda y maquillada mujer flanqueaba al imberbe soldado, agregó—. A las grandes damas no hay que hacerlas esperar —Cuando se aproximó y la puerta se cerró tras ella, dejándoles privacidad, el Jefe del Estado besó con elegancia la mano anillada de la anciana casamentera—. Cada día más hermosa, Chris. Sin duda.


La mujer alzó la comisura izquierda del labio, como si aquello fuese una divertida broma.


—Tú siempre tan adulador, Grumman —comentó antes de situarse también frente al ventanal—. Roy me ha llamado esta mañana —informó, en el mismo tono que si hablaran del clima—. Me ha dicho que se casa.


—¡Ah! Qué gran noticia —se maravilló Grumman—. Y, ¿quién es la afortunada?


Un par de incisivos ojos verdes cargados de sorna se clavaron entonces en el anciano.


—Lo sabes perfectamente, viejo bribón —lo reconvino sin maldad.

Él, por su parte, rio como un chiquillo atrapado en plena trastada.


—Ah, sí… ¿Cómo iba a ser de otra manera?


Chris sacudió la cabeza, poco convencida por algo.


—Sigo sin saber por qué no le has dicho a la pobre muchacha que es tu nieta —lo regañó de nuevo, con mayor severidad—. En serio, dime: ¿qué tenéis que perder?


Grumman inclinó la barbilla sobre el pecho, meditando. ¿Cómo expresarlo?


—Ay, Chris —suspiró finalmente, con la vista fija en los jardines que se extendían a sus pies—. A veces, la vida pasa sin que nos demos cuenta y, cuando queremos enmendar algo, ya es demasiado tarde.


—Pero, podrías dejar el cargo en herencia a Mustang sin tener que recurrir a triquiñuelas varias —le recordó ella—. ¿Por qué no?


El capitán general, para su sorpresa, se giró hacia ella con actitud contrita.


—Si he decidido derogar esa absurda norma es, en efecto, porque después de todo lo sucedido con su madre no podía soportar pensar… Que yo podía ser un impedimento para su felicidad —reconoció en voz baja—. Pero, ¿acaso cambiaría algo confesar a estas alturas que soy su abuelo? No —sacudió la cabeza—. Riza ha logrado lo que tiene por sus propios méritos. No quiero que nadie piense que existen favoritismos de ningún tipo.


—Pero Roy también te aprecia, has sido su mentor durante años —insistió Mustang. Pero al comprobar la terquedad de Grumman, que había vuelto a mirar estoicamente hacia el frente sin responder siquiera a sus ruegos, claudicó—. Bueno. Es tu decisión, querido amigo. Y sabes que si necesitas una mano en los bajos fondos de Ciudad Central… En mí tendrás una aliada eterna.


Ahora sí, Grumman se permitió esbozar una pequeña sonrisa satisfecha.


—Quiero que mi nieta sea feliz y sé que tu hijo siempre ha sido el candidato perfecto, Chris —enfocó de nuevo el horizonte más allá de sus jardines, como si reflexionara para sí—. Dejemos que el mundo evolucione. Luchemos por el amor. Porque —su sonrisa se acentuó— no podemos impedir que se amen; pero tampoco podemos permitirnos que tengan que abandonar el ejército, el pilar de nuestra sociedad, para conseguirlo. ¿No crees?


Madam Christmas, tras reponerse de la sorpresa, soltó una risa gutural.


—Eres un viejo diabólico, lo sabes, ¿verdad?


Ante lo que Grumman se encogió de hombros y manifestó:


—Créeme: y pretendo seguir siéndolo durante muchos años...





© Paula de Vera García



(Historia en 3 capítulos inspirada en Roy Mustang y Riza Hawkeye, “Full Metal Alchemist: Brotherhood”. Imagen: zerochan)



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