Se ha ido.
Lancelot se ha ido y
no puedo creerlo. Me niego a contemplar que, en el fondo, era igual que yo. Iba
a ser igual que yo. Derrotado tras peinar el prado donde ayer desapareció aquel
vendedor, retorno al palacio como si nunca pudiera volver a sentir nada en absoluto.
Me siento... Vacío.
Sin embargo, al llegar
al claro, te veo llegar a ti. Vuelas con frenesí, los ojos desorbitados y las
manos frente al pecho. Cuando mis ojos se clavan en los tuyos, aunque quisiera
no podría ocultarte lo que ha ocurrido. Mi rostro debe de decirlo todo. Con el
alma en pedazos, como en una pesadilla, veo entonces cómo te derrumbas sobre la
hierba, desmadejada como una muñeca. Tus rodillas tocan el suelo, tus manos
cubren tus preciosos labios y, de entre ellos, sale un grito que casi me hace
querer imitarlo. Eso es lo que me confirma lo que sospecho desde hace varios
minutos: que esto, aunque quisiera, es la dura realidad.
Sin pensarlo dos veces
y sin apenas sentir mi cuerpo, me noto avanzar hasta tu altura, caigo a tu lado
y mis brazos te acogen contra mi pecho, donde las lágrimas empapan mi piel
desnuda sin control. Los dos nos quedamos así, abrazados, como si el tiempo se
hubiera detenido. Al menos, hasta que un revuelo de súbditos a mi alrededor me
hace volver con dolorosa brusquedad al mundo real. Preguntan qué ha sucedido y
que dónde está Lance. Mi pequeño Lance. Casi no puedo contener una lágrima
traidora cuando les ordeno dar la alarma para encontrar a mi hijo, cueste lo
que cueste. Como de costumbre, nadie replica. De hecho, diría que todos se
entregan de inmediato a la tarea sin dudar un instante. Aman a su príncipe,
igual que nosotros dos.
Está empezando a
llover. Con cuidado, aprovechando que tus sollozos son apenas murmullos, me
levanto contigo en brazos y nos meto al abrigo del castillo, en dirección a la
sala principal. Casi derrumbándome, me siento en el trono mullido y te mantengo
entre mis brazos. Me rompe el alma verte así, con la mirada llorosa y clavada
en quién sabe dónde. Había olvidado el dolor que se siente al perder a alguien
que amas, pero el destino se ha asegurado de recordármelo de la peor forma
posible.
En ese momento,
susurras contra mi pecho el nombre de nuestro pequeño y yo solo puedo abrazarte
de nuevo. Me dices que quieres recuperarlo y no puedo estar más de acuerdo.
Sufro, mi corazón duele. Pero tengo una cosa clara. Lo vamos a encontrar. No
importa lo que tarde, pero lo haré. Y ese juramento, al tiempo que lo susurro
contra tu pelo, tu precioso cabello rubio tan parecido al de él, parece
grabarse a fuego en mi corazón.
«No te preocupes, mi
pequeño Lancelot. Yo te traeré de vuelta a casa».
Historia
inspirada en Ban y Elaine de Seven Deadly Sins/Nanatsu No Taizai
Imagen: Ban,
Elaine & Lancelot Ban Jr. por Sesshlidia
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© Paula de Vera
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