Un León decrépito, paralítico, y al cabo ya de sus días, pedía el remedio
para la vejez. A los reyes no se les puede decir imposible. Envió a buscar
médicos entre todas las castas de animales, y de todas partes llegaron los
doctores, bien provistos de recetas. Muchas visitas le hicieron, pero faltó la
de la Zorra, que se mantuvo encerrada en su guarida. Un Lobo, que también hacía
la corte al monarca moribundo, denunció al ausente camarada. El rey mandó que
en el acto hicieran salir a la Zorra de su madriguera, y la llevaran a su
presencia. Llegó, se presentó, y sospechando que el Lobo había llevado el
chisme, habló así al León:
‒Mucho temo, señor, que informes maliciosos hayan achacado a falta de celo
la demora de mi presentación. Quiero que sepas, pues, que estaba peregrinando,
en cumplimiento de cierta promesa que hice por tu salud, y he podido tratar en
mi viaje con varones expertos y doctos, a quienes he consultado sobre la
postración que te aqueja y aflige. Lo único que te falta es calor: los años lo
han gastado.
‒¿Y qué tengo que hacer? ‒preguntó el León.
‒Que te apliquen la piel caliente y humeante de un Lobo, desollándolo vivo.
Es remedio excelente para una naturaleza desfallecida. Ya verás qué camiseta
interior tan buena te proporciona el señor Lobo.
Pareció bien el remedio al monarca, y mandó desollar en el acto al Lobo. Lo
descuartizaron e hicieron tajadas. Cenó de ellas el León y se abrigó con su
pellejo.
Se puede adular sin chismes y sin exponerse a ser descubiertos. Los chismosos son castigados con mucha frecuencia.
Jean de La Fontaine,
fabulista, poeta, abogado, moralista y escritor francés del siglo XVII. Miembro
de la Academia Francesa está enterrado en el cementerio de Père-Lachaise.
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