La luz mortecina obligaba a encender las lámparas desde por la mañana durante los meses de invierno. Con gesto desabrido, Eusebio se asomaba a mirar por la ventana el descuidado jardín al que daba su despacho. A ver si terminaban de una puñetera vez el nuevo edificio y ya podría instalarse en el lugar que le correspondía y no en este oscuro cuartucho.
La tímida llamada en la puerta de su secretaria, recién llegada, de buenas hechuras y dudosa eficacia, le sacó de sus pensamientos.
––Don Eusebio, el correo ––avanzó con docilidad hasta su mesa.
––Que no muerdo, gacelita, que no muerdo. Quita esa cara de susto ––le recriminó con sorna.
Torció el gesto al ver el sobre y lo abrió.
“Debo confesar que el otro día me costó reconocerte en la rueda de hombres que giraban, igual que un tiovivo desengrasado, en ese patio. Al pararte frente a mí, tras los cristales emplomados, pude reconocer en tu turbia mirada al hombre, al muchacho que fuiste. El resto: tu paso cansino, los hombros abatidos y la incipiente barriga, me alejaban del recuerdo que tenía de ti.
Quiero decirte que hago gestiones para que salgas. Ya falta menos, a lo mejor menos aún de lo que crees. Comprendo que hablarte de tiempos puede resultar cruel, pues supongo que la vivencia del mismo ha debido distorsionarse después de tantos años.
Si vuelves a la ciudad y no temes que la avalancha de recuerdos te sepulte, cuentas conmigo. No encontrarás nada igual a lo que recuerdas. Han quitado las barandillas del puente e impedido el paso. La maleza se apodera de todo y casi tapa los carteles de prohibido que se van despintando con las lluvias y el paso de los días.
Ya no es posible reconocer el sitio dónde vivimos los buenos momentos de la niñez y juventud. Hacíamos equilibrio sobre la barandilla, sudando de miedo animados por los otros. Allí fumamos los primeros pitillos y otras cosas, y llevábamos a las chicas con el intento de cumplir nuestros ardorosos deseos bajo la humilde arcada. ¿Te acuerdas? Nunca nos creímos que fuera un puente romano como afirmaba la abnegada doña Reme, que desperdició su conocimiento con nosotros.
Sé que en tu juicio no te ayudó mi declaración. Confundí algunos hechos y los horarios. Estábamos muy fumados y no pude justificar que estuvieras en mi casa a esa hora. Mi padre solo pudo jurarlo por mí. Ya sabes cómo era de autoritario, siempre pendiente del buen nombre y la reputación de la familia. Pero ahora desde mi puesto en la Consejería de Interior voy a remover tu caso. Han encontrado bajo el puente una chica desaparecida con las manos atadas sobre la cabeza y un zigzag de sangre en la frente. Yo impulsé la búsqueda dando orientaciones que los llevaran hasta ahí. Este nuevo crimen te exculpa.
Pudimos ser cualquiera de nosotros y todos a la vez. Éramos un solo elemento con diversas cabezas que se movía como una masa informe, llevada por impulsos y desafíos y a ti te tocó pagar por todos. Lo siento.
A los otros no los he vuelto a ver, José murió en un accidente, Perico y Jonás se largaron al extranjero y de los hermanos Ortúa no se sabe nada. Aunque te parezca horrible lo que te voy a decir, tú, al menos, tendrás la conciencia tranquila. Ya has purgado. Yo solo puedo dormir con somníferos, pues a medida que van pasando los años, se me aparece con más nitidez el momento. Los gritos de la chica, su pataleo, el ruido al caer desde la barandilla y cómo tuvimos la frialdad, pese a lo drogados que estábamos de atarla y hacerle el zigzag en la frente. Eso fue idea de Jonás.
Esta carta te llega sin censura, para eso estoy en este puesto, sino, no te podría contar todo esto y espero que entiendas el valor de la aparición de este nuevo crimen que te permitirá respirar libre otra vez.
Con afecto.
Eusebio.”
En el sobre sin abrir que le fue devuelto, escrito en tinta roja ponía:
Preso trasladado a psiquiátrico.
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