jueves, 19 de agosto de 2021

Liliana Delucchi: Cuenta saldada

 


Lo mira de lejos mientras avanza entre la maleza. «Cuánto ha crecido, es normal, hemos tenido una primavera muy lluviosa». Con el bastón va abriéndose camino pero no se atreve a bajar. «Mis piernas no son las de entonces.»

Recuerda cuando se escapaba para refugiarse debajo del puente, con un libro o solo sus fantasías que la llevaban a mundos que estaban más allá de aquellos parajes.

Tendría seis años, no más, y se sentaba debajo de las arcadas, a salvo de todos.

––Quédate del lado derecho, en el izquierdo hay monstruos ––le decía su abuela.

Pero ella sabía que no eran monstruos. Eran los García. Como Montescos y Capuletos, su familia y las del otro lado llevaban años enemistados. Habían olvidado el origen de la disputa, pero la mantenían, como los escupitajos al suelo que echaban unos a otros cuando se encontraban en el pueblo.

Fue un día de verano cuando lo vio. Escondida entre las flores, casi se le cayó el libro cuando la figura de un niño, que apenas tendría unos años más que ella, estaba en medio del río, pescando. Genoveva se mantenía dentro de los límites de su propiedad, sin embargo él había traspasado el suyo. Distraído con sus peces no la vio acercarse y cuando lo hizo le espetó «no puedes estar aquí.» Ella dijo que sí, que estaba dentro de sus lindes y que quien había sobrepasado los suyos era él. Sin embargo, el chico no se fue. Y la niña se acercó.

––No te tengo miedo ––le gritó desde su orilla, dejando el libro al resguardo de unas piedras. ––Sé que no vas a hacerme daño.

––No lo haré si te largas ––contestó él recogiendo el cordel de su caña.

––No sabes pescar, no es así como se hace. Si quieres te enseño ––y quitándose los zapatos, Genoveva se internó en el agua.

La anciana sonríe al recordar esa escena. Todas nuestras frases empezaban con un «no». Era lo que nos habían enseñado.

Daniel insistió en que se mojaría el vestido pero a la niña le daba igual, además, necesitaba un compañero o quizás solo romper las reglas.

Y…, se hicieron amigos. Unas tardes ella le contaba historias, otras se internaban en los bosques vedados para cualquiera de ellos, saboreando el entusiasmo de lo prohibido. Hasta que un día llegaron a una antigua construcción de piedra. Compuesta por un muro en el que el tiempo había hecho estragos, encontraron la entrada a una cueva húmeda, oscura, con una grieta al final por donde se colaba algo de luz. Pegados a la pared y casi tiritando, llegaron hasta el final. Tuvieron que apartar cascotes y arañar la tierra para, finalmente, salir a una pradera.

Del otro lado encontraron unas construcciones como las de los libros antiguos: Cabras sueltas, mujeres vestidas con túnicas y hombres con calzones de cuero. Un fuego central del que pendía una gran olla ennegrecida lanzaba humo en todas las direcciones. La gente hablaba en voz alta en una lengua que si bien entendían, era diferente al de sus palabras actuales.

Las chozas se alineaban en dos filas y niños flacuchos correteaban por doquier. De pronto escucharon un gran escándalo. Un grupo de mujeres arrastraba a otra. La llevaban maniatada y, entre golpes, la depositaron junto a un poste. Allí la ataron y empezaban a encender fuego a sus pies.

––¡Quemad a la bruja!

––La que van a quemar es idéntica a mi abuela ––musitó Genoveva.

––Y la que la empuja se parece a la mía ––se sorprendió Daniel.

Los niños salieron de su escondite en dirección al martirio. Los habitantes del poblado creyeron ver trasgos y caminaron hacia atrás, asustados y haciendo reverencias.

––Creen que somos espíritus ––susurró Daniel mientras desataba a la temida bruja.

Con una arenga de las que había aprendido en los libros, Genoveva convenció a los allí reunidos que no había encantamiento y que debían liberar a esa señora. La condenada besó los pies de la niña y en la frente le hizo la señal de la cruz.

Terciaba la tarde cuando los niños llegaron a la pradera que está junto al puente. Allí, reunidos en una fiesta de campo estaban las dos familias, compartiendo comida y vino.

© Liliana Delucchi

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