Donde no puedas amar, pasa de largo.
Nietzsche
Los suelos de caoba crujían sin que nadie aparentemente los pisase. Había sido un salón de baile y desde hacía más de medio siglo se hallaba cerrado con llave. Quedó en el olvido al morir la duquesa, solo los pájaros anidaban en aquel hermoso palacio.
La
madera embelesada se pasaba el día mirando el bello artesonado de nogal. Era su
amor contrariado. Llevaba años enamorada de ese techo en forma de pileta, que
no podía dejar de mirar, y amar. El brillo de la juventud se había ido para los
dos, volviéndolos opacos y con algunas grietas que un día, sin motivo aparente,
aparecieron. Era la angustiosa huella del paso de los años, se dijeron.
Le
dolía pensar en esa distancia que impedía que pudieran estar juntos y se
preguntó si algún día podrían llegar a besarse, como aquella pareja ducal, expertos
rastreadores de rincones oscuros, que siempre encontraban el momento propicio
para unir sus labios.
Ayer
la tierra tembló, se oían gritos, sollozos, lamentos, un seísmo de gran
magnitud cambió la faz del lugar. No todo fue sufrimiento. El amor que nunca
desaprovecha la ocasión hizo que el suelo y la techumbre, por vez primera en su
larga vida, se pudieran abrazar, olvidándose de todo.
©
Marieta Alonso Más
¿Le ha gustado?
Sí.
Le invito a compartirlo
Me ha encantado el cuento por original.
ResponderEliminarMe alegro muchísimo que te haya gustado. Un abrazo
ResponderEliminar