Desde que tenía catorce años, vivía con su tío abuelo
boticario, soltero y muy tacaño, donde la habían mandado sus padres para
ahorrarse su manutención. Con ellos vivía el ama, una señora frescachona y
risueña, entrada en carnes, de muy buen ver. El ama era la única que plantaba
cara al viejo egoísta; la que le pedía dinero y, si no se lo daba, lo cogía sin
remordimientos del cajón de la botica.
─La niña necesita un vestido.
─ ¿Otro? ─protestaba el viejo.
─El que tiene se le ha quedado pequeño. La cintura le
llega a los sobacos.
─Bueno, bueno, sea… ¿Cuánto necesitas?
─El doble de lo que me piensa dar ¡Qué nos conocemos!
La niña estaba haciendo el cambio y todo se le quedaba
pequeño. No solo había dado un estirón, los pechos se le insinuaban y se le
habían ensanchado las caderas. En compensación la cintura había estrechado. El
cuello, alargado, sostenía la cabeza con una amplia frente unos ojos grandes y
dulces y unas mejillas siempre rojas de rubor. Parecía avergonzarse de ser
mujer y hermosa.
Cuando llegaba a casa, después del colegio ayudaba a su
tío en la farmacia y al ama en las cosas de la casa. Luego, cuando acababa, se
sentaba en el patio y soñaba. Soñaba con alguien que la llevase muy lejos,
cerca del mar. Soñaba con altas montañas nevadas. Soñaba con las cosas que no
había visto, porque la tierra donde vivía era seca y llana.
El ama con sus cuentos e historietas alentaba sus sueños.
─¡Un príncipe! Es lo que tú te mereces, niña.
─Ama, ya no hay príncipes ni reyes.
Y, se enamoró de un poeta, pobre y enfermo. Ella robaba
las medicinas que necesitaba y le daba ropa de abrigo a escondidas de su tío,
pero este lo descubrió.
─ ¡Ciertos son los toros! ─dijo el tío. Te has enamorado
de un desharrapado que viene a por mi dinero. Trabajarás en la farmacia hasta
que me devuelvas el último céntimo.
Trabajaba intensamente, estudiaba por las noches y empezó
a adelgazar. Seguía viendo al poeta a escondidas. El ama le ayudaba en sus
citas.
─¡Titas, titas, titas! ─gritaba el ama. Era la señal que
esperaba el poeta para entrar por la tapia del corral. Se veían al atardecer
cuando el boticario se iba al casino después de cerrar la farmacia.
─¡Moros en la costa! ─decía si el boticario regresaba.
Un día, con la ayuda del ama, la pareja se casó en
secreto. Fueron muy pocos los presentes en la boda. Por la parte del novio su
hermana mayor, a la novia la acompañaron sus amigas y su madre, que estaba muy
preocupada por el futuro de su hija. Cuando terminó la boda un coche les estaba
esperando y marcharon para la frontera francesa. En Francia se instalaron
durante un tiempo, él daba clases de español ella fregaba escaleras. Vivian en
una buhardilla, donde no cerraban bien ni puertas ni ventanas, fría e insana. A
los pocos meses enfermaron y, como siempre recurrieron al ama. Esta les envió
todo lo que tenía, pero no bastaba…
Un día, se plantó delante del farmacéutico y le increpó: «Ellos
son jóvenes, se quieren y merecen vivir. Usted tiene dinero, casa y tierras…
Llámelos, que vengan a vivir a esta casa y que la llenen de niños que tengo yo
muchas ganas de mecer a un arrapiezo entre mis brazos. Si hace esto yo le
respetaré y hasta le querré un poquito».
─¡Qué cosas tienes mujer! Sé que no pararás hasta salirte
con la tuya. ¡Sea! Que vuelvan.
Volvieron a vivir con el tío, pero no se cumplieron las
previsiones del ama. No tuvieron hijos y el poeta murió al cabo de unos pocos
años. Ella estaba triste, muy triste y el médico aconsejó un cambio de aires.
Marchó por segunda vez y triunfó en el mundo de la farándula donde recitaba con
emoción los versos del poeta, su poeta.
Quedaron, otra vez, solos el boticario y el ama…
─¡Se fue el alma de la casa! ─dijo el ama.
─El alma de la casa eres tú ─dijo el boticario─ mirándola
con ojos de carnero degollado.
─Qué cosas tiene este hombre, ¿Se le ha subido el sol a la
cabeza?
─Tú, tus risas y tu buen corazón son las cosas que no
pueden salir de ella.
─¿Por qué no probamos tú y yo a llenar esta casa de niños?
Se casaron, no en secreto, sino una boda bien sonada (vino
una gran orquesta para la ceremonia y el baile que se organizó después del
banquete). Les dio tiempo a ser felices y a tener varios hijos. ¡Era mucha ama aquella!
© Socorro González-
Sepúlveda
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