miércoles, 11 de mayo de 2022

Socorro González-Sepúlveda Romeral: El ama

 



Desde que tenía catorce años, vivía con su tío abuelo boticario, soltero y muy tacaño, donde la habían mandado sus padres para ahorrarse su manutención. Con ellos vivía el ama, una señora frescachona y risueña, entrada en carnes, de muy buen ver. El ama era la única que plantaba cara al viejo egoísta; la que le pedía dinero y, si no se lo daba, lo cogía sin remordimientos del cajón de la botica.

─La niña necesita un vestido.

─ ¿Otro? ─protestaba el viejo.

─El que tiene se le ha quedado pequeño. La cintura le llega a los sobacos.

─Bueno, bueno, sea… ¿Cuánto necesitas?

─El doble de lo que me piensa dar ¡Qué nos conocemos!

La niña estaba haciendo el cambio y todo se le quedaba pequeño. No solo había dado un estirón, los pechos se le insinuaban y se le habían ensanchado las caderas. En compensación la cintura había estrechado. El cuello, alargado, sostenía la cabeza con una amplia frente unos ojos grandes y dulces y unas mejillas siempre rojas de rubor. Parecía avergonzarse de ser mujer y hermosa.

Cuando llegaba a casa, después del colegio ayudaba a su tío en la farmacia y al ama en las cosas de la casa. Luego, cuando acababa, se sentaba en el patio y soñaba. Soñaba con alguien que la llevase muy lejos, cerca del mar. Soñaba con altas montañas nevadas. Soñaba con las cosas que no había visto, porque la tierra donde vivía era seca y llana.

El ama con sus cuentos e historietas alentaba sus sueños.

─¡Un príncipe! Es lo que tú te mereces, niña.

─Ama, ya no hay príncipes ni reyes.

Y, se enamoró de un poeta, pobre y enfermo. Ella robaba las medicinas que necesitaba y le daba ropa de abrigo a escondidas de su tío, pero este lo descubrió.

─ ¡Ciertos son los toros! ─dijo el tío. Te has enamorado de un desharrapado que viene a por mi dinero. Trabajarás en la farmacia hasta que me devuelvas el último céntimo.

Trabajaba intensamente, estudiaba por las noches y empezó a adelgazar. Seguía viendo al poeta a escondidas. El ama le ayudaba en sus citas.

─¡Titas, titas, titas! ─gritaba el ama. Era la señal que esperaba el poeta para entrar por la tapia del corral. Se veían al atardecer cuando el boticario se iba al casino después de cerrar la farmacia.

─¡Moros en la costa! ─decía si el boticario regresaba.

Un día, con la ayuda del ama, la pareja se casó en secreto. Fueron muy pocos los presentes en la boda. Por la parte del novio su hermana mayor, a la novia la acompañaron sus amigas y su madre, que estaba muy preocupada por el futuro de su hija. Cuando terminó la boda un coche les estaba esperando y marcharon para la frontera francesa. En Francia se instalaron durante un tiempo, él daba clases de español ella fregaba escaleras. Vivian en una buhardilla, donde no cerraban bien ni puertas ni ventanas, fría e insana. A los pocos meses enfermaron y, como siempre recurrieron al ama. Esta les envió todo lo que tenía, pero no bastaba…

Un día, se plantó delante del farmacéutico y le increpó: «Ellos son jóvenes, se quieren y merecen vivir. Usted tiene dinero, casa y tierras… Llámelos, que vengan a vivir a esta casa y que la llenen de niños que tengo yo muchas ganas de mecer a un arrapiezo entre mis brazos. Si hace esto yo le respetaré y hasta le querré un poquito».

─¡Qué cosas tienes mujer! Sé que no pararás hasta salirte con la tuya. ¡Sea! Que vuelvan.

Volvieron a vivir con el tío, pero no se cumplieron las previsiones del ama. No tuvieron hijos y el poeta murió al cabo de unos pocos años. Ella estaba triste, muy triste y el médico aconsejó un cambio de aires. Marchó por segunda vez y triunfó en el mundo de la farándula donde recitaba con emoción los versos del poeta, su poeta.

Quedaron, otra vez, solos el boticario y el ama…

─¡Se fue el alma de la casa! ─dijo el ama.

─El alma de la casa eres tú ─dijo el boticario─ mirándola con ojos de carnero degollado.

─Qué cosas tiene este hombre, ¿Se le ha subido el sol a la cabeza?

─Tú, tus risas y tu buen corazón son las cosas que no pueden salir de ella.

─¿Por qué no probamos tú y yo a llenar esta casa de niños?

Se casaron, no en secreto, sino una boda bien sonada (vino una gran orquesta para la ceremonia y el baile que se organizó después del banquete). Les dio tiempo a ser felices y a tener varios hijos.  ¡Era mucha ama aquella!

 

                                                    

 

 

© Socorro González- Sepúlveda

 

 

 

 

 


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