Estoy justo en esa edad en
que comienzo a remar hacia la orilla. Ayer cumplí noventa y ocho abriles. Como
homenaje a mi edad me dirigí al museo y me senté a contemplar un sarcófago que
dicen es etrusco. A lo mejor soy uno de sus descendientes, es posible, porque
si ellos anduvieron lo suyo, yo no me quedé atrás. Este pensamiento me llevó al
día en que vine al mundo.
Según contaba mi madre corría
la primavera y en los balcones florecían macizos de geranios, begonias,
petunias… No di mucha guerra, al primer dolor me soltó, pero nací gordito y
calvo, igualito a Churchill. Mi madre se fue ante la Virgen de la Vega y le
pidió una salud de hierro para mí, ya que de belleza escaseaba. Se lo concedió.
Nunca he estado enfermo. Ese día también se recuerda porque fue cuando las
cigüeñas colonizaron mi aldea y desde entonces los vecinos no cesan de arreglar
tejados.
Gracias a mi profesión de
marino viajé por muchos países y llegué lejos, hasta Chile, ese país que para
no caerse al mar se abraza a los Andes. Visité islas paradisiacas. Me enamoré
repetidas veces, y me casé en cuatro ocasiones. No me quedó más remedio me
dejaban viudo y un hombre como yo no debía estar solo. Tuve hijos, nietos,
biznietos. Cuando llegó la hora de jubilarme me hice escritor y según una de
mis nietas, que mucho se me parece, huelo a paquete de folios recién abierto.
Creo que mi futuro se está
acercando muy deprisa y me gustaría que alguien, algún día, se sentara a leer
mis libros, y se recreara en ellos como yo lo he hecho ante este arte funerario
que tan buenos recuerdos me ha traído.
© Marieta Alonso Más
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