En
palabras de Vicent van Gogh "Dibujar
es luchar por atravesar un invisible muro que parece alzarse entre lo que
sientes y lo que eres capaz de hacer". Y lo suscribo. Qué difícil es a
veces transmitir lo que llevas dentro y quieres compartir a toda costa. Y es
que al igual que otros muchos, al menos yo, necesitaba un impulso inspirador
que guiase mi mano, de lo contrario nada sería capaz de poner sobre un lienzo en
blanco.
Por
eso cuando finalicé mi carrera de Bellas Artes decidí emprender un viaje por la
Provenza francesa. Arlés, sería el primer lugar a visitar, una de las más
pintorescas localidades del país vecino, para mí, más por el espíritu que
atesora que por otra razón: El paso de Vicent Van Gohg por el lugar en el siglo
XIX, uno de los hombres más influyentes en el arte del XX, así como fuente inagotable
de inspiración para muchos en su época, como también lo fue para mí en la mía.
Si
bien este artista aparece en los libros de historia como un hombre atormentado,
oscuro, y depresivo, se diría que su legado es todo lo contrario. Un legado
repleto de luz y color, de expresión emocional y magnetismo; valores que nos
ponen en contacto con el universo personal del artista más allá del firmamento
natural, vinculado de principio a fin, tanto a la realidad como a lo imaginado.
Y allí
fui, a Arlés, a conocer parte de su trabajo de "primera mano"; uno de
los viajes más estimulantes de mi vida. Me sumergí en su entorno, hasta posarme
en aquel mundo de bohemia y lujo simultáneos. Llevaba su obra en mi médula a
buen recaudo, grabada a fuego.
Recorrí
los escenarios de su inspiración, campos y calles de aquel lugar. Caminé
despacio, escuchando cada uno de los pasos que daba. Pisaba con miedo, casi de
puntillas queriendo pasar desapercibida, sin apenas rozar el suelo para no
romper el encanto. Que nadie me abordase, era mi deseo, y mi anhelo, verme transitar
por sus calles o jardines sin ser vista, penetrar virtualmente en aquellas
rústicas viviendas y compartir el espacio con su gente, imaginar cómo habría
sido su vida o, por qué no, perderme en la inmensidad de los campos y degustar
el aroma de aquellos parajes que tanto le inspiraron a él.
No
pude resistirme y mientras caminaba fui reproduciendo cuidadosamente los
cuadros que él pintó durante el año que permaneció en Arlés, escenas en las que
yo me convertí en protagonista. Me vi allí,
como si de una refinada dama se tratase, sentada en el café, su café, o
recorriendo aquellas estancias que tan familiares fueron para él como el jardín
central del Hospital de Arlés. Notaba su presencia en cada esquina, en cada
color, en cada trazo, él estaba en cualquier lugar, tanto en mansiones, como eras,
campos, o puentes levadizos sobre el Ródano.
Y fui
capaz de aferrarlo todo, quedarme con ello tal y como él, Vicent van Gogh, lo
vio y lo plasmó en sus cuadros; en los que desveló partes imposibles de captar
por el ojo humano a base de desvirtuar la perspectiva natural mostrando la cara
oculta. Logró lo imposible: exponer "el todo". ¿Sería una idea
inspirada en aquella reflexión sobre la vida que recoge una de las cartas que escribió
a su hermano Theo? "¿Es la vida enteramente visible para
nosotros, o bien solo conocemos antes de la muerte un solo hemisferio?"
Tocaba
reanudar el viaje a otros destinos. El día era soleado y fresco, me sentía
jubilosa y llena. Y sí, algo me llevé y también algo de mí quedó entre las
paredes y adoquines de aquel lugar. Mientras me alejaba pensé ¿Es posible sentir
tanta inspiración con tan solo respirar el mismo aire?
"Y es que los
artistas, aún habiéndose ido de nuestro mundo, nos hablan a las generaciones siguientes
a través de sus obras y de lo que hizo posible su creación".
©
Caleti Marco
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