Mi hermanita vino de otro país, yo soy español. Ella nació del corazón de mi mamá, yo nací de su barriga. Ella no tiene colita, yo sí. Tampoco sabe jugar al futbol, en cambio, en mí tienen un campeón. Me sigue a todas partes y eso que la empujo fuerte para que no venga detrás. Es una quejica porque cuando le tiro el balón en vez de jugar se cae de culo al suelo y llora. Yo no. Hay días que no quiere comer. A mí me llaman zampón. Todo el mundo habla de que mi hermanita es «pura bondad», no sé cómo lo saben, si aún no dice ni siquiera mi nombre. A mí me llaman «tormento». Le encanta darme besos y yo me limpio la cara. Se ríe y yo le saco la lengua.
Cuando sea mayor me
echaré la mochila al hombro, como hizo la oveja negra de la familia, así llama
la abuela a mi tío Paco, que se fue detrás de una mujer y aún no ha regresado.
Yo sí volveré y le traeré a mi madre niños de todas las partes del mundo. El
otro día le oí decir que si por ella fuera tendría una docena. Mi padre se echó
las manos a la cabeza. A mí me gusta la idea de tener muchos hermanos, todos
chicos, no la que tengo que se pasa el día con su muñeca en vez de jugar conmigo al balón.
Mi mamá me ha dicho que le dé
tiempo al tiempo —eso significa tener paciencia— que cuando mi hermanita crezca
un poquito aprenderemos karate, natación, baloncesto, atletismo… y hasta puede
que me gane en alguno de estos deportes. Lo dudo.
© Marieta Alonso
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