domingo, 7 de agosto de 2022

Caleti Marco: Ensueño

 


   Salí al exterior de la cabaña con mi taza de café en la mano. ¡Bello lugar! Llevábamos diez años allí, bueno… yo sí, mi mujer faltaba de mi lado desde los últimos cinco. No obstante, era… como si ella no se hubiese ido.

   Recordé el día que descubrimos la casa sobre aquel pequeño promontorio a modo de acantilado sobre el mar. La ilusión de nuestra vida: retirarnos a un lugar como aquel, y… así lo hicimos. Amábamos las mismas cosas. Teníamos por costumbre compartirlo todo, como nuestro amor por la lectura. Al atardecer solíamos leer juntos textos, relatos, o poemas de nuestros escritores preferidos.

   A sus ochenta y tres años Roberto se mantenía fuerte y con buena salud. Cojeaba ligeramente de la pierna derecha por una caída que le obligaba a llevar bastón. Hoy es un día muy especial, se hubieran cumplido cincuenta años juntos… ¡Cuánto te echo de menos!, pensó. Después de fallecer su esposa decidió empezar un diario. La sentía tan cerca… así le haría partícipe de todo.

   Se vistió con esmero y salió dispuesto a dar su paseo matinal por la playa. Se abrigó bien, calzó sus botas y por último su gorra negra. El viento soplaba con fuerza levantando salpicaduras de agua y arena a su paso. Sin embargo, continuó procurando no acercarse demasiado a la orilla por temor a mojarse. De pronto le pareció oír unos gritos en el extremo norte de la playa, agudizó el oído y fijó la mirada, de primeras no vio nada. Permaneció atento hasta que por fin identificó a alguien. ¡Parecía un hombre que angustiado intentaba llegar nadando a la costa! Miró a su alrededor para pedir ayuda, estaba completamente solo. Él había sido un gran nadador, así que sin dudarlo Roberto se quitó parte de la ropa y se zambulló en el agua.

   Las corrientes de esa parte de la costa eran peligrosas y lo arrastraban dificultando su labor. El viento soplaba cada vez más. Un repentino golpe de mar lo arrojó contra las rocas magullando brutalmente su costado, aun así, hizo un esfuerzo y finalmente consiguió alcanzar al hombre. De nuevo una fuerte ola los empujó contra el acantilado y … todo se hizo negro.

   La habitación del hospital estaba en penumbra, el sonido intermitente de un monitor rompía el silencio, un cuerpo yacía inconsciente sobre la cama. Era Roberto, acababa de ingresar, lo habían encontrado inconsciente a la orilla del mar. Su único hijo acudió rápidamente a su lado. No sabiendo el tiempo que su padre permanecería en ese estado, decidió incorporar a su estancia algunos de los objetos más queridos para él. Entre otros dejó sobre la mesilla de noche el diario que tan celosamente cuidaba y mimaba. Anotaciones sobre horas antes de ocurrir el accidente estaban allí, a partir de ahí páginas y más páginas en blanco sin completar.

   Pasó el tiempo y se cumplió un año del suceso; Roberto continuaba en el mismo estado. Por ser una fecha tan señalada su hijo no quiso faltar, así que fue a visitarlo. Al entrar en la habitación del hospital observó abierto el diario que él había dejado un año atrás a su padre. Cuál no sería su sorpresa al ver que a continuación de la última página que él vio redactada un año antes, aparecían páginas escritas. Leyó algunas frases saltando de una a otra línea y la sorpresa era cada vez mayor. Entre otras cosas, relataba con detalle lo ocurrido aquel día en la playa; pero sin pena, con regocijo, feliz siempre; además parecía como si alguien hubiese permanecido día y noche con él desde entonces. Por un instante el hijo pensó que lo habría escrito su padre en algún momento de lucidez, pero... es que ¡no había despertado del coma en todo el tiempo!

   Sorprendido se preguntó quién se habría atrevido a hacerlo; pero no pudo averiguar nada. Dolido se sentó a su lado, tomó la mano de su padre entre las suyas y lloró amargamente. De pronto el diario cayó al suelo. El muchacho se levantó a cogerlo, lo abrió y fijó su atención en la última página, la cual sorprendentemente con movimientos lentos y algo bruscos se iba llenando de letras que formaban palabras; las lágrimas no le dejaban ver con claridad. Se restregó los ojos con el dorso de la mano para seguir mejor la escritura que iba apareciendo sobre el papel en blanco. Se completó una frase que le heló el corazón; jubiloso, sin poder contener el llanto leyó:

“Hijo, soy yo tu madre, no me he separado de él ni un momento… hemos escrito nuestras cosas los dos juntos durante todo este tiempo”.

© Caleti Marco

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario