Salí al
exterior de la cabaña con mi taza de café en la mano. ¡Bello lugar! Llevábamos
diez años allí, bueno… yo sí, mi mujer faltaba de mi lado desde los últimos
cinco. No obstante, era… como si ella no se hubiese ido.
Recordé el
día que descubrimos la casa sobre aquel pequeño promontorio a modo de
acantilado sobre el mar. La ilusión de nuestra vida: retirarnos a un lugar como
aquel, y… así lo hicimos. Amábamos las mismas cosas. Teníamos por costumbre
compartirlo todo, como nuestro amor por la lectura. Al atardecer solíamos leer
juntos textos, relatos, o poemas de nuestros escritores preferidos.
A sus ochenta
y tres años Roberto se mantenía fuerte y con buena salud. Cojeaba ligeramente
de la pierna derecha por una caída que le obligaba a llevar bastón. Hoy es un
día muy especial, se hubieran cumplido cincuenta años juntos… ¡Cuánto te echo
de menos!, pensó. Después de fallecer su esposa decidió empezar un diario. La
sentía tan cerca… así le haría partícipe de todo.
Se vistió con
esmero y salió dispuesto a dar su paseo matinal por la playa. Se abrigó bien,
calzó sus botas y por último su gorra negra. El viento soplaba con fuerza
levantando salpicaduras de agua y arena a su paso. Sin embargo, continuó
procurando no acercarse demasiado a la orilla por temor a mojarse. De pronto le
pareció oír unos gritos en el extremo norte de la playa, agudizó el oído y fijó
la mirada, de primeras no vio nada. Permaneció atento hasta que por fin
identificó a alguien. ¡Parecía un hombre que angustiado intentaba llegar nadando
a la costa! Miró a su alrededor para pedir ayuda, estaba completamente solo. Él
había sido un gran nadador, así que sin dudarlo Roberto se quitó parte de la
ropa y se zambulló en el agua.
Las
corrientes de esa parte de la costa eran peligrosas y lo arrastraban
dificultando su labor. El viento soplaba cada vez más. Un repentino golpe de
mar lo arrojó contra las rocas magullando brutalmente su costado, aun así, hizo
un esfuerzo y finalmente consiguió alcanzar al hombre. De nuevo una fuerte ola
los empujó contra el acantilado y … todo se hizo negro.
La habitación
del hospital estaba en penumbra, el sonido intermitente de un monitor rompía el
silencio, un cuerpo yacía inconsciente sobre la cama. Era Roberto, acababa de
ingresar, lo habían encontrado inconsciente a la orilla del mar. Su único hijo
acudió rápidamente a su lado. No sabiendo el tiempo que su padre permanecería
en ese estado, decidió incorporar a su estancia algunos de los objetos más
queridos para él. Entre otros dejó sobre la mesilla de noche el diario que tan
celosamente cuidaba y mimaba. Anotaciones sobre horas antes de ocurrir el
accidente estaban allí, a partir de ahí páginas y más páginas en blanco sin
completar.
Pasó el
tiempo y se cumplió un año del suceso; Roberto continuaba en el mismo
estado. Por ser una fecha tan señalada su hijo no quiso faltar, así que
fue a visitarlo. Al entrar en la habitación del hospital observó abierto el
diario que él había dejado un año atrás a su padre. Cuál no sería su sorpresa
al ver que a continuación de la última página que él vio redactada un año
antes, aparecían páginas escritas. Leyó algunas frases saltando de una a otra
línea y la sorpresa era cada vez mayor. Entre otras cosas, relataba con detalle
lo ocurrido aquel día en la playa; pero sin pena, con regocijo, feliz siempre;
además parecía como si alguien hubiese permanecido día y noche con él desde
entonces. Por un instante el hijo pensó que lo habría escrito su padre en algún
momento de lucidez, pero... es que ¡no había despertado del coma en todo el
tiempo!
Sorprendido
se preguntó quién se habría atrevido a hacerlo; pero no pudo averiguar nada.
Dolido se sentó a su lado, tomó la mano de su padre entre las suyas y lloró
amargamente. De pronto el diario cayó al suelo. El muchacho se levantó a cogerlo,
lo abrió y fijó su atención en la última página, la cual sorprendentemente con
movimientos lentos y algo bruscos se iba llenando de letras que formaban
palabras; las lágrimas no le dejaban ver con claridad. Se restregó los ojos con
el dorso de la mano para seguir mejor la escritura que iba apareciendo sobre el
papel en blanco. Se completó una frase que le heló el corazón; jubiloso, sin
poder contener el llanto leyó:
“Hijo, soy yo tu madre, no me he separado de él ni un
momento… hemos escrito nuestras cosas los dos juntos durante todo este tiempo”.
© Caleti Marco
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