sábado, 17 de septiembre de 2022

Paula de Vera García: La noche más corta del año – Parte II

 



 

Tras el incidente de la mañana, el día transcurrió sin sobresaltos para Elaine y Ban, incluyendo la boda y coronación de sus dos amigos. Además, la calidad de mercancía que la pareja mestiza había conseguido reservar aquella mañana en el mercado se había ganado varios silbidos de aprobación y grandes alabanzas por parte de los cocineros del palacio. Todo estaba saliendo a pedir de boca para todos, incluyendo la llegada casi inesperada de Hawk y su hermano Wild a la ceremonia. Y ahora, empezando a caer la que iba a ser la noche más corta del año, la celebración en la plaza de Liones y en el patio de armas de los Caballeros Sagrados estaba en pleno apogeo.

―¡Por los reyes! ―gritaban algunos.

―¡Por los novios! ―aullaban otros tantos.

Y los aludidos, con comedimiento, devolvían los saludos desde su estrado elevado mientras comentaban con sus seres más cercanos… Los Siete Pecados Capitales. Al menos hasta el momento en que Elisabeth dijo que quería ir a ponerse una ropa algo más cómoda y Elaine se ofreció a acompañarla. Diane, por supuesto, las despidió con un pequeño puchero ya que no podía hacerse pequeña para ir con ellas; aunque una sonrisa de su flamante esposo de un día le quitó cualquier resquemor que pudiese tener. Sin embargo, la desaparición de Elaine hacia el castillo provocó algo que muy pocos de los presentes pudieron prever a tiempo.

En efecto, no habían pasado ni cinco minutos desde que las dos muchachas habían alcanzado las puertas del castillo, cuando una voz estridente gritó a escasos metros de la base del estrado:

―¡Es ese! ¡Está ahí! ¡Os lo dije!

Y, visto y no visto, Ban se vio asaltado por un grupo de cuatro chicas que se aferraron a él como a un clavo ardiendo.

―¡Eh! ―protestó él, intentando quitárselas de encima con la mayor delicadeza posible―. Esto, bueno… Señoritas, por favor…

―¡Vaya, Ban! ―escuchó entonces el ex bandido decir a Meliodas, con un tono burlón que lo puso sobre aviso―. ¡Así que tú eres el afortunado de esta noche! ¿No?

Ban apretó los dientes, atando cabos todo lo rápido que el alcohol ingerido le permitía.

―¿De qué coño hablas, capitán? ―jadeó mientras la líder del grupo, una muchacha de rizos castaños sujetos en dos moños altos que le resultaban terriblemente familiares, y la cara pintada de blanco y rojo intentaba montarse en su regazo por todos los medios―. ¿De qué va esto?

Sin embargo, antes de que el rey pudiera responder, Gowther lo hizo por él en su tono desapasionado habitual:

―¡Ah, es la tradición de la “Reina de Corazones”! Todas las bodas de Liones tienen una, lo recuerdo… Una muchacha que elige a uno de los hombres de la concurrencia para hacerlo su Rey por esa noche…

―La Reina de… ―susurró Ban, antes de dirigir una mirada furibunda a Meliodas y que todas las molestas piezas de aquel misterio encajasen por fin en su cabeza―. ¡Capitán, joder! No sé de qué va esto, pero te juro que me la pagas. Joder ―repitió, cuando acababa de apartar con los dedos a dos de las secuaces de la Reina―, diles que se aparten, que no tengo ganas de jarana...

Pero el aludido se limitó a reírse, sin mover un dedo y coreado por el resto de los caballeros Sagrados, mientras las cuatro chicas parecían conseguir doblegar a Ban. No obstante, en el momento en que consiguieron tirarlo al suelo por pura rendición de él y la líder logró por fin ponerse a horcajadas sobre su cintura, una voz se alzó por encima del griterío:

―Pero… ¿Qué demonios está pasando aquí?

Como si aquellas seis palabras tuvieran poderes mágicos, toda actividad se detuvo en un santiamén nada más ser pronunciadas. Como uno solo, todos los presentes giraron la cabeza hacia su fuente y el corazón de Ban fue el primero en encogerse por mil motivos distintos al ver a las dos figuras plantadas frente al acceso del patio de armas. La que aún tenía los pies en el suelo tenía los ojos anaranjados y brillantes, luciendo el símbolo de la raza que habitaba aquel cuerpo en su última vida. La reina de Liones, la hija de la Deidad Suprema, observaba de hito en hito a los presentes con una frialdad que podía haber congelado a más de uno. Pero no era ella la que preocupaba a Ban, ni sus ojos, ni su pose.

Lo que al ex bandido quería romperle el alma en ese momento eran las manos de la figura que se alzaba un par de metros sobre Elisabeth, suspendida en el aire. Sus dedos apenas tapaban su pequeña y preciosa boca, entreabierta en un gesto de estupor absoluto. Sus ojos estaban al borde del llanto y su gesto estaba contorsionado por la incredulidad. Ban se maldijo con fuerza para sus adentros mientras intentaba zafarse de nuevo de la furcia que se le había encaramado y sus amigas, pero frenó en seco cuando escuchó la jovial y estúpida respuesta de Meliodas:

―¡Ah, Elisabeth! Has llegado justo a tiempo para ver la elección de la “Reina de Corazones” de nuestro banquete ―bromeó, señalando a Ban y haciendo a este querer que se lo tragara la tierra como jamás en su vida―. ¿No te parece que es genial?

Sin embargo, la respuesta de Elisabeth no llegó la primera. En cambio, lo que siguió a la pregunta de Meliodas fue un intenso sollozo y un revoloteo de alas doradas saliendo disparadas hacia la oscuridad de la noche. Sólo entonces, en medio de un silencio que podía cortarse con un cuchillo, la recién coronada reina de Liones replicó:

―Meliodas, en verdad que eres el hombre más inepto socialmente que he conocido jamás.

 

***

 

Unos segundos después, Elaine aterrizó en las almenas más alejadas de la plaza que fue capaz, aun considerando que Liones era una ciudad redonda con el palacio real en el centro. Sin embargo, sólo se atrevió a dar rienda suelta del todo a sus lágrimas cuando se sintió a salvo sobre el tejado de una de las torretas de vigilancia que por suerte esa noche no estaba ocupada. Sin quererlo, se maldecía por ser tan estúpida, tan crédula y, sobre todo… tan poco “humana”. Siempre, en sus peores momentos, había lamentado enamorarse de un humano por lo que eso podía suponer. No eran de la misma raza, no pertenecían al mismo mundo… ¿Cómo iba ella a encajar en la vida de Ban si era posible que ni siquiera pudiese…?

―¿Hay sitio para otro espectador?

De la sorpresa, Elaine casi brincó en el sitio, alzando la vista de inmediato hacia el recién llegado como si no creyese que pudiera estar allí subido también. Ban la observaba desde la suave penumbra, aunque claramente recortado contra el cielo nocturno desde el lado opuesto al de ella.

―¿Qué haces aquí? ―preguntó, apartando la vista y enjugándose las lágrimas como pudo con los dedos, todo en uno.

Ban, por su parte, no hizo alusión a esto último antes de responder con algo que parecía sinceridad genuina:

―Bueno, me apetecía pasar un rato con mi chica en esta fecha tan especial y la noche está estupenda ¿no crees?

Elaine tragó saliva y se abrazó las rodillas, todavía sin mirarlo.

―Se te veía entretenido ahí abajo ―murmuró―. No hacía falta que vinieras a buscarme.

―Sí, bueno... ―repuso Ban entonces, en un tono algo más agridulce que hizo a Elaine mirarlo de reojo―. El capitán ya se ha llevado lo suyo por esa estupidez y la trampa que me ha tendido durante el día de hoy… No te preocupes por ello.

Elaine alzó la cabeza un poco más, interesada casi sin pretenderlo.

―¿Qué quieres decir? ―inquirió, sin levantar la voz.

Ban mostraba ahora una sonrisa que parecía entre avergonzada y divertida.

―Pues… Digamos que quiso devolverme una maldad que le hice en Vaizel hace como año y medio para cabrear a Diane y hacer que él perdiese un combate... Pero ―agregó, poniéndose más serio― creo que sólo le ha hecho gracia a él, la verdad. Así que el puñetazo por hacerme la puñeta a mí y daño a ti por asociación ya se lo ha llevado, tú tranquila ―reiteró.

Elaine entrecerró los ojos, sin saber qué decir ante aquella declaración y sin despegar los labios en ningún momento.

―Espero que Elisabeth no se haya enfadado por eso… ―comentó entonces el hada, ante el silencio súbito de Ban―. ¿Te han dicho algo los Caballeros Sagrados?

Para bien o para mal, Ban meneó la cabeza en un gesto negativo antes de encararla con media sonrisa extraña.

―Creo que a nadie le ha importado más que a él ―sentenció, no sin cierto sarcasmo velado―. Además, algo me dice que hoy Meliodas va a dormir en el sofá, porque la princesa tenía un cabreo interesante también después de enterarse de lo que su reciente maridito había planeado contra mí, incluyendo la estupidez de fingir el atraco a la nena en cuestión esta mañana. ―Se encogió de hombros―. Así que…

Ban calló sin terminar la frase y mirándola apenas de medio lado, como si en realidad sólo pensase en voz alta y no estuviese explicándoselo a su amada. Al cabo de un par de segundos, el hada suspiró y apartó la vista de nuevo hacia la noche, con la cabeza hecha un lío y el corazón estrujado.

―La verdad es que… Sé que a pesar de todo no soy parte de tu mundo, Ban. Aunque me gustaría... Y al verte con esas mujeres, yo... Sentía que no debía estar ahí…

En el fondo, aunque supiera que Ban nunca la engañaría ni le haría daño, había un pequeño rincón del corazón del hada que se encogía de duda sólo de pensar en alejarse de él aunque fuese un minuto… y esa ansiedad le jugaba más malas pasadas de las que desearía.

―Oye, oye, oye ―la reprendió entonces Ban, acercándose de dos zancadas antes de que ella pudiese siquiera reaccionar. Sin embargo, no se acercó a más de un metro de distancia, respetando su espacio puesto que intuía que aún estaba molesta con él aunque no fuese justo―. Elaine, vamos. De verdad, no se te ocurra decir esa tontería otra vez ¿vale? ―Tras ese pequeño regaño, el hombre se humedeció los labios y sacudió la cabeza, como si de verdad no pudiese concebir que ella dijese esas cosas―. Tú… eres "todo mi mundo" y no quiero a nadie más en él. Ni a King ni a Diane, ya puestos ―aseguró―. “Tú” eres todos mis motivos para vivir desde que te conocí hace veinte años y eso no habrá nadie que lo pueda cambiar ¿vale? Jamás.

Elaine sintió algo muy cálido aletear en su interior, mientras su visión comprobaba cómo lo que Ban decía era cien por cien verídico.

―¿Lo dices en serio? ―preguntó de todas formas, cauta.

El ex bandido asintió.

―Tanto como que estoy dispuesto a aguantar a King lo que haga falta con tal de seguir a tu lado para siempre ―bromeó a medias, antes de tenderle una mano con gesto conciliador―. Venga. ¿Volvemos a ser amigos?

Elaine tragó saliva, emocionada, antes de asentir y en vez de tomar sus dedos, lanzarse a abrazarlo con fuerza. Él la acogió con el cariño de siempre y acarició su espalda con mimo, antes de que sus labios carnosos encontraran la pequeña boca del hada y empezaran a cubrirla de tiernos besos durante un minuto que ambos hubiesen eternizado, allí subidos a solas sobre las almenas de la torre vigía.

―Hay que ver... ―susurró Ban cuando se separaron, jadeando, pero sonrientes ambos como nunca―. Mira que me he echado una mujer celosilla ¿eh?

Elaine enrojeció sin poder evitarlo y apartó la vista.

―Ya sabes que no me gusta que veas esa parte de mí... ―rezongó, siguiendo apenas su humor―. Pero no puedo evitarlo…

―Bueno, y... ¿Se te pasa un poco si te enseño esto?

Atónita, Elaine vio entonces las dos botellas de Aberdeen Ale que Ban sostenía en una de las manos. Por supuesto, en su nebulosa de tristeza ni siquiera había atinado a verlas… y Ban era todo un experto en juegos de manos en lo concerniente a esconder cosas cuando le convenía.

―¡Cerveza de Aberdeen! ―exclamó, encantada, antes de alargar los dedos y que Ban depositara una de las botellas entre ellos―. ¿De dónde la has sacado?

Ban esbozó una sonrisa que fingía ser inocente.

―Bueno... Digamos que me las he encontrado en la reserva privada del rey Meliodas... Un pequeño pago por haber intentado enfadar a mi mujer ―rio por lo bajo―. ¿No te parece de lo más justo?

Elaine sacudió la cabeza, queriendo enfadarse sin conseguirlo.

―Menudo ladronzuelo está hecho mi marido, entonces ―comentó, como de pasada, pero sin dejar de mirarlo. Sin embargo, cuando Ban enarcó una ceja interesada, preguntó con candidez―. ¿Qué? ¿Qué he dicho?

El hombretón pareció meditar durante un par de segundos antes de sacudir la cabeza y abrazarla con cierta emoción contra su costado.

―Nada, pequeña. Es sólo que... Después de haber hablado ayer de ello, supongo que no esperaba que me llamaras así tan de repente ―reconoció él, para sorpresa ligera de Elaine―. No sé, supongo que me ha hecho más ilusión de lo que esperaba, a pesar de todo...

Elaine se encogió de hombros con naturalidad, para mayor interés de él.

―Bueno, me parece natural a estas alturas, aunque no estemos casados como tal ―aseguró, convencida, antes de agregar en tono más burlón―. Y no necesito que Dreyfus venga a decirme que estoy unida a ti para sentir que eres la otra parte de mi vida ¿no crees?

Ante aquella tierna declaración, Ban se rindió a la evidencia y rio en voz baja. Claro ¿qué esperaba? Él mismo ya la llamaba su "mujer" tanto para sus adentros como en voz alta. Aun así, reconocía que aun sin querer pasar por el altar lo emocionaba que Elaine ya lo considerase como algo más que un simple novio o amante. No sabía por qué, pero sentía que era una forma más personal de reforzar el vínculo entre ambos sin necesidad de que, como decía Elaine, Dreyfus o nadie les dijera que eso era así. Ya lo sentían, era más que suficiente.

―Por nosotros, entonces ―brindó el humano. Cuando ella lo secundó, justo empezaron los fuegos artificiales nocturnos al otro lado de la ciudad, celebrando las nupcias de los reyes y captando la atención de ambos―. Anda, mira... ¿Recuerdas lo que te conté hace tantos años en el Árbol Sagrado? ―preguntó él, recordando el momento en que le había hablado por primera vez de beber Aberdeen Ale viendo fuegos artificiales.

Para su deleite, Elaine sonrió y se acurrucó más contra él, aunque su inmediata respuesta lo pilló con la guardia baja:

―¿Cuál de todas las cosas maravillosas que se han hecho realidad últimamente?

Tras reponerse del estupor y a pesar de que Ban sabía que era una tierna pullita, este no pudo evitar reírse mientras acercaba la botella para entrechocar con la de ella. Y tras el primer trago de ambos, el Pecado del Zorro se inclinó para besar brevemente a su amada y susurró:

―Y las que aún nos quedan, mi amor. Y las que aún nos quedan...

 

Historia inspirada en Ban y Elaine, personajes del anime Seven Deadly Sins / Nanatsu No Taizai

Historia ambientada tras la película “Cursed by Light”

Imagen: Ban y Elaine, arte oficial, Nakaba Suzuki

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