Tras el incidente de la mañana, el
día transcurrió sin sobresaltos para Elaine y Ban, incluyendo la boda y
coronación de sus dos amigos. Además, la calidad de mercancía que la pareja
mestiza había conseguido reservar aquella mañana en el mercado se había ganado
varios silbidos de aprobación y grandes alabanzas por parte de los cocineros
del palacio. Todo estaba saliendo a pedir de boca para todos, incluyendo la
llegada casi inesperada de Hawk y su hermano Wild a la ceremonia. Y ahora,
empezando a caer la que iba a ser la noche más corta del año, la celebración en
la plaza de Liones y en el patio de armas de los Caballeros Sagrados estaba en
pleno apogeo.
―¡Por los reyes! ―gritaban algunos.
―¡Por los novios! ―aullaban otros
tantos.
Y los aludidos, con comedimiento,
devolvían los saludos desde su estrado elevado mientras comentaban con sus
seres más cercanos… Los Siete Pecados Capitales. Al menos hasta el momento en
que Elisabeth dijo que quería ir a ponerse una ropa algo más cómoda y Elaine se
ofreció a acompañarla. Diane, por supuesto, las despidió con un pequeño puchero
ya que no podía hacerse pequeña para ir con ellas; aunque una sonrisa de su
flamante esposo de un día le quitó cualquier resquemor que pudiese tener. Sin
embargo, la desaparición de Elaine hacia el castillo provocó algo que muy pocos
de los presentes pudieron prever a tiempo.
En efecto, no habían pasado ni cinco
minutos desde que las dos muchachas habían alcanzado las puertas del castillo,
cuando una voz estridente gritó a escasos metros de la base del estrado:
―¡Es ese! ¡Está ahí! ¡Os lo dije!
Y, visto y no visto, Ban se vio
asaltado por un grupo de cuatro chicas que se aferraron a él como a un clavo
ardiendo.
―¡Eh! ―protestó él, intentando
quitárselas de encima con la mayor delicadeza posible―. Esto, bueno… Señoritas,
por favor…
―¡Vaya, Ban! ―escuchó entonces el ex
bandido decir a Meliodas, con un tono burlón que lo puso sobre aviso―. ¡Así que
tú eres el afortunado de esta noche! ¿No?
Ban apretó los dientes, atando cabos
todo lo rápido que el alcohol ingerido le permitía.
―¿De qué coño hablas, capitán?
―jadeó mientras la líder del grupo, una muchacha de rizos castaños sujetos en
dos moños altos que le resultaban terriblemente familiares, y la cara pintada
de blanco y rojo intentaba montarse en su regazo por todos los medios―. ¿De qué
va esto?
Sin embargo, antes de que el rey
pudiera responder, Gowther lo hizo por él en su tono desapasionado habitual:
―¡Ah, es la tradición de la “Reina
de Corazones”! Todas las bodas de Liones tienen una, lo recuerdo… Una muchacha
que elige a uno de los hombres de la concurrencia para hacerlo su Rey por esa
noche…
―La Reina de… ―susurró Ban, antes de
dirigir una mirada furibunda a Meliodas y que todas las molestas piezas de
aquel misterio encajasen por fin en su cabeza―. ¡Capitán, joder! No sé de qué
va esto, pero te juro que me la pagas. Joder ―repitió, cuando acababa de
apartar con los dedos a dos de las secuaces de la Reina―, diles que se aparten,
que no tengo ganas de jarana...
Pero el aludido se limitó a reírse,
sin mover un dedo y coreado por el resto de los caballeros Sagrados, mientras
las cuatro chicas parecían conseguir doblegar a Ban. No obstante, en el momento
en que consiguieron tirarlo al suelo por pura rendición de él y la líder logró
por fin ponerse a horcajadas sobre su cintura, una voz se alzó por encima del
griterío:
―Pero… ¿Qué demonios está pasando
aquí?
Como si aquellas seis palabras
tuvieran poderes mágicos, toda actividad se detuvo en un santiamén nada más ser
pronunciadas. Como uno solo, todos los presentes giraron la cabeza hacia su
fuente y el corazón de Ban fue el primero en encogerse por mil motivos
distintos al ver a las dos figuras plantadas frente al acceso del patio de
armas. La que aún tenía los pies en el suelo tenía los ojos anaranjados y
brillantes, luciendo el símbolo de la raza que habitaba aquel cuerpo en su
última vida. La reina de Liones, la hija de la Deidad Suprema, observaba de
hito en hito a los presentes con una frialdad que podía haber congelado a más
de uno. Pero no era ella la que preocupaba a Ban, ni sus ojos, ni su pose.
Lo que al ex bandido quería romperle
el alma en ese momento eran las manos de la figura que se alzaba un par de
metros sobre Elisabeth, suspendida en el aire. Sus dedos apenas tapaban su
pequeña y preciosa boca, entreabierta en un gesto de estupor absoluto. Sus ojos
estaban al borde del llanto y su gesto estaba contorsionado por la
incredulidad. Ban se maldijo con fuerza para sus adentros mientras intentaba
zafarse de nuevo de la furcia que se le había encaramado y sus amigas, pero
frenó en seco cuando escuchó la jovial y estúpida respuesta de Meliodas:
―¡Ah, Elisabeth! Has llegado justo a
tiempo para ver la elección de la “Reina de Corazones” de nuestro banquete
―bromeó, señalando a Ban y haciendo a este querer que se lo tragara la tierra
como jamás en su vida―. ¿No te parece que es genial?
Sin embargo, la respuesta de
Elisabeth no llegó la primera. En cambio, lo que siguió a la pregunta de
Meliodas fue un intenso sollozo y un revoloteo de alas doradas saliendo
disparadas hacia la oscuridad de la noche. Sólo entonces, en medio de un
silencio que podía cortarse con un cuchillo, la recién coronada reina de Liones
replicó:
―Meliodas, en verdad que eres el
hombre más inepto socialmente que he conocido jamás.
***
Unos segundos después, Elaine
aterrizó en las almenas más alejadas de la plaza que fue capaz, aun
considerando que Liones era una ciudad redonda con el palacio real en el
centro. Sin embargo, sólo se atrevió a dar rienda suelta del todo a sus
lágrimas cuando se sintió a salvo sobre el tejado de una de las torretas de
vigilancia que por suerte esa noche no estaba ocupada. Sin quererlo, se
maldecía por ser tan estúpida, tan crédula y, sobre todo… tan poco “humana”.
Siempre, en sus peores momentos, había lamentado enamorarse de un humano por lo
que eso podía suponer. No eran de la misma raza, no pertenecían al mismo mundo…
¿Cómo iba ella a encajar en la vida de Ban si era posible que ni siquiera
pudiese…?
―¿Hay sitio para otro espectador?
De la sorpresa, Elaine casi brincó
en el sitio, alzando la vista de inmediato hacia el recién llegado como si no
creyese que pudiera estar allí subido también. Ban la observaba desde la suave
penumbra, aunque claramente recortado contra el cielo nocturno desde el lado
opuesto al de ella.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó,
apartando la vista y enjugándose las lágrimas como pudo con los dedos, todo en
uno.
Ban, por su parte, no hizo alusión a
esto último antes de responder con algo que parecía sinceridad genuina:
―Bueno, me apetecía pasar un rato con
mi chica en esta fecha tan especial y la noche está estupenda ¿no crees?
Elaine tragó saliva y se abrazó las
rodillas, todavía sin mirarlo.
―Se te veía entretenido ahí abajo
―murmuró―. No hacía falta que vinieras a buscarme.
―Sí, bueno... ―repuso Ban entonces,
en un tono algo más agridulce que hizo a Elaine mirarlo de reojo―. El capitán
ya se ha llevado lo suyo por esa estupidez y la trampa que me ha tendido
durante el día de hoy… No te preocupes por ello.
Elaine alzó la cabeza un poco más,
interesada casi sin pretenderlo.
―¿Qué quieres decir? ―inquirió, sin
levantar la voz.
Ban mostraba ahora una sonrisa que
parecía entre avergonzada y divertida.
―Pues… Digamos que quiso devolverme
una maldad que le hice en Vaizel hace como año y medio para cabrear a Diane y
hacer que él perdiese un combate... Pero ―agregó, poniéndose más serio― creo
que sólo le ha hecho gracia a él, la verdad. Así que el puñetazo por hacerme la
puñeta a mí y daño a ti por asociación ya se lo ha llevado, tú tranquila
―reiteró.
Elaine entrecerró los ojos, sin
saber qué decir ante aquella declaración y sin despegar los labios en ningún
momento.
―Espero que Elisabeth no se haya
enfadado por eso… ―comentó entonces el hada, ante el silencio súbito de Ban―.
¿Te han dicho algo los Caballeros Sagrados?
Para bien o para mal, Ban meneó la
cabeza en un gesto negativo antes de encararla con media sonrisa extraña.
―Creo que a nadie le ha importado
más que a él ―sentenció, no sin cierto sarcasmo velado―. Además, algo me dice
que hoy Meliodas va a dormir en el sofá, porque la princesa tenía un cabreo
interesante también después de enterarse de lo que su reciente maridito había
planeado contra mí, incluyendo la estupidez de fingir el atraco a la nena en
cuestión esta mañana. ―Se encogió de hombros―. Así que…
Ban calló sin terminar la frase y
mirándola apenas de medio lado, como si en realidad sólo pensase en voz alta y
no estuviese explicándoselo a su amada. Al cabo de un par de segundos, el hada
suspiró y apartó la vista de nuevo hacia la noche, con la cabeza hecha un lío y
el corazón estrujado.
―La verdad es que… Sé que a pesar de
todo no soy parte de tu mundo, Ban. Aunque me gustaría... Y al verte con esas
mujeres, yo... Sentía que no debía estar ahí…
En el fondo, aunque supiera que Ban
nunca la engañaría ni le haría daño, había un pequeño rincón del corazón del
hada que se encogía de duda sólo de pensar en alejarse de él aunque fuese un
minuto… y esa ansiedad le jugaba más malas pasadas de las que desearía.
―Oye, oye, oye ―la reprendió entonces
Ban, acercándose de dos zancadas antes de que ella pudiese siquiera reaccionar.
Sin embargo, no se acercó a más de un metro de distancia, respetando su espacio
puesto que intuía que aún estaba molesta con él aunque no fuese justo―. Elaine,
vamos. De verdad, no se te ocurra decir esa tontería otra vez ¿vale? ―Tras ese
pequeño regaño, el hombre se humedeció los labios y sacudió la cabeza, como si
de verdad no pudiese concebir que ella dijese esas cosas―. Tú… eres "todo
mi mundo" y no quiero a nadie más en él. Ni a King ni a Diane, ya puestos
―aseguró―. “Tú” eres todos mis motivos para vivir desde que te conocí hace
veinte años y eso no habrá nadie que lo pueda cambiar ¿vale? Jamás.
Elaine sintió algo muy cálido
aletear en su interior, mientras su visión comprobaba cómo lo que Ban decía era
cien por cien verídico.
―¿Lo dices en serio? ―preguntó de
todas formas, cauta.
El ex bandido asintió.
―Tanto como que estoy dispuesto a
aguantar a King lo que haga falta con tal de seguir a tu lado para siempre
―bromeó a medias, antes de tenderle una mano con gesto conciliador―. Venga.
¿Volvemos a ser amigos?
Elaine tragó saliva, emocionada,
antes de asentir y en vez de tomar sus dedos, lanzarse a abrazarlo con fuerza.
Él la acogió con el cariño de siempre y acarició su espalda con mimo, antes de
que sus labios carnosos encontraran la pequeña boca del hada y empezaran a
cubrirla de tiernos besos durante un minuto que ambos hubiesen eternizado, allí
subidos a solas sobre las almenas de la torre vigía.
―Hay que ver... ―susurró Ban cuando
se separaron, jadeando, pero sonrientes ambos como nunca―. Mira que me he
echado una mujer celosilla ¿eh?
Elaine enrojeció sin poder evitarlo
y apartó la vista.
―Ya sabes que no me gusta que veas
esa parte de mí... ―rezongó, siguiendo apenas su humor―. Pero no puedo
evitarlo…
―Bueno, y... ¿Se te pasa un poco si
te enseño esto?
Atónita, Elaine vio entonces las dos
botellas de Aberdeen Ale que Ban sostenía en una de las manos. Por supuesto, en
su nebulosa de tristeza ni siquiera había atinado a verlas… y Ban era todo un
experto en juegos de manos en lo concerniente a esconder cosas cuando le
convenía.
―¡Cerveza de Aberdeen! ―exclamó,
encantada, antes de alargar los dedos y que Ban depositara una de las botellas
entre ellos―. ¿De dónde la has sacado?
Ban esbozó una sonrisa que fingía
ser inocente.
―Bueno... Digamos que me las he
encontrado en la reserva privada del rey Meliodas... Un pequeño pago por haber
intentado enfadar a mi mujer ―rio por lo bajo―. ¿No te parece de lo más justo?
Elaine sacudió la cabeza, queriendo
enfadarse sin conseguirlo.
―Menudo ladronzuelo está hecho mi
marido, entonces ―comentó, como de pasada, pero sin dejar de mirarlo. Sin
embargo, cuando Ban enarcó una ceja interesada, preguntó con candidez―. ¿Qué?
¿Qué he dicho?
El hombretón pareció meditar durante
un par de segundos antes de sacudir la cabeza y abrazarla con cierta emoción contra
su costado.
―Nada, pequeña. Es sólo que...
Después de haber hablado ayer de ello, supongo que no esperaba que me llamaras
así tan de repente ―reconoció él, para sorpresa ligera de Elaine―. No sé,
supongo que me ha hecho más ilusión de lo que esperaba, a pesar de todo...
Elaine se encogió de hombros con
naturalidad, para mayor interés de él.
―Bueno, me parece natural a estas
alturas, aunque no estemos casados como tal ―aseguró, convencida, antes de
agregar en tono más burlón―. Y no necesito que Dreyfus venga a decirme que
estoy unida a ti para sentir que eres la otra parte de mi vida ¿no crees?
Ante aquella tierna declaración, Ban
se rindió a la evidencia y rio en voz baja. Claro ¿qué esperaba? Él mismo ya la
llamaba su "mujer" tanto para sus adentros como en voz alta. Aun así,
reconocía que aun sin querer pasar por el altar lo emocionaba que Elaine ya lo
considerase como algo más que un simple novio o amante. No sabía por qué, pero
sentía que era una forma más personal de reforzar el vínculo entre ambos sin
necesidad de que, como decía Elaine, Dreyfus o nadie les dijera que eso era
así. Ya lo sentían, era más que suficiente.
―Por nosotros, entonces ―brindó el
humano. Cuando ella lo secundó, justo empezaron los fuegos artificiales
nocturnos al otro lado de la ciudad, celebrando las nupcias de los reyes y
captando la atención de ambos―. Anda, mira... ¿Recuerdas lo que te conté hace
tantos años en el Árbol Sagrado? ―preguntó él, recordando el momento en que le
había hablado por primera vez de beber Aberdeen
Ale viendo fuegos artificiales.
Para su deleite, Elaine sonrió y se
acurrucó más contra él, aunque su inmediata respuesta lo pilló con la guardia
baja:
―¿Cuál de todas las cosas
maravillosas que se han hecho realidad últimamente?
Tras reponerse del estupor y a pesar
de que Ban sabía que era una tierna pullita, este no pudo evitar reírse
mientras acercaba la botella para entrechocar con la de ella. Y tras el primer
trago de ambos, el Pecado del Zorro se inclinó para besar brevemente a su amada
y susurró:
―Y las que aún nos quedan, mi amor.
Y las que aún nos quedan...
Historia inspirada en Ban y Elaine, personajes del anime
Seven Deadly Sins / Nanatsu No Taizai
Historia ambientada tras la película “Cursed by Light”
Imagen: Ban y Elaine, arte oficial, Nakaba Suzuki
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