jueves, 17 de noviembre de 2022

Paula de Vera García: Rojo y negro - Segunda parte

 


La zona del bosquecillo a la que el joven los condujo estaba situada a menos de cien metros colina arriba, justo frente a una pequeña y oscura explanada de piedra. Al otro lado de esta, una estructura de sobra conocida para todos se alzaba imponente en la noche: la antigua puerta sur del castillo, reconstruida a medias como media muralla de la fortaleza.

―Vamos a entrar por la puerta? ―ironizó Raquel―. Esa es buena. Seguro que no se la esperan.

―Sólo la mitad de nosotros.

―¿Qué quieres decir? ―rechinó Clara, en tono escéptico.

―Quiero decir que ahora mismo, teniendo en cuenta la situación, hay un cambio de planes.

―Lucas no…

―Lucas no está aquí --zanjó Barri, severo―. Tenemos que encontrar la manera de alcanzar la colmena central. Si no, esto no habrá servido de nada.

Considerando el factor sorpresa de los dos chupasangres con los que se habían topado, necesitaban encontrar la manera de entrar sí, o sí.

―Y los demás, entonces… ¿qué haremos? ―preguntó Alicia entonces, hablando por primera vez en todo el camino.

Barri señaló un punto a escasos diez metros de distancia, algo más abajo en la pendiente.

―Entramos por ahí.

―¿Una mina de acceso? ―aventuró Morgade, al cabo de varios segundos en los que todos otearon la zona señalada, intentando ver algo.

Barri asintió.

―Esta es una de las pocas que se cree que no existen, pero a pesar de todo aparecen en los planos. Estoy seguro de que la Reina no sabe que está aquí.

―Clara ―susurró entonces Ale, sobresaltando a todos―. Hacedle caso. Por favor.

La aludida alternó la mirada entre Barri y su novia, sin tener todas consigo. Algo que demostraba su mandíbula apretada y su mirada azul y chispeante en la noche.

―Está bien ―claudicó, molesta, sin dejar de sostener a la enferma y fijando sus iris de hielo en el líder del grupo―. ¿Cuál es el plan?

 

***

 

El túnel por el que accedieron al interior de San Miguel estaba oscuro como boca de lobo, por lo que los asaltantes enseguida echaron mano de sus gafas de visión nocturna y termográfica, cortesía de la buena mano de Raquel. En aquel corredor claustrofóbico, sin nada apenas para orientarse, el silencio era tan espeso como si nadaran en aceite. Y eso sólo ponía a todos aún más nerviosos. Eran apenas cuatro miembros del grupo los que habían entrado por allí, incluyendo a Barri, Raquel, Clara y Ale. A los demás, el joven los había enviado hacia las murallas y el bosque circundante para atraer a todos los vampiros posibles hacia el exterior de la fortaleza. Era una misión suicida, lo sabía, pero necesitaban despejar el interior de los túneles al máximo si querían llegar de una pieza hasta la Reina. Si hubieran entrado por el pozo, no hubiese sido tan necesario. Sin embargo…

«Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas», recordó Barri haber oído en varias ocasiones, sobre todo en boca de Lucas.

Al cabo de casi un minuto de avance, el grupo contuvo un intenso suspiro colectivo de alivio cuando el estrecho túnel desembocó en otro más amplio. El problema era que, en este caso, corría perpendicular y se perdía en la oscuridad tanto a la izquierda como a la derecha. Barri hizo memoria antes de indicar a los demás que girasen a la izquierda. Así, los cuatro siguieron avanzando, metro a metro y recoveco a recoveco, esperando que en cualquier momento se abalanzara algún chupasangre sobre ellos y la verdadera batalla comenzase. Sin embargo, fue extraño que no encontrasen ningún signo de existencia hasta que no pasaron casi quince minutos de reloj. Por los cálculos de Barri, debían de estar ya cerca del pozo, sobre todo porque parecía correr más ventilación a cada paso que daban. En honor a la verdad, sí que había una cosa que Barri no les había dicho… y era que los planos del Ayuntamiento eran anteriores a la llegada de la Reina a Burgos.  Por tanto, eso significaba que podía haber galerías nuevas que no conociesen, así como bifurcaciones que condujeran a peligrosos callejones sin salida. Por suerte o por desgracia, aún no se habían topado con ninguno.

No obstante, antes de que pudieran meditar más sobre ello y tras doblar un codo de túnel hacia lo que creían que era el este, el grupo se topó de golpe con dos inquilinos. Aparecieron en el corredor de improviso, desde una esquina a escasos tres metros de distancia y casi al mismo tiempo que ellos. Por un segundo, la escena pareció congelarse en el tiempo. Al menos, antes de que los dos vampiros rugieran para dar la alarma. Uno de los virotes, disparado por Raquel, logró atravesar el corazón de una de aquellas bestias, aunque sin tumbarla de inmediato. La otra, por su parte, se lanzó a la carrera hacia ellos mientras otros cuatro chupasangres se materializaban a su espalda, como surgidos de la nada en la oscuridad. Y antes de que Barri pudiese dar ni siquiera la orden de huir, Clara se lanzó hacia delante como una exhalación, ballesta en mano.

―¡Malditos! ―aulló.

―¡Clara, no! ―gritó Ale.

Pero ya era tarde. Los vampiros se habían lanzado a su vez contra la joven rubia y esta enseguida desapareció en el maremágnum de fríos destellos azulados de los cuerpos de los vampiros. Barri maldijo para sus adentros, dudando por un precioso instante sobre qué hacer a continuación. Sin embargo, el gruñido que escuchó tras su hombro izquierdo le dio la pista que estaba buscando. A tiempo, el joven retrocedió, esquivando los colmillos de una Ale desquiciada por pocos centímetros.

―Ale… ―susurró Raquel tras ellos, angustiada.

Craso error. La neófita, aún a medio transformar, se giró de golpe hacia ella con una mirada que se intuía hambrienta incluso en la oscuridad del túnel. De ahí que, tras reponerse, Barri tomase la iniciativa en una décima de segundo y tirase de su compañera en dirección opuesta al grupo de vampiros. El cual, más Alejandra, ya empezaba a reparar en su presencia.

―¡Barri, no! ―protestó la muchacha latina, echando la vista a su espalda con desazón.

Pero el tirón del guía, en este caso, fue firme mientras seguía avanzando a buen paso por el túnel.

―Vámonos, Raquel ―le indicó―. Aquí ya no podemos hacer nada.

Ella pareció querer resistirse, pero terminó claudicando y siguiéndolo medio a tientas, a la carrera. Barri contuvo un suspiro de alivio mientras ambos sorteaban recodos y túneles varios, durante lo que pareció una eternidad, antes de llegar a uno que parecía un corredor principal. Una vez allí, los dos infiltrados se detuvieron a recuperar apenas el resuello.

― ¿Crees que nos han seguido? ―preguntó entonces Raquel, girándose hacia Barri.

Pero este ya no se encontraba a su lado. De hecho, la joven apenas emitió un jadeo de sorpresa cuando lo último que atisbó su consciencia, antes de recibir el golpe de la culata de un rifle en la nuca, fue un ligerísimo destello azul. Seguido, a su vez, de una voz suave que Barri casi había olvidado que era suya:

―Lo siento, Raquel. No es nada personal…

 

***

Como el joven imaginaba, los aposentos de aquella Reina vampírica estaban en la parte más occidental de la fortaleza. Cerca y, a la vez, lejos del pozo de suministros del patio. El vampiro sonrió en la penumbra, mostrando los colmillos ya sin contención. Había sido difícil engañar a aquellos torpes humanos durante tanto tiempo, pero ya no tendría que hacerlo nunca más… No cuando tenía la venganza al alcance de los dedos.

La Reina Roja se encontraba enclaustrada en su cámara, como correspondía y vigilada por los dos vampiros que se encontraron frente a San Esteban. Estos lo observaron con curiosidad cuando llegó, pero no lo detuvieron. El visitante empujó entonces la puerta y se adentró con lentitud en la estancia. Por supuesto, los ojos violáceos de la única ocupante se abrieron de par en par al verlo, con algo parecido al terror.

―Tú… ―siseó.

Barri sonrió.

―Buenas noches, hermanita. ¿Me echabas de menos?

La aludida apretó los labios.

―Te desterré, ¿recuerdas?

La sonrisa del joven se ensanchó.

―Sí. Y, por eso, he venido a recuperar lo que me pertenece… ―anunció, para mayor irritación de su oponente―. Ahora, devuélvemelo.

La Reina Roja se limitó a tomar un arma con filo de plata de entre los cojines a su espalda.

―Ven a por ello si te atreves.

Barri hizo una mueca.

―Como quieras.

Sin avisar, el joven se lanzó entonces a por la mujer vampiro, que lo esquivó sin problema. Igualmente, su atacante previno sin esfuerzo el toque del filo argénteo y la encaró de nuevo, tomando a su vez una maza que había colgada de un muro cercano. Cuando las dos criaturas volvieron a enfrentarse, las armas chocaron en el aire en un baile frenético durante varios minutos. Dada su condición, no jadeaban y tampoco sudaban, pero era evidente que Olivia hacía tiempo que no luchaba por necesidad. No como Barri. De ahí que, en un momento dado, él lograse quitarle la espada plateada de un golpe. Sin dar tiempo a la monarca a reaccionar, el joven se lanzó hacia delante y la cogió del cuello con una fuerza que no recordaba poseer. En su muñeca aún poseía la marca candente y dolorosa de las muñequeras de temperatura, necesarias hasta hacía muy poco para camuflarse entre los humanos. Pero el joven ignoró toda molestia mientras sus dedos se cerraban en torno a la garganta de la Reina.

―¿Vas a hacerlo de una vez? ―rebufó ella, orgullosa.

A lo que Barri, como única respuesta, la atrajo hacia sí y la mordió con fiereza en el cuello. Aquella era la única forma y ambos lo sabían. Ojo por ojo, decían.

―Lo siento, Olivia ―susurró entonces él, sin emoción alguna en la voz, en el preciso instante en que el cuerpo inerte de la Reina Roja caía al suelo―. Pero, ahora, la ciudad es mía...

Casi junto al final de su frase, los dos centinelas y cómplices de Barri aparecieron silenciosamente en su campo de visión. Este se giró apenas, limpiándose los restos de sangre de la boca con el dorso de la manga.

―Y, ¿bien? ―inquirió.

―Hemos capturado a todos los humanos ―lo informó uno de ellos―, pero hay una transformada. ¿Qué hacemos con ella?

Barri, conteniendo el impulso de espetarles que había sido enteramente culpa suya, optó por sonreír y tomar una decisión neutral.

―Enviadla a la nave de recolección central ―indicó―. Yo me ocuparé de lo demás.

―Y… ¿El resto de los humanos?

Entonces, Barri mostró una sonrisa aún más peligrosa, al tiempo que sus ojos ya empezaban a tornarse de un color más carmesí.

―Preparadlo todo ―respondió, casi en un gruñido hambriento―. Habrá banquete esta noche.

 

Historia original candidata a la Antología “La ciudad es nuestra” (2021)

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