sábado, 19 de noviembre de 2022

Liliana Delucchi: La partida

 



Decían que había fantasmas en la casa del portón de madera. Era la construcción más importante del pueblo, con muros de piedra cubiertos por enredaderas. En verano el olor fresco de las madreselvas se extendía por toda la calle.

Afirmaban que estaba encerrada una princesa blanca, bella y seductora, pero cuando espiaba desde la esquina solo veía salir a una niña bastante fea: Bajita, con la cara redonda salpicada de acné y cuello corto. Iba vestida con uno de esos uniformes azules de falda tableada que le llegaba por debajo de las rodillas. O sea, que de princesa, nada.

Una tarde de finales de verano vi mi oportunidad. Alguien dejó la puerta abierta y las arcadas que se elevaban más allá del patio mostraban una galería donde pensé refugiarme del calor. Me quité los zapatos para no hacer ruido y aunque el suelo estaba caliente, tanto que casi quemaba, mi curiosidad pudo más y llegué corriendo a refugiarme junto a un banco. Allí me quedé sentado un rato, intentando observar a través de los visillos que se movían a pesar del escaso aire que entraba por la ventana. Todo era silencio. Quizás fuera cierto que allí habitaban espíritus. De pronto vislumbré una sombra deslizándose hacia la escalera. Empujé el cristal y puse mis pies en un suelo que de tan brillante reflejaba mi cuerpo.

No era largo el trayecto hasta la escalera. Cogido al pasamanos, fui subiendo los escalones uno a uno. Un gran pasillo con puertas cerradas y cuadros de señores muy serios acababa en un rosetón de colores por el que se colaba la luz. Justo debajo, una mesa con cuadrados de madera en dos tonos diferentes y estatuillas. Parecían un ejército a punto de enfrentarse al enemigo que estaba al otro lado. Me quedé contemplando esas figuras que se miraban unas a otras. Cogí una de ellas con forma de torre.

—Es una mesa de ajedrez —dijo una voz a mis espaldas.

Al darme la vuelta descubrí a la niña del uniforme. Ahora llevaba un vestido blanco con guardas celestes.

—¿Quieres jugar? —continuó con una sonrisa que invitaba a ello.

Le pregunté si salíamos al patio. Yo podía ir hasta casa en busca de un balón.

Volvió a sonreír y me contestó que lo que me ofrecía era jugar al ajedrez.

—¿Esto es un juego? —pregunté señalando el tablero.

—Claro. Ven, coge esa silla y siéntate frente a mí.

Era fascinante. He de confesar que me costó bastante aprender las reglas para mover las piezas, pero la niña prometió que si lograba ganarle la partida me presentaría a la princesa fantasma. Así que, cada noche, antes de dormirme repasaba mentalmente todos los movimientos y estrategias posibles para hacerle cumplir su promesa.

Pero Fernanda, como supe que se llamaba mi contrincante, era muy astuta. Me daba la impresión de que sabía, antes que yo, la jugada que mis torpes dedos iban a emprender. Los suyos, delgados y con un anillo con una piedra azul en el anular izquierdo, hacían avanzar las piezas hacia mi territorio y cada tanto su voz susurraba la palabra maldita: Jaque. Después aprendí otra peor: Jaque Mate.

Una tarde en que estábamos merendando antes de la partida, me contó que solo había visto a la princesa fantasma una vez y que, a pesar de sus preguntas no logró que le hablara. Tal vez sea muda, le dije mientras saboreaba una magdalena. O muy tímida, me contestó.

No quise saber más, quería descubrir por mí mismo los misterios de aquel espíritu.

Llovía la tarde de otoño en que pude comerme su rey y pronunciar esos dos vocablos que dejaron de ser malditos: Jaque Mate.

—Mañana —dijo Fernanda— a la hora de siempre. Ella estará sentada en mi sitio y jugará contigo. Has de ser sagaz, porque es muy buena.

Puntual y con mi mejor ropa, volé más que caminé, por aquel pasillo hasta llegar a la mesa situada bajo el rosetón. Allí estaba mi princesa. Sentada, con la espalda erguida, un vestido blanco la cubría hasta los pies y un velo del mismo color le tapaba el rostro.

Con un gesto me indicó que me sentara frente a ella y entonces lo vi. El anillo con la piedra azul en el anular izquierdo.

 

© Liliana Delucchi

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