viernes, 2 de diciembre de 2022

Amantes de mis cuentos: La matiné

 


Érase una vez un pueblo pequeño de un lugar remoto en el que sus habitantes los domingos por la mañana iban a misa de once, y al salir recorrían los tres únicos bares para tomar el aperitivo mientras los niños jugaban en el parque. Luego se iban a comer. En ocasiones no daba tiempo a fregar los cacharros. A las cuatro en punto, ni un minuto más ni un minuto menos comenzaba la función de cine. Con sus mejores galas llegaban a aquel local encalado, cargados con sus sillas plegables, cojines, bocadillos y…

A veces la imagen se quedaba colgada en la gran pantalla y tenían que gritar: ¡Chino, golpe maestro! Se oía un ruido seco y la película continuaba. Lo mismo daba que fuera de vaqueros, de guerra, romántica o cómica, al final siempre aplaudían.

Los grandes autores de Hollywood formaban parte de sus vidas. Las chicas soñaban con parecerse a Sophia Loren, otras a Grace Kelly, a tener amores con Cary Cooper o con Alain Delon, a bailar como Ginger Roger, y lo que pudieron llorar con aquel drama: “Carta de una enamorada”. Los chicos soñaban con llegar a ser como aquellos héroes que adoraban, los vaqueros, y se subían a los árboles para caer sobre la yegua del viejo Juanito que estaba llena de mataduras. Más de uno se partió el brazo emulando a Tom Mix.

A punto estuvieron de quedarse sin cine la tarde aquella en que hubo fuego en el local y el novio de una chica muy joven y delgada la tomó en brazos y la sacó por la ventana. Y se oyó decir a una mujer grande y gorda a su marido que era más esmirriado que Charlie Chaplin:

¡Ay, Genarito, hazme lo mismo a mí!

 


© Marieta Alonso Más

No hay comentarios:

Publicar un comentario