jueves, 1 de diciembre de 2022

Amantes de mis cuentos: Osadía

 



Me gusta el mar y a la vez me da miedo. ¡Es tan grande! Me gusta sentarme algo alejado de la orilla, saborear el agua salada y que las olas bañen mis pies. Me gusta que mi padre me siente sobre sus hombros y se adentre un poquito, no mucho, en el mar grande. Siento pavor ver cómo el agua tapa sus pies y luego llega a su cintura. En ese momento abrazo su cabeza y me pongo a chillar.

Mis papás quisieron que fuera a un curso de natación. No dije nada, solo miré a la princesa que enseñaba a nadar y se me cayeron dos lagrimones. Me secó las lágrimas, me dio un abracito, y como por arte de magia puso ante mis ojos unos trozos de papel… Sentado en una hamaca hice barquitos para echarlos al agua y se llevaran muy lejos mis lágrimas. No sé qué diría a mis padres, pero cuando vinieron en mi busca habían decidido que ya aprendería cuando fuera mayor.

Soy un cobarde. Lo sé. A veces siento que ser tan asustadizo me impide hacer cosas. Querría ser valiente y enfrentarme a esos compañeros de clase que me llaman cuatro ojos. No puedo.

Ahora estoy de vacaciones. Me siento feliz jugando con la arena, hago muchas cosas que llaman la atención: castillos, puentes, cocodrilos, peces. Mi mamá afirma que cuando sea mayor seré un gran arquitecto, o ingeniero de caminos, o…

Acabo de conocer a un niño. Es un poco mayor que yo. Preguntó mi nombre y me dijo el suyo, Rodrigo, sin esperar a oír el mío. Luego tomó mi mano y me llevó al mar pequeño, a ese que se forma tras las rocas cuando las olas llegan hasta allí. Muy decidido entró hasta la mitad y me animó a seguirle. El agua le cubría los tobillos y pensé que con tan poca no me ahogaría. Dijo que íbamos a jugar a la guerra y comenzó a salpicarme, y yo a él, y de nuevo él a mí, y no tuve miedo. Pero cuando una ola saltó las rocas y me empapó de la cabeza a los pies, quedé petrificado.

Muy serio, Rodrigo opinó que había que demostrarle al mar grande que éramos unos valientes. No me tenía que preocupar si me acobardaba un poquito al primer intento, era lo normal y también aseguró que al miedo se le vencía no haciéndole caso. Eso se lo había garantizado su abuelo. Era un sabio.

Mientras hablaba, sentí un ardor en el estómago, un temblor en las rodillas, y el pestañeo anunciador de llanto. Mi madre, al ver mi expresión, le dio un toque a mi padre para que se acercara.

En ese mismo momento mi amigo me levantaba el brazo instándome a imitar a mi héroe favorito, porque había que arriesgar siempre, afirmó. La cara de Rodrigo me recordó a Spiderman. Creo que esto fue lo que me impulsó a mirar hacia las nubes, al horizonte, a las olas y a gritar:

¡Vayamos al mar grande!

 

© Marieta Alonso Más

 

 

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