Ya sabéis que me gusta reflexionar sobre
diversos temas y que este es mi altavoz favorito para hacerlo. En general,
intento no ser polémica y hablo de cosas que me tocan de cerca. El asunto que
hoy saco a la palestra encaja a la perfección en la tónica habitual del blog,
pues quiero hablaros sobre la capacidad de la gente para juzgar y opinar de
la vida de los demás.
En esta sociedad en la que nos ha tocado vivir
nos tomamos la licencia de aconsejar a personas ajenas sobre cómo deben
comportarse o manejar su vida. Damos consejos a quien no nos los ha pedido y
hacemos preguntas y comentarios innecesarios sin pararnos un segundo a
pensar si la persona que tenemos frente a nosotros necesita algo de eso.
Cuando se es joven se pregunta por la pareja,
después por el matrimonio, por la casa, por los hijos…
¿Dónde está escrito que esa sea la única
realidad posible, en qué manual de vida se impone hacer todo este tipo de
cosas? Cada
cual hace lo que quiere. O lo que puede. Porque cuando damos una opinión de
este tipo no nos paramos a pensar en las circunstancias ajenas.
Dejemos de dar lecciones o de pretender saber
más que nadie. Ya es suficiente. No somos nadie para hablar ni de la situación
sentimental de una persona, ni de sus decisiones ni de sus hábitos. Podemos
tener nuestra opinión, hasta ahí estamos de acuerdo. Pero nunca dar por hecho
que es la única y que debería pesar sobre las personas implicadas.
Si queremos cambiar algo, debemos empezar por
nosotros mismos.
Vivamos y dejemos vivir.
Por favor.
© MJ Pérez
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