Oír
a primera hora de la mañana el concierto de Año Nuevo con ese final fastuoso
que nos brinda la marcha Radetzky trae todo tipo de escenas a mi mente.
Con
un vestido imperio blanco como la nieve, largo con una pequeña cola que oscila
al ritmo de la música, el cuello a la caja y el talle bajo el pecho bailo con
Francisco José, que me mira embelesado, Sissi emperatriz, se interpone en
nuestro romance. La guardia real me invita a marchar.
Me
voy a los Alpes suizos, cerca de la frontera con Austria y con agilidad asciendo
hasta una cabaña de troncos. Me rodean las cabras, un niño pastor y una chiquilla
encantadora. En la puerta el anciano con barba lleva un cuscurro de pan en una
mano y en la otra un trozo de queso. Me pregunta: ¿Qué hace usted aquí? Me enamoro
del abuelo de Heidi. No soy correspondida.
Cambio
de canal y me dejo seducir con la imagen de un joven con el torso desnudo en
actitud de saltar desde una roca, espléndido en su desnudez me mira a los ojos,
sonríe. No hay que mirarle a la cara para saber lo que está en su mente, la
naturaleza lo muestra.
Doy
un largo suspiro, apago con el mando el televisor, si tuviera veinte años esto
sería lo natural, pero tengo noventa y ocho.
©
Marieta Alonso Más
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