martes, 17 de enero de 2023

Paula de Vera García: El mundo que queremos construir (Parte I) - Tristepin y Eva

 

La fiesta había terminado hacía poco, tras recibir a los héroes del mundo de los Doce y en particular a Tristepin de Percedal, salvador del reino Sadida de las codiciosas manos del malvado Nox. Se habían cantado canciones en su honor mientras todos comían un suculento banquete preparado por el padre adoptivo de Yugo, del que todos disfrutaron sin distinción.

Incluso teniendo que soportar las pullas e insultos velados constantes de Armand, el homenajeado de la noche se sentía flotar en una nube que poco tenía que ver en realidad con las alabanzas a su alrededor. Ego de Yopuka aparte, lo que realmente tenía a Tristepin en otro nivel aquella noche era la criatura rubia de enormes ojos verdes sentada constantemente a su lado, además de sus esporádicas y tiernas sonrisas cuando sus miradas se cruzaban. Por supuesto, el pudor natural de Eva sobre todo, y el decoro de estar en presencia del rey de los Sadida, hacía que ambos se contuvieran de hacer cualquier gesto que delatara que entre ellos había algo más que una sólida amistad; algo difícil también dado que Ruel no dejaba de lanzar indirectas al aire que obtenían miradas furibundas y rostros del color de granadas por respuesta.

Aun así, no fue hasta bien entrada la noche cuando Eva fue la primera de los dos que dijo que quería irse a descansar. Tristepin dudó un instante sobre si seguirla o no, pero Yugo le pidió de nuevo que narrara lo sucedido desde que llegaron a Rubilaxia a rescatarlo y el Yopuka no pudo resistirse. Así, tardó todavía otra media hora larga en decidirse por fin a levantarse del banquete y dirigirse hacia su alcoba. Lo que no esperaba era, al alcanzar el pasillo y pasar las primeras tres puertas de largo, que la cuarta estuviera entreabierta. Y Tristepin sabía de quién era ese dormitorio.

Tenso, el Yopuka tardó varios segundos preciosos en decidir qué hacer; al final, con la boca seca y la mano en la empuñadura de un Rubilax más silencioso de lo normal, pero aún activo por lo que el guerrero podía sentir al tacto, el joven se atrevió a empujar un poco la puerta de hojas y madera entretejidas y asomarse con cautela al interior. Este estaba sumido en una suave penumbra, sólo aliviada por la tenue luz procedente del exterior, visible a través de una amplia terraza dispuesta al otro lado de la alcoba. Y Tristepin se relajó un tanto al comprobar la estilizada silueta que se asomaba al balcón en actitud relajada, dándole la espalda. Aun sin saber todavía si era buena idea el haberse metido en la habitación de Evangelyne --intenciones caballerescas aparte--, en ese preciso instante ella se giró como si hubiera intuido su presencia y el guerrero retrocedió casi por impulso para esconderse tras la puerta, pero ella ya lo había visto. Aun así, Tristepin fue el primer sorprendido cuando escuchó a la Ocra decir:

Pinpán. Puedes entrar, no voy a morderte.

El Yopuka hizo un esfuerzo por no salir corriendo y, en cambio reunir el valor para aceptar la oferta y adentrar un pie descalzo en el dormitorio.

Perdona, Eva se excusó, las manos tras la espalda en actitud inocente. Es que… había visto tu puerta abierta y temía que hubiese pasado algo malo. Siento haberme asomado.

La joven, por su parte, se giró hasta casi encararlo de frente y apoyó los codos en la baranda mientras sonreía con aire relajado.

No te preocupes lo contradijo. De todos los habitantes masculinos de esta ciudad creo que eres el único que no me importa que lo haya hecho.

Tristepin tragó saliva. ¿Qué tenía que perder? Así, tras varios segundos preciosos de duda, el Yopuka se decidió por fin a avanzar con pasitos cortos hacia el balcón; cuando llegó a la altura de Eva, se acodó con la mayor naturalidad que fue capaz sobre la madera y posó la vista en el bosque más allá de sus pies, nervioso como pocas veces en su vida. Por el rabillo del ojo, vio cómo la Ocra a la que amaba con locura lo observaba, sin acritud. El Yopuka no sabía dónde meterse ni cómo salir de aquella situación, aunque una parte de él no quería hacerlo de ninguna manera. Estar a solas con Eva entraba, sin duda, en la clasificación de sus mejores sueños. Pero el pobre Tristepin aún no se creía que estos se pudieran llegar a hacer realidad en el futuro inmediato.

Para bien o para mal, cuando su enamorada se aproximó un par de pasos y le pasó un brazo por la cintura, el caballero se irguió casi de golpe, con el corazón al galope. Eva lo observaba sin presionarlo en ningún momento, con esos enormes ojos verdes que lo volvían loco desde que la conoció. Cuando ella acercó su rostro al de él, Tristepin todavía dudó un segundo antes de decidirse a devolverle un casto beso que duró varios segundos. Su parte más caballerosa le decía que lo mejor era que se contuviera, que no estaba seguro de que fuera el momento de dar un paso adelante --algo que parecía avecinarse a todas luces en algún momento de la noche--, pero le estaba resultando condenadamente difícil. Más todavía cuando Eva le echó los brazos al cuello y sus besos empezaron a volverse más exigentes, incluso usando la lengua de una forma que al Yopuka le dio vueltas la cabeza. Sin apenas ser consciente de lo que hacía, el guerrero rodeó su cintura con los brazos y la atrajo hacia sí, respondiendo al roce de sus labios con pasión y deseo a partes iguales.

Aun así, cuando Tristepin notó que algo en sus pantalones despertaba y quería rozar a Evangelyne a través de la tela, reculó casi de golpe y se separó de su amante con algo más de violencia de la que pretendía. Por supuesto, Eva lo miró con extrañeza.

Pinpán ¿va todo bien?

Él tragó saliva, buscando sin éxito una excusa coherente para lo que acababa de pasar. Al final, optó por lo que le pareció menos rudo.

Yo, esto… Todo va de maravilla, Eva le aseguró, con una risita nerviosa. Pero, esto… ¿No tendrás un aseo, por casualidad? Es que necesito, ya sabes… Una urgencia…

Para su desazón inicial, la Ocra frunció el gesto al escuchar aquello, pero enseguida le indicó una pequeña puerta situada en el lado derecho del dormitorio, justo opuesto a la zona ocupada por la cama. Maldiciéndose en parte para sus adentros por ser tan cobarde, sobre todo porque eso no debería encajar con la personalidad de un Yopuka que nunca abandonaba un campo de batalla, Tristepin agradeció entonces la indicación con una sonrisa tensa y salió disparado hacia el mentado espacio. Como imaginaba, era un aseo sencillo, pero con algunos detalles que revelaban que era propiedad de una mujer. Como le había dicho a Eva en Rubilaxia, a Tristepin le encantaba descubrir todo lo femenina que podía ser… Aunque ahora, precisamente eso, lo aterraba. Y es que la única experiencia amatoria del joven Yopuka, una cuestión ritual cuando tenía catorce años, había sido tan desastrosa que Tristepin de Percedal nunca había vuelto a concebir como factible la posibilidad de volver a acostarse con una mujer.

No rechazó, clavando las manos a ambos lados de la sencilla palangana de madera situada al fondo del aseo. Eso se acabó, ya no eres ese crío del que todo el mundo se reía porque no fue capaz de llegar hasta el final se amonestó, dirigiendo una mirada fugaz a Rubilax. Seguía tan silencioso como desde su escapada de Rubilaxia, pero por una vez Tristepin echaba de menos sus chanzas. Tú por si acaso no digas nada le espetó, gruñón.

Por supuesto, no obtuvo respuesta. Así, Tristepin suspiró y volvió a mirar hacia la puerta cerrada del aseo, como si temiera que se abriera de un segundo a otro y que Eva viniese para increparlo. O, peor, echarlo de su dormitorio. El Yopuka resopló, echando una última mirada derrotada a Rubilax. Como este seguía con el ojo cerrado y silencioso como una tumba, el joven tomó una decisión. Fuera como fuese, si quería llegar lejos con Eva, tenía que arrinconar como fuese esos miedos.

«Un guerrero nunca renuncia a una batalla, por difícil que parezca», se recordó.

Con esa nueva resolución, Tristepin de Percedal se irguió; respiró hondo, se atusó la enorme melena pelirroja y echó la mano al picaporte para volver al dormitorio. Intentando que no le temblasen las piernas cuando sentenció para sus adentros:

«Vamos allá».

 

Continuará…

 

Historia inspirada en Tristepin y Evangelyne, personajes de la serie “Wakfu”

Imagen: fotograma original de la serie

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