Reconocimiento al autor: De
Jean-Christophe Destailleur - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=24424867
Ha sido ciudad desde el siglo
XI. Durante doscientos años fue uno de los centros comerciales más importantes
de Europa occidental. Hoy sueña con su dorado pasado. Hacia 1050 la constante
sedimentación fue cerrando la importante salida de la ciudad al mar. Por
suerte, una tormenta en 1134 creó un canal natural de salida. Pero llegó el
momento en que los buques no pudieron navegar y Brujas se convirtió en una
ciudad encerrada por la tierra. En 1907 se abrió un canal y el puerto de
Zeebrugge volvió a unir Brujas con el mar.
«Brug» en holandés significa
puente. La importante y emergente industria de la lana hizo que la ciudad
creciese, construyéndose sus murallas bajo el patronazgo de los condes de
Flandes. Durante los siglos XIII y XIV, Brujas fue la encrucijada entre el
Báltico y el Mediterráneo.
Cada curva de sus canales con
su melancólico encanto, cada calle angosta, tortuosa y adoquinada, cada nombre
de algunas de esas calles como la del Asno Ciego; cada una de sus iglesias tan
ricas en historia como en arte: hay que disfrutar del chapitel de la iglesia de
Nuestra Señora donde se halla la Virgen y el Niño de Miguel Ángel, el Pórtico
del Paraíso, el mausoleo de bronce dorado de Carlos el Temerario, la catedral
de San Salvador con sus tapices de Bruselas, las sillas del coro en las que están
grabadas las armas de una de las órdenes de caballería más importante de Europa
del siglo XV: la Orden del Toisón de Oro. Hasta los hospitales son museos.
Su casco histórico fue
declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000 y está hermanada con
Burgos y Salamanca.
Brujas
de día asombra,
de
noche enamora
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